TSUNAMI DE AMOR

Lo llaman el Efecto Mariposa
¿Podría una ola de amor acabar con la miseria humana? Sin duda. Aquel que puso límite al mar y contiene o suelta la soberbia del oleaje, es capaz de levantar tsunamis de amor que pulvericen los muros del odio.
En la era de las tecnologías de la información y de la comunicación sigue siendo un misterio cómo se propagan el amor y el desamor. Su sobrenatural canal de transmisión es a la señal de satélite, como el e-mail al snail-mail (el correo postal). 
A mediados del siglo pasado ya empezó a vislumbrarse que la rapidez de los cambios sociales constituía un interesantísimo, aunque peligroso, desafío social. Una dimensión fundamental de este reto era la educativa. Después de siglos de sociedades estables, con escasa permeabilidad entre las clases, se había pasado a sociedades abiertas que exaltaban al individuo frente al grupo. Una correcta adaptación al entorno permitía al individuo escalar a los peldaños más altos de la sociedad. 
Pero el acelerado ritmo de los cambios sociales está suponiendo un fuerte estrés para los individuos. En un trabajo reciente llevado a cabo en la Universidad de Princeton, por un premio nobel de economía, se dice que en los últimos veinte años se han muerto medio millón de estadounidenses de raza blanca de entre 45 y 54 años, por suicidio, alcohol o drogas. Y un porcentaje elevadísimo de las personas vivas de esa edad asegura sufrir de estrés agudo, tener dolores crónicos y hábitos poco saludables.
Una de las consecuencias de la rápida transformación del mundo es la pérdida del valor de la tradición como referente existencial. Sólamente algunos grupos sociales, mayoritariamente de economías menos desarrolladas, o que son minorías en los países más desarrollados, siguen observando la tradición como referente vital.
El resultado de todo eso es un empobrecimiento humano y un retroceso de civilización. Medran las asociaciones de malhechores y el individuo se ve abocado a una lucha fraticida sin cuartel. La vida cada vez se parece más a una selva donde se salva el más fuerte.
Pero en medio de todo eso, la irreductible condición moral del ser humano da lugar a un florecimiento de la conciencia del bien y del mal, adormecida durante el welfare state (el estado del bienestar). Y en este contexto surgen, de las profundas cavernas del sentido, vivísimos deseos de infinito, o bien, del corazón endurecido o cobarde, planes homicidas o silencios cómplices.
Cuando los incesantes golpes han dejado sin relieve nuestras vidas y prestamos atención a cierto murmullo interior que nos trae el recuerdo de una condición dignísima y dichosa, y atraídos por esa melodía iniciamos el ascenso, descendiendo, hacia el amor y así, transformados ya por ese amor, olvidados de los peligros y lanzados a reconquistar el paraíso que habíamos perdido por la ambición, desprendidos de todo y todopoderosos en Aquel que nos conforta, nos brota de lo hondo un alarido de guerra que una vez liberado, una suerte de efecto-mariposa transforma en un soplo de vida eterna; entonces, Dios lo hace crecer hasta alcanzar las descomunales proporciones de un tsunami, un tsunami de amor, capaz de convertir en ruinas las arrogantes Babilonias del poder y el lujo.
Un cordial saludo.

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