Y A TI ... ¿QUÉ TE IMPORTA?




Bueenoo... no seé, yo pieensoo...




España es una nación gracias a su fe y llevamos esa marca en las entrañas. Pero es innegable que hay españoles incómodos con esto. Jesucristo ha sido, es y será, una bandera discutida, siempre, hasta que, al final, Dios haga de sus enemigos el estrado de sus pies.
Tuvo mucho éxito en los 70 una historia de la Guerra Civil Española escrita por un inglés. Este verano la estuve ojeando y me decepcionó mucho por su marcado partidismo. 'Casualmente', por las mismas fechas, me topé en un rastrillo con otra versión de los hechos, compuesta a modo de collage con recuerdos de los protagonistas. En el prólogo se decía, sin alardear, que aquel triste episodio nacional estaba teñido de sangre noble y rezumaba fe. Este modo de abordar el tema me convenció más; aunque no siguiera el método científico-histórico me parecía mucho más   fiable que el erudito pero muy parcial de Hugh Thomas.
El primero de  los testimonios acontece entre verdes valles. En un nido de ametralladoras, un oficial le ordena a su sargento disparar contra la hermosa ladera de enfrente, surcada de trincheras. Apenas dada la orden, una bala perdida se cuela por una aspillera y alcanza al suboficial en la garganta, y éste, cayendo exangüe, exclama: "Mis hombres aún no han comido". Esta víctima era un veterano militar, fiel, diligente y discreto por demás, padre de ocho hijos; en su forma de morir se advierte el mismo espíritu con que había vivido: Los que tenía a su cargo, antes que él mismo.
En otro libro, recién publicado en Toledo, el profesor y jurista D. Alfonso Galdeano relata la conmovedora historia de su abuela, viuda tras el asedio del Alcázar. Los milicianos habían cortado el suministro eléctrico y los de dentro no podían desmentir el bulo de su rendición, que maliciosamente Radio Madrid estaba difundiendo. Alguien tenía que salir, cruzando el cerco enemigo, para llevar a la capital la verdad. En medio de la noche se deslizó valientemente una sombra por calles y caminos y consiguió llegar hasta Torrijos. Allí, fatalmente, perdió el anonimato y unos disparos pusieron fin a sus andanzas. La nueva viuda, movida por su fe, visitaría después aquel pueblo con sus hijos, para besar juntos las manos del que tanto daño les había causado.
Yo me siento español entre españoles. Y siento también que España es católica. No sé si conocen aquel chiste de un joven que viendo rezar a su padre, tenido por ateo, se sintió incómodo y no pudo evitar expresar una protesta, a lo cual su padre respondió: "¿Qué pasa, hijo, que por ser ateo no voy a poder rezarle a la Pilarica?"; o aquel otro, de uno que atendiendo a dos personas en la puerta, logra finalmente desembarazarse de ellas diciendo: "Miren, no creo en mi religión [la católica], que es la verdadera ¿cómo pretenden Vds. que crea en la suya?".

Una curiosa tesis, de D. Faustino Cordón, dice que la cocina hizo al hombre. No cabe duda de que pasar de comer carne cruda a comerla asada tuvo que suponer un cambio cualitativo importante en la historia de la humanidad; aunque es arriesgado decir hasta qué punto. Sea como sea, que la cocina tiene algo de "sagrado", es evidente. 
La palabra "hogar" -fogar- viene de fuego, ese maravilloso lugarteniente del sol, que tanto impulsó el progreso y que hasta hace bien poco conservó todo su protagonismo en la vida de los pueblos.
En torno a la lumbre acontecía secularmente, de modo privilegiado, la transmisión del riquísimo legado cultural acumulado en milenios de historia. En Occidente, "el servicio al culto en ese santuario" siempre estuvo reservado a las mujeres.
En esa era histórica, trabajar, comer y dormir componían el eje en torno al cual se ordenaba la vida, y el soporte en que se anclaba era el "hogar". Aquí, las distintas labores se entretejían con los afectos familiares. Y la mujer manejaba los mimbres, con mayor o menor destreza.
Sus dotes naturales para el cuidado de la prole y para el sutil entendimiento del hecho social, le garantizaban el lugar preponderante de la estructura familiar.
La gradual sustitución de esas "leyes naturales" por otras, artificiales y cambiantes, terminó por desbancar a la mujer de su posición de privilegio. Y no sólo eso, sino que acabó por truncar la estabilidad misma de la civilización.
Desaparecida el alma mater, que nutría con toda clase de "alimentos" a los miembros de la familia, surgió un vacío en la vida de las personas, dejándolas a la deriva como barcos fantasmas. Y los naufragios se hicieron  tan habituales que a día de hoy ya no nos alarman.
El cambio ha tenido consecuencias dramáticas para  todos, instalándose la desconfianza en el centro mismo de las relaciones personales. Y no han salido los varones mejor parados que las mujeres, como se nos quiere hacer creer. Conocí a un hombre que acabando de cumplir pena de cárcel por una acusación falsa de su ex, se buscó él mismo una pena de hospital aún más dura que la de prisión. Y conozco a muchos otros que, si no han sucumbido ya, llevan años combatiendo con la angustia, hostigados por un miedo inducido a perder sus hogares, o sea, a su mujer y a sus hijos.
La desaparición del fuego reparador del hogar viene a ser como una 'glaciación' en versión moderna.
En definitiva, hemos llegado paso a paso al abismo de una propuesta antropológica quimérica: La vida sin afectos; el dictado de la razón descarnada como  único camino posible; camino, claro, de servidumbre. Este es el significado de la crisis actual y lo que nos jugamos en nuestras decisiones individuales y colectivas.

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