¡FELICIDADES, POLICÍAS!

LAS HADAS EXISTEN
Regresaba a Toledo con mi mujer y en algún sitio del cinturón de Madrid paramos a hacer compras. Nos dio la hora de cierre en una tienda y al salir vimos que un hombre de acento hispano entraba en discusión con un guardia de seguridad. El chispazo inicial fue que aun faltaban unos minutos para la hora oficial de cierre, pero por motivos 'colaterales' se inflamaron enseguida los ánimos. Como el asunto fue a mayores y se llevaron a aquel joven, que iba acompañado de su esposa, la mía y yo decidimos intervenir como testigos, dolidos por el abuso que suponía retener a aquellas personas sin que hubiera motivo suficiente para ello. Entramos en las dependencias del almacén con el acusado y su esposa y los guardias, a esperar a la Policía Nacional. Se habían mezclado los malos humores de varios pero no había habido nada tan grave que no pudiera solucionarse hablando y disculpándose.
Rezando todo el tiempo, mi mujer y yo buscábamos el modo y el momento de influir o persuadir al guardia para que retirara la acusación que había formulado. Pasó un tiempo largo y tenso en aquellas dependencias traseras del comercio, mientras esperábamos la llegada de la Policía Nacional. Aquel matrimonio de inmigrantes había dejado a sus hijos menores al cuidado de una vecina y su situación era muy delicada. El agente ofendido se obstinaba en mantener su postura y no parecía escuchar las buenas palabras que le dirigíamos. Pero el otro también se resistía a admitir su parte de culpa y no encontrábamos un cauce de conciliación. Mi mujer por un lado y yo por el otro, mediamos y rezamos sin parar para que aquel hombre no fuera detenido y volviera a casa con sus hijos. Por fin, después de dos horas en que inexplicablemente no acababa de llegar la patrulla, cedieron los ánimos al entendimiento y nos dirigimos a través de la larga nave hacia la salida. Cuando habíamos andado la mitad del trayecto entraron por la puerta dos policías, viniendo a nuestro encuentro. Temí entonces que lo que con tanto esfuerzo habíamos logrado se frustrara, pero resultó que la presencia de aquellos agentes del orden me pareció más de ángeles que de humanos: dos semblantes dulces y amables y un trato muy cortés, ambos parecieron alegrarse tanto como nosotros del feliz desenlace.

Nos sucedió en otra ocasión, volviendo a casa de enterrar a un familiar, que al pasar por la M-30, tuvimos que pegar un volantazo por un despiste para no saltarnos la salida de la A-42. Quiso la fortuna que fueran circulando detrás de nosotros los de Tráfico y como es lógico, nos pararon. Y de nuevo solicitamos la ayuda de nuestros ángeles custodios en un asunto que a bote pronto se nos antojaba harto complicado. De entrada asumimos sin reservas nuestra falta, sin pretender restarle importancia y reconociendo el peligro que habíamos generado. Íbamos hablando despacio, dejando que el tiempo transcurriera lento... y rezando. La conversación permitió que los agentes empezaran a considerar las variables psicológicas que pueden afectarte cuando entierras a un ser querido. Y así, poco a poco, olvidando sus ansias justicieras, los agentes fueron entrando en la nebulosa del cielo, donde hasta los sueños más imposibles pueden realizarse. Sintiéndonos felices nos despedimos de ellos dándoles las gracias y pensando complacidos que en todos los oficios hay gente razonable y buena. ¿O no?

La madurez en la fe pasa por etapas. En el camino crece tu confianza en Dios y eso te lleva a estar en el mundo viviendo como si todo dependiera de ti pero sabiendo que todo depende de Dios. Según eso, había yo aprovechado una oferta de planchas de aislamiento para forrar las paredes del desván y una vez metidas en el monovolumen comprobé que el susodicho era muy justito para tanta tabla. ¿Qué puedo hacer? pensé. Ya sé; aparcaré por aquí y cogeré el autobús para regresar; y mañana muy temprano vendré a buscarlo. Estaba amaneciendo aquel domingo cuando llegué a por la carga. Sobre el asiento del copiloto, totalmente tumbado, descansaba una pila de tablones OSB hidrófugos de 2,30 m de largos que llegaban hasta una cuarta del techo. Los inmovilicé lo mejor que pude y comencé el viaje despacito. Llevaba 5 km de autovía, cuando vi de lejos, entre la neblina de la madrugada, un coche tirado en la cuneta y los de Tráfico investigando. Pedí ayuda al cielo con insistencia y chequeé mi conciencia. ¡Bien, no estás poniendo en peligro a nadie, así que, TRANQUILO! Aproximándome, forcé mis músculos para sonreír, me aseguré de contar con mi ángel de la guarda y ensanché francamente la sonrisa. Paré a la altura de los policías, cuando ya uno estaba pendiente de mí. Bajé la ventanilla del copiloto y a través del exiguo espacio que se abría entre las tablas y el techo, dije distendidamente, con una hermosa sonrisa:
- Unos trabajando y otros divirtiéndose, ¡eh, agente!
- (Con laxitud corporal) Mira éstos, ¡cómo irían!
- Sí, menos mal que no ha habido heridos. Bueno, seguimos. ¡Que tengan buen día!
Y salí pitando, maravillado por aquel prodigio.

Repito, EXISTE DIOS y existen los ángeles, nombrados especialmente para ayudarnos. Os recomiendo que lo comprobéis; no tenéis nada que perder.

Un cordial saludo.
Toledo, a 2 de octubre de 2016, día de los Ángeles Custodios +




















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