GRITARÁN LAS PIEDRAS

¡Gritarán hasta quedar hechas polvo!
Cuando el mosto de la manzana ha alcanzado su punto justo de fermentación y la sidra ya está lista, se prueba sacando la espita que cierra las pipas o toneles. Con ese motivo se hace una buena merienda, que en Asturias llamamos "espicha". Este nombre se ha generalizado a todos los convites que siguen el patrón de esa antigua tradición: De pie, en torno a mesas bien surtidas de ricos platos que se comparten, regándolos con mucha sidra.
En cierta ocasión fue invitado un madrileño a una espicha y recién llegado, cansado el hombre, arrimó una silla a la mesa de las viandas cuando todavía se estaban sirviendo. Trajeron una tortilla española y le cayó delante. Abierta la espicha, arrimáronse los comensales a la mesa y al ver las migajas de la tortilla al lado del señor de Madrid le preguntaron admirados si se la había comido entera, a lo que él contestó: "Sí, y mi trabajito me costó".
Soltar la espita suscita el encuentro fraterno y la alegría de vivir, pero es necesario estar vigilantes para no abrirla antes de tiempo, cuando la sidra aun está floja, ni después, cuando se corre el riesgo de que se agríe la sidra y la presión de los gases haga saltar la espita. Y aun, para poder celebrar la buena añada, hace falta respetar la tradición, que es como el hilo que nos engarza unos con otros. Si por lo que sea uno se despista y trata de andar solo, no llegará lejos.
En España hemos llegado demasiado lejos. Va para un año sin gobierno y seguimos como si no pasara nada, pero sí que pasa. 
Con mucha razón hay ahora mismo ocho millones de españoles fumando en pipa. De buena gana suspenderían de empleo y sueldo a los políticos y a los periodistas. A los primeros por negarse a trabajar y a los segundos por dar coba a los agitadores que con patochadas como "Sánchez, líbranos de Rajoy" siguen haciendo escarnio de la gente de bien.
El trabajo de los políticos es el diálogo constructivo y éste brilla por su ausencia. Esto es un río revuelto donde los haya, y una indecencia. Uno es un chaquetero y los medios lo ensalzan; el otro causa una ruina voraz que destroza a las familias y es el salvador de la patria; si se desploma luego en las elecciones no importa, cuelgan una foto de archivo suya con los brazos abiertos como si triunfara; si intenta uno enterarse de lo que pasa, sale con dolor de cabeza; en las portadas de los diarios rivalizan en espacio las grandes preocupaciones sociales con los chismes, el ocio y la publicidad. De escándalo, mientras millones de seres humanos mueren olvidados a nuestro alrededor.
Pero por sus frutos los conoceréis. De la misma manera que Newton acertó en pensar que "alguien tiraba de la manzana" porque si no no se caería, en España tenemos que concluir que alguien quiere romper su unidad porque si no, no se explica este lío. Como en esos programas nefandos en los que el más desvergonzado es el protagonista, así está sucediendo en la escena política. Y otro tanto en la escena mediática, donde el más líante es el que lleva la batuta.
Ya va siendo tiempo de soltar la espita. Antes de que revienten los odres y se eche el vino a perder, o la sidra, hay que aliviar la presión. Los agitadores tienen que desaparecer de la escena pública. Todos aquellos que hablen o escriban algo que no contribuya a calmar los ánimos y a dar esperanza deben ser mirados como enemigos de la patria. Los que, morbosamente, sin usar razones, nos empujan a echar la culpa de nuestros males a los demás, deben ser catalogados de demagogos, condenados al destierro mediático y expulsados de la cosa pública.
Nos han martilleado un año entero con Rajoy sí, Rajoy no. ¡Como si importara algo quién dirige el gobierno de España! ¡qué villanía! ¿Acaso no hace muchos años que la política de España ya no se diseña en la península? Nos toman por tontos; pero es que, verdaderamente, si no ponemos freno van a conseguir que lo seamos.
Don Quijote y Sancho enseñan al mundo a dialogar. Uno hidalgo, el otro escudero, no importa, en el camino son dos que, dialogando, construyen la historia. Sin un "otro" no hay vida. Negarse en redondo a hablar es la negación misma del arte de la política, del arte de tejer la convivencia. ¡Qué despropósito! hacernos perder el tiempo con absurdos dialécticos como "el inmovilismo y el cambio", "las derechas y las izquierdas", "los corruptos y los de la España Regenerada"; degenerada y rancia habría que decir, que si con esa papilla política todavía compramos periódicos es que estamos muy verdes.
Entre Don Quijote y Sancho no hay faltas de respeto; hay razones, muchas y muy buenas en todo momento. Y cuando se intenta ocultar el brillo de la verdad que surge en el encuentro, en el diálogo de dos almas sinceras, aparece en primer lugar lo chabacano, lo irreverente e irrespetuoso, como salta a la vista con tan solo asomarse al engendro de Avellaneda. 
Las formas son muy importantes, tanto o más que el fondo. Y nos ayudan a descubrir quién es de fiar y quien es el farsante. La suavidad frente a la insolencia; la paciencia y la mansedumbre frente a la arrogancia y la displicencia. Fijémonos y saquemos nuestras conclusiones. 
España es tierra de hidalgos (hijos de algo) tanto como de vasallos; y honrosos ejemplos jalonan nuestra historia. Aún hoy, mil años después, recitamos con orgullo el Poema del Mío Cid, cuando yendo a su destierro suscitaba este clamor: ¡Qué buen vasallo sería si tuviera buen señor!
Pero de unos y de otros 'haberlos, haylos', y no podemos seguir callados por más tiempo. Como decía Víctor Manuel cuando era joven: "Levanta el dedo, levanta el dedo". Sólo a las tumbas, llenas de inmundicias y de huesos, conviene el cobarde silencio.
Aquí y ahora, no yo, sino Dios mismo, nos amonesta y nos exhorta: "Os aseguro que, si éstos, mis discípulos, se callan, gritarán las piedras".

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