FASE TERMINAL (LERÉ, LERÉ)


Estamos metidos -o casi- en un bucle

Zapatero dejó el país hecho unos zorros y sus propios votantes lo pusieron a parir. El tribunal de negro que nos examinó nos dijo que muy mal, que estaba todo de pena y el PP se vio obligado a arremangarse para limpiar el antro.
Curiosamente ¡qué cosas, oye! después de sanear las arcas públicas y en vísperas de las elecciones municipales, empezaron a llover sobre la cabeza de Rajoy inmundicias de todo tipo y desde entonces no ha dejado de caerle porquería. A propósito de esto, es más que admirable que con la Administración tan pringada que tenemos, sea justamente el sector que detecta la corrupción el más competente (¡). Me pregunto quién dirigirá esa cruzada de limpieza, quién será ese Míster Proper -azote de lo podrido- que no parará hasta ventilar el último rincón mohoso de la vida pública española. Porque para eso tenemos a la policía pero nos consta que este sector está también muy tocado. ¿Quién será entonces? Que se manifieste, por favor, que se presente a las elecciones. ¿Serán Iglesias o Rivera? ¿Sánchez acaso?... es una broma.

El tren de la bruja
Los españoles estamos muy castigados. De los tiempos en que nos batíamos con los invasores y eran razonables nuestras penas y gozos, hemos pasado a no saber siquiera por qué no estamos contentos. Últimamente vamos de susto en susto, metidos como en el túnel del tren de la bruja, si nos echamos a un lado para evitar un escobazo, nos sorprende allí el castigo y si vigilamos la retaguardia nos sacuden desde arriba. El caso es que reinan entre nosotros el desconcierto y la desazón.

Últimamente, los fenómenos asociados a la crisis – precariedad, cansancio, desánimo e irritación – y la campaña de desprestigio institucional que hemos mencionado, propiciaron la aparición de nuevas figuras políticas y la ilusión de un cambio. Dados como somos a levantar héroes, pronto se despertaron grandes simpatías hacia dos jóvenes con mucha labia y a España, un toro de cabeza azul y pecho rojo, le salieron de pronto dos alas, una morada y otra naranja.
Al llegar el 20-D se habían concitado importantísimos vectores sociales, internos y externos, en torno a España, que apuntaban a su disgregación política, que de consumarse nos hubiera sumido en un gran desastre.
En el marco de la creciente pobreza e indignación consiguiente, con un gobierno fatigado por las impopulares medidas que Europa le había exigido, acudían los españoles a las urnas en malas condiciones para emitir un voto ponderado.
Por un lado, los conservadores le recriminaban al gobierno su tibieza en la defensa de la unidad de España, su abandono de los valores patrios y su falta de honradez.
De otro lado la nueva izquierda, aprovechando la incesante exhibición de los trapos sucios del gobierno, se recuperaba de su maltrecha fama y volvía a presentarse como la legítima representante de los intereses de los humildes.
Otro sector nada desdeñable, molestos por su pérdida de confort, dirigían ácidas críticas a la incompetente gestión de un PP rancio y desfasado.
Y en general, grupos más o menos definidos, como el de las mujeres mentalizadas en “la obligación de sacudirse el yugo”, o el de los pesebristas profesionales al paro, encontraban en el gobierno de Rajoy el chivo expiatorio natural de sus zozobras internas.
Además, como drones listos para el sabotaje, los separatismos, el terrorismo, la alargada sombra de Bruselas y el odio a los cristianos, bajo la concertada batuta del 'cerebro anti-corrupción' instalado en la nube, sembraban de desconfianza hasta el último reducto del país, en la más ambiciosa operación jamás llevada a cabo contra la pacífica convivencia española.

Ganó el PP por poco y se dijo que nuestro sentir político estaba claro y que unas nuevas elecciones no harían más que repetir los resultados; sin embargo, seis meses más tarde, varios millones de españoles convertirían en un clamoroso error tal predicción.
Entre ambas fechas habíamos asistido a un espectáculo político bochornoso, donde se desbordaron la ambición y la villanía hasta provocar la náusea generalizada. Fue deplorable el debut de los nuevos políticos y en la segunda vuelta de las elecciones se recortaron drásticamente aquellas raquíticas alas que le habían salido a España. Además, comoquiera que el Presidente en funciones, mal que le pese a muchos, fuera el único que guardara la compostura en medio de aquel sainete, se le dio de nuevo la oportunidad de formar gobierno.
Pero para llegar a ese resultado favorable para Rajoy, a la repugnancia que suscitó el espectáculo de la nueva política hubo de sumarse la sana prudencia, que no el miedo, de contemplar las consecuencias del posible triunfo de los emergentes salvapatrias, que no parecían valorar en absoluto lo que con tanto esfuerzo se había ido construyendo en España durante siglos.
La unánime decisión de ocho millones de españoles venía a salvar una situación histórica muy delicada para el futuro de nuestra nación.

Si toda esa animadversión concentrada sobre el PP de Rajoy pudo ser conjurada por un grupo de votantes “sin ética” y por unos cuantos “decrépitos ancianos”, ¿cuál fue la composición de lugar que éstos hicieron? ¿Se basó su análisis en el método científico-histórico? ¿Qué sabiduría de lo futuro les determinó a dar un no tan rotundo a las risueñas perspectivas ofertadas? ¿Cómo triunfó la decisión de seguir cargando con el pesado fardo presente sobre la promesa de un más lisonjero porvenir?
En principio no parece fácil responder a esas preguntas desde la premisa de unos votantes sin ética. ¿Qué pasó en realidad, qué cuentas se echaron?

Responder a esas preguntas supone determinar el núcleo, el corazón mismo que rige y del que fluye la vida de España hoy. Pensar que lo único que pesó en las conciencias de la mayoría ganadora fue un balance contable, teniendo en cuenta el contexto tan adverso en que tomaron su decisión, no es una hipótesis plausible. Me inclino más bien a creer que el español medio, enfrentado a un porvenir más que dudoso, antes que un cálculo frío aborda las decisiones importantes con el corazón: ¿Me garantiza esta opción un futuro de paz y bien para mis hijos, una convivencia basada en el trabajo serio y la caridad fraterna, una pervivencia de los valores nobles que emanan del mandamiento del amor, un desarrollo en libertad de mis inquietudes religiosas?

Si las alternativas a un gobierno del PP hubieran garantizado esas exigencias nucleares, el resultado de las elecciones no habría sido el mismo. Pero es justamente por ese carácter nuclear y aglutinante por lo que no pueden formar parte de los programas de los demás partidos. Porque en las idílicas sociedades que estos plantean no existe nada al margen de los números y de las leyes y estos motivos de que hablamos caen totalmente fuera de ese ámbito, son como de otro mundo. Y por eso los cálculos de los expertos matemáticos al servicio del diseño social fracasaron tan estrepitosamente en esta ocasión.
En el Partido Popular que tradicionalmente daba amparo a este modo de ser de España, se han venido produciendo importantes dejaciones e infidelidades debilitándolo hasta el punto de ponerlo en estas elecciones al borde mismo de su desaparición.
El impulso que ahora ha recibido in extremis debería servirles para que tomaran conciencia de que la deriva modernizadora que estaban tomando les podría salir muy cara a ellos, como grupo de intereses particulares, y al país en su conjunto.
En ese partido se encuentran representados intereses económicos y, aunque menos, ideales políticos, pero sobre todo reúne a gentes que comparten una misma herencia cultural que les da sentido y que les constituye.
Los ataques injustos y desleales que en estas campañas electorales recibió el gobierno del PP, iban dirigidos a resquebrajar esa cimentación identitaria que hace de España un proyecto histórico estable y sólido. Para los intereses espurios de mercaderes sin escrúpulos resulta enojoso manejar ese tipo de realidades sociales homogéneas por lo que lógicamente tienden a "liquidarlas". A este respecto conviene dar un aviso para navegantes:

Sr. Rajoy, ¡escuche hoy!: El pueblo que le ha elegido tiene los pies en el suelo pero la mirada en lo alto. Está dispuesto a sacrificarse pero no por las lentejas solamente sino por grandes ideales. Si prescinde Vd. de esta realidad, sus días como presidente están contados y pasará sin pena ni gloria por la historia de ESPAÑA. El que tenga oídos para oír ¡que oiga!

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