HOMENAJE A LA PASIONARIA

 

Nada hay oculto que no llegue a descubrirse



Él es, el amante que lo hace todo nuevo

“Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”; o sea, que no hay atajos para llegar al cielo, que es cuestión de fe, y que para ir allí nadie parte con ventaja.

Hace una semana recibí una noticia admirable y gozosísima: que Dolores Ibárruri, ‘la Pasionaria’, se convirtió y llevó una vida cristiana hasta el final de sus días. Al comentar esta noticia con un grupo de amigos, el más veterano de todos expresó cierto descreimiento y mientras algunos le coreaban, a mí me dolía el corazón…

“Dios es cariñoso con todas sus criaturas” (Sal 144) ¿Es cariñoso también con los asesinos en serie? Pues sí.

Dios, que nos creó, no fue injusto, ya que, viéndonos desvalidos por rebeldes, nos regaló a su Hijo Único para que, matándolo, nos salváramos.

Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo del Hombre, sufrió muerte de criminal por amor al Padre y a nosotros. Y por eso, por esa obediencia total, despreciando la ignominia, mereció ser resucitado, mereció vivir para siempre al lado del Padre, como estaba al Principio, sólo que ahora como cabeza de un cuerpo que somos nosotros, los que creemos estas cosas.

El himno matinal que cantamos hoy dice que el corazón del Padre se alegra por la Resurrección del Hijo, y porque esa resurrección hace que todas las cosas sean buenas al participar de Su Gloria. Y es que en Cristo se realiza una nueva creación –definitiva-, según la cual, queda abolida la condena que pesaba sobre la raza humana desde el primer pecado y accede, con toda la creación, a la participación en la vida divina, un modo de existir aún mejor que el que perdió al pecar.

La condena consistía en estar presos de la Muerte -como aún lo están los que no creen en el resucitado. En esa ignorancia, la vida conducía inexorablemente a la muerte del ser, y no había escapatoria. Lo malo era que se vivía con un dolor intenso, sordo y continuo, pues vivir era un morir, y la vida no está hecha para eso. El solo pensamiento de la muerte turba hasta la locura, llegando uno a hacer cualquier cosa por escapar de ese destino, pues ¿qué son sino las formas de muerte legalizadas de las sociedades civilizadas? Y lo peor es constatar que esas salidas no son tales.

Pero tan triste condición cambió cuando uno de los nuestros sí que consiguió escapar de la trampa. Desde entonces se ha convertido en nuestro guía. Por supuesto que Alguien así tenía que ser Hijo de Dios, pues ninguno de nosotros tenía en sí mismo poder suficiente para vencer al dragón que vigilaba la salida.

Desde la Pascua de Jesús, el mensaje que quedó para siempre grabado en el alma del ser humano es que el amor vence al odio; y que sólo existe ese camino para la vida del hombre.

Estamos en Pascua, y “el mundo entero se desborda de alegría”. Pues claro, ¿cómo podría ser de otra forma?

Es muy cierto que el cuerpo ha de experimentar la muerte orgánica para entrar en la Vida verdadera. Eso es así porque el cuerpo es nuestra morada terrenal, está hecho de tierra, y por tanto debe quedarse en la Tierra para que podamos “ascender” al Cielo. “Era necesario que Jesús muriera en la Cruz”, que muriera de la muerte más horrible que puede haber, para que nadie que sufre dejara de verse reflejado en Él, un intercesor comprensivo con todas las desgracias posibles. Y todos entendemos a Jesús porque todos sufrimos; y los asesinos en serie también, y mucho.

El dolor nos viene de percibir la degradación del cuerpo como el avance de la muerte en nosotros; y, por otro lado, nos viene de pecar, que es un modo de hacer daño, a nosotros y a los demás; y dado que nuestro ser ha sido creado por y para el amor, la infidelidad a esta naturaleza nuestra nos causa un dolor existencial, a menudo no consciente, pero real y con efectos sensibles.  

Cristo asumió la carne enferma, que era nuestra condición de exiliados del paraíso. La asumió, y “colgándola de un madero, la curó”. Para que nosotros, cuando esa carne nos pase factura en forma de sufrimiento humano, mirándole a Él, traspasado por nuestra rebeldía, entendamos que en el sufrir por amor está la salida de la muerte. La muerte –la del ser, la ontológica, la aniquilación total- es antinatural y su sola consideración nos trastorna y nos induce a decidir mal, a pecar. Por eso Cristo no murió de cualquier muerte; el plan del Padre pasaba por convertir a su hijo en estandarte de la Vida, bandera que ondea al viento; y por eso lo levantó en lo alto de una cruz, para que se vea bien cuando uno esté rodando por el suelo. Creyendo esto, crucificamos nuestro cuerpo al lado del de Jesús; decidimos no pecar más, no dejar que nuestra carne mande sobre nosotros; de tal manera que nuestro cuerpo quede muerto con Jesús y nuestra vida a salvo, escondida con Jesucristo en Dios, a la espera de que Él se manifieste glorioso en el mundo –en su segunda venida- para que nos lleve con Él a su gloria, la vida dichosa para siempre.

Cristo permanece clavado para siempre por la salvación del mundo, hasta el final. Sigue clavado en la Cruz con todos los seres humanos que sufren; ese lugar es suyo; el último sitio al que ninguno de nosotros quisiera ir… y así es el último y el primero a la vez. El esclavo de todos por amor y el primer resucitado.

Tras el pecado original apareció la muerte en el mundo, y con ella las enfermedades. Pero con el “Sí” de Jesús al plan redentor del Padre quedó restablecida la salvd. Si confiesas que ese hombre es Dios mismo y que te puede salvar de todas tus dolencias y enfermedades, tu vida quedará sana. Poco a poco “tu carne enferma” retornará a la vida: tus sentidos y entendimiento se abrirán; tu concupiscencia no tendrá poder sobre tu conducta; los muchos dones que recibiste al nacer “se resetearán y optimizarán”.

Ahora se habla de una nueva vida en soporte digital, ¿real o virtual?, eso da lo mismo, pues se trata de una vida mejor, con un potencial infinito. Estamos ante una nueva era: la Panacea, se anuncia a bombo y platillo, y ¡bendito virus que nos dio tan grande vida!

No hará falta que nos juntemos físicamente, pues on-line tenemos los mismos productos y aún mejores, sin los riesgos de “la carne enferma”. Ésta la tomaremos por esclava y cuando ya no pueda mantenernos en pie con calidad de vida, la desecharemos, de momento la ponemos al servicio de nuestra vida verdadera, que está “en la nube”, cargada de oportunidades placenteras.

Pero ¿y el alma? porque si no existiera… bien, pero ¿y si existe? ¿no se resentirá por falta de conocimiento cierto de que va a vivir eternamente, lastrándonos de por vida con su melancolía?

Ese dilema aún no está resuelto, ni lo estará, pero puede que la Panacea siga adelante si consigue adormecer las conciencias respecto a tan inquietante objeción. Y según la anestesia vaya actuando, la utopía que se nos va a ir proponiendo empezará vigorosa, con signos espectaculares, pero irá menguando a medida que nos dormimos hasta quedar convertida, para cuando despertemos, en el archiconocido “Si quieres ser feliz como me dices, no analices, muchacho, no analices”. Esto, que a algunos nos duele, a muchos otros no les importará en tanto estén cómodamente entretenidos y “adecuadamente anestesiados”; aunque lo malo en este caso es que, en un momento u otro de su vida, esa pregunta tan largo tiempo retenida en su interior, prorrumpirá como un volcán en su conciencia, causándole un gran dolor al desgraciado, cuando no horror, espanto y desesperación… El “sistema operativo” de esa persona se colapsará, pasando al estado vegetativo… y lentamente, puede que al mismo tiempo en que otras personas estén decidiendo qué hacer con “ese cacharro inútil”, su ‘cpu’ se reiniciará y esa personavisualizará en su pantalla interior una cruz… y un cuadro de diálogo demandando una respuesta.

Estas cosas son cruciales, nunca mejor dicho, y son el quid de toda discusión a partir de ahora. Dos ejemplos propongo para entender el alcance del interrogante que se nos viene encima: La educación y la familia.

Se dice que los niños pueden aprender mejor con un portátil que en clase. Y se argumenta que así se personaliza ‘realmente’ la educación, potenciando las capacidades de cada cual; que se evitan las pérdidas de tiempo habituales en las aulas; y que se ponen al alcance de todos los mejores sistemas de enseñanza; y muchas más ventajas.

Sin negar que eso sea cierto y sin entrar a discutir sus peros, en general es mucho más lo que se pierde que lo que se gana. Porque el centro de toda educación, entendida como el proceso que promueve un cambio interior duradero, que capacita para desenvolverse adecuadamente en la vida -siempre y en toda circunstancia-, es mostrar a la persona que hay una salida ante cualquier problema, pero que se descubre a través de la obediencia y el desarrollo de las virtudes, y que tiene su fundamento en el sacrificio redentor de Cristo en la cruz, esto es, en la Pascua de Resurrección.

Ese es el eje de toda educación, un mensaje transversal al currículum, que lo impregna todo y que se transmite principalmente por el ejemplo de los educadores.

Cuando están alborotando los alumnos ¿se detiene su aprendizaje? Dejan de hablar de polígonos y polinomios, pero atienden a otra cosa más importante: ¿qué hace ahora el modelo que nos han puesto al frente? ¿Castiga, fustiga, se enerva, ofende, amenaza… o reza al Espíritu Santo para responder al abuso del grupo con mansedumbre, paciencia, sabiduría y firmeza? Sólo la segunda opción es educativa; sólo con ella se transmite la enseñanza que nos puede salvar en cualquier situación de la vida, y que es, ni más ni menos, que el mensaje perenne y definitivo de la Cruz: el sufrimiento aceptado por amor que vence al miedo, al odio y a la tristeza.

Y en el caso de la familia igual. A través del ejemplo enseñan los padres el arte de vivir de acuerdo al acontecimiento histórico central: la Redención del hombre por el Dios hecho hombre, la Pascua salvadora. No se juega tanto el mundo en la conquista de saberes científico-tecnológicos como en la difusión de este trascendental suceso histórico. Y esto es algo que saben muy bien los enemigos de la Cruz, que son todos aquellos que no tienen salvación porque niegan al Espíritu Santo, porque habiendo visto la luz de la misericordia en sus vidas, han preferido, para su perdición, volver su mirada hacia la oscuridad de sus ciegas pasiones; y arrastran a muchos consigo. A éstos, que no pecan de muerte porque no saben lo que hacen, hay que exhortarles a tiempo y a destiempo, siendo prójimo con ellos, y animándoles a salir de su postración; porque en cuanto vean la acción del Espíritu Santo en su vida, ya no querrán otra cosa.

Oremos: “Ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de la Tierra; ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de la tierra; ven…”

 

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