LOS MOTIVOS DEL COOPERANTE (IV)

Víctor, ufano, con su equipo 
Recién llegado a la capital del país hizo lo que solía hacer en estos casos. Reunió en un hotel a todo el personal de avanzada, que ya había sido avisado previamente, para dar las primeras instrucciones y lanzar el proyecto. De momento las cosas estaban tranquilas y no se sospechaba hasta qué punto iban a empeorar en muy poco tiempo. Uno de los contactos habituales de la organización en África, que se desplazaba de manera fija y coordinada con ciertos líderes, había acudido a recibirle al helipuerto de Kasára Bengunión y le puso al corriente de las novedades que, en principio, no eran muchas. Respecto al reclutamiento de personal, a parte del perteneciente al servicio sanitario que era supervisado por el Jefe Médico de la expedición, estaba funcionando todo según lo previsto. Y Jadúr, su secretario nativo para el caso, le trajo a la memoria algunos nombres de los que ya habían cooperado con él anteriormente. Víctor se alegró al oírlos y se interesó por algunos de ellos en particular. También le preguntó por otras personas con las que había tratado, por diferentes motivos, en sus anteriores viajes, entre ellas Massá, la madre de Bankimôu. 
Desde el centro base de Kasára el proyecto pretendía incidir, con programas diferenciados, en un radio de acción de 500 km, interviniendo en núcleos poblacionales muy dispersos. La forma de hacerlo seguía una estrategia de clustering (o “arracimamiento”) basada en el modelo de los sarmientos que, injertados en la vid, nutren y dan vida a su vez a numerosos racimos. 
Las primeras semanas de estancia pasaron muy rápido, con mucha actividad y con todas las solicitaciones propias de la adaptación a las nuevas condiciones de vida. Esto permitía a los cooperantes olvidar por el momento dónde estaban y a qué habían ido allí. Siempre era igual. Al principio, con el impulso de sus nobles expectativas, no reparaban en las dificultades, que existían de hecho y eran de todo tipo. Los primerizos incluso llegaban a hacerse a la idea de que toda aquella miseria no iba a poder con ellos, en contra de lo que les habían advertido. Por el contrario, los ya avezados en aquellas lides, como Víctor, se “blindaban” interiormente lo mejor que podían para minimizar el inevitable impacto. El blindaje era, en efecto, un paso obligado para los cooperantes veteranos, aunque inútil. En realidad, todos los que por el motivo que fuera acudían a la llamada de África, quedaban misteriosamente enganchados por el poder de atracción del continente negro. Tarde o temprano acababan dándose cuenta de que sus intentos de protegerse eran vanos. Entonces se hacían conscientes de lo que en su interior ya hacía tiempo que “sabían”: que si volvían una y otra vez a aquel lugar olvidado del mundo era porque, en el fondo, deseaban dejarse “herir” por La Vida, por ver si de esa manera podían sacudirse su insoportable miedo a morir. Y también, lo cual viene a ser lo mismo, porque en Europa, la vieja y señorial Europa, con sus “altos muros defensivos”, se estaban asfixiando y deseaban desesperadamente respirar aires de verdadera libertad.

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