MATATÍAS, MACABEO

-Amor, ¿dónde estás?
-Estoy aquí, en tu corazón.



Rebelión de Matatías
El año ciento cuarenta y tres después de vencer a Egipto, Antíoco emprendió el camino de regreso. Subió contra Israel y llegó a Jerusalén con un poderoso ejército.
Entró con insolencia en el santuario y se llevó el altar de oro, el candelabro de la luz con todos los accesorios, la mesa de la proposición, los vasos de las libaciones, las copas, los incensarios de oro, la cortina, las coronas y arrancó todo el decorado de oro que recubría la fachada del Templo. Se apropió también de la plata, oro, objetos de valor y de cuantos tesoros ocultos pudo encontrar. Tomándolo todo, partió para su país después de derramar mucha sangre y de proferir palabras de extrema insolencia.

En todo el país se alzó un gran duelo por Israel./ Príncipes y ancianos gimieron,/ languidecieron doncellas y jóvenes,/ la belleza de las mujeres se marchitó./ El recién casado entonó un canto de dolor,/ sentada en el lecho nupcial, la esposa lloraba./ Se estremeció el país por sus habitantes,/ toda la casa de Jacob se cubrió de vergüenza./

Por aquel tiempo, Matatías, hijo de Juan, hijo de Simeón, sacerdote del linaje de Yehoyarib, dejó Jerusalén y fue a establecerse en Modín. Tenía cinco hijos: Juan, por sobrenombre Gaddi; Simón, llamado Tasí; Judas, llamado Macabeo; Eleazar, llamado Avarán; y Jonatán, llamado Affús. (…)
Se les unió por entonces el grupo de los asideos, israelitas valientes y entregados de corazón a la Ley. Además, todos aquellos que querían escapar de los males, se les juntaron y les ofrecieron su apoyo. Formaron así un ejército e hirieron en su ira a los pecadores, y a los impíos en su furor. Los restantes tuvieron que huir a tierra de gentiles buscando su salvación. Matatías y sus amigos hicieron correrías destruyendo altares, obligando a circuncidar cuantos niños incircuncisos hallaron en el territorio de Israel y persiguiendo a los insolentes. La empresa prosperó en sus manos: arrancaron la Ley de mano de gentiles y reyes, y no consintieron que el pecador se impusiera.
Le sucedió su hijo Judas, llamado Macabeo, que siguió su levantamiento. Todos sus hermanos y los que habían seguido a su padre le ofrecieron apoyo y sostuvieron con entusiasmo la guerra de Israel.

Martirio de Eleazar
A Eleazar, uno de los principales escribas, varón de ya avanzada edad y de muy noble aspecto, le forzaban a abrir la boca y a comer carne de puerco. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida infame, marchaba voluntariamente al suplicio del apaleamiento, después de escupir todo, que es como deben proceder los que tienen valentía para rechazar los alimentos que no es lícito probar ni por amor a la vida. Los que estaban encargados del banquete sacrificial contrario a la Ley, tomándole aparte en razón del conocimiento que de antiguo tenían con este hombre, le invitaban a traer carne preparada por él mismo, y que le fuera lícita; a simular como si comiera la mandada por el rey, tomada del sacrificio, para que, obrando así, se librara de la muerte, y por su antigua amistad hacia ellos alcanzara benevolencia. Pero él, tomando una noble resolución digna de su edad, de la prestancia de su ancianidad, de sus experimentadas y ejemplares canas, de su inmejorable proceder desde niño y, sobre todo, de la legislación santa dada por Dios, se mostró consecuente consigo diciendo que se le mandara pronto al Hades. "Porque a nuestra edad no es digno fingir, no sea que muchos jóvenes creyendo que Eleazar, a sus noventa años, se ha pasado a las costumbres paganas, también ellos por mi simulación y por mi apego a este breve resto de vida, se desvíen por mi culpa y yo atraiga mancha y deshonra a mi vejez. Pues aunque me libre al presente del castigo de los hombres, sin embargo ni vivo ni muerto podré escapar de las manos del Todopoderoso. Por eso, al abandonar ahora valientemente la vida, me mostraré digno de mi ancianidad, dejando a los jóvenes un ejemplo noble al morir generosamente con ánimo y nobleza por las leyes venerables y santas.
Habiendo dicho esto, se fue enseguida al suplicio del apaleamiento. Los que le llevaban cambiaron su suavidad de poco antes en dureza, después de oír las referidas palabras que ellos consideraban una locura; él, por su parte, a punto ya de morir por los golpes, dijo entre suspiros: "El Señor, que posee la ciencia santa, sabe bien que, pudiendo librarme de la muerte, soporto flagelado en mi cuerpo recios dolores, pero en mi alma los sufro con gusto por temor de él."
De este modo llegó a su tránsito (no sólo a los jóvenes, sino también a la gran mayoría de la nación, Eleazar dejó su muerte como ejemplo de nobleza y recuerdo de virtud.)

Una madre ejemplar

Sucedió también que siete hermanos apresados junto con su madre, eran forzados por el rey, flagelados con azotes y nervios de buey, a probar carne de puerco (prohibida por la Ley). Uno de ellos, hablando en nombre de los demás, decía así: "¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que violar las leyes de nuestros padres." El rey, fuera de sí, ordenó poner al fuego sartenes y calderas. En cuanto estuvieron al rojo, mandó cortar la lengua al que había hablado en nombre de los demás, arrancarle el cuero cabelludo y cortarle las extremidades de los miembros, en presencia de sus demás hermanos y de su madre. Cuando quedó totalmente inutilizado, pero respirando todavía, mandó que le acercaran al fuego y le tostaran en la sartén. Mientras el humo de la sartén se difundía lejos, los demás hermanos junto con su madre se animaban mutuamente a morir con generosidad, y decían: "El Señor Dios vela y con toda seguridad se apiadará de nosotros, como declaró Moisés en el cántico que atestigua claramente: 'Se apiadará de sus siervos'."
Cuando el primero hizo así su tránsito, llevaron al segundo al suplicio y después de arrancarle la piel de la cabeza con los cabellos, le preguntaban: "¿Vas a comer antes de que tu cuerpo sea torturado miembro a miembro?" Él respondiendo en su lenguaje patrio, dijo: "¡No!" Por ello, también éste sufrió a su vez la tortura, como el primero. Al llegar a su último suspiro dijo: "Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna."
Después de éste, fue castigado el tercero; en cuanto se lo pidieron, presentó la lengua, tendió decidido las manos (y dijo con valentía: "Por don del Cielo poseo estos miembros, por sus leyes los desdeño y de Él espero recibirlos de nuevo)." Hasta el punto de que el rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del ánimo de aquel muchacho que en nada tenía los dolores.
Llegado éste a su tránsito, maltrataron de igual modo con suplicios al cuarto. Cerca ya del fin decía así: "Es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por Él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida."
Enseguida llevaron al quinto y se pusieron a atormentarle. Él, mirando al rey, dijo: "Tú, porque tienes poder entre los hombres aunque eres mortal, haces lo que quieres. Pero no creas que Dios ha abandonado a nuestra raza. Aguarda tú y contemplarás su magnífico poder, cómo te atormentará a ti y a tu linaje."
Después de éste, trajeron al sexto, que estando a punto de morir decía: "No te hagas ilusiones, pues nosotros por nuestra propia culpa padecemos; por haber pecado contra nuestro Dios (nos suceden cosas sorprendentes). Pero no pienses quedar impune tú que te has atrevido  a luchar contra Dios."
Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: "Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes."
Antíoco creía que se le despreciaba a él y sospechaba que eran palabras injuriosas. Mientras el menor seguía con vida, no sólo trataba de ganarle con palabras, sino hasta con juramentos le prometía hacerle rico y muy feliz, con tal de que abandonara las tradiciones de sus padres; le haría su amigo y le confiaría altos cargos. Pero como el muchacho no le hacía ningún caso, el rey llamó ala madre y la invitó a que aconsejara al adolescente para salvar su vida. Tras de instarle él varias veces, ella aceptó el persuadir a su hijo. Se inclinó sobre él y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua patria: "Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve meses, te amamanté por tres años, te crié y te eduqué hasta la edad que tienes (y te alimenté). Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia. No temas a este verdugo, antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia."
En cuanto ella terminó de hablar, el muchacho dijo: "¿Qué esperáis? No obedezco al mandato del rey; obedezco el mandato de la Ley dada a nuestros padres por medio de Moisés. Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios. (Cierto que nosotros padecemos por nuestros pecados.) Si es verdad que nuestro Señor que vive, está momentáneamente irritado para castigarnos y corregirnos, también se reconciliará de nuevo con sus siervos. Pero tú, ¡oh impío y el más criminal de todos los hombres!, no te engrías neciamente, entregándote a vanas esperanzas y alzando la mano contra sus siervos; porque todavía no has escapado del juicio del Dios que todo lo puede y todo lo ve. Pues ahora nuestros hermanos, después de haber soportado una corta pena por una vida perenne, cayeron por la alianza de Dios; tú, en cambio, por el justo juicio de Dios cargarás con la pena merecida por tu soberbia. Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes de mis padres, invocando a Dios para que pronto se muestre propicio con nuestra nación, y que tú con pruebas y azotes llegues a confesar que él es el único Dios. Que en mí y en mis hermanos se detenga la cólera del Todopoderoso justamente descargada sobre nuestra raza."
El rey, fuera de sí, se ensañó con éste con mayor crueldad que con los demás, por resultarle amargo el sarcasmo. También éste tuvo un limpio tránsito, con entera confianza en el Señor. Por último, después de los hijos murió la madre.
Sea esto bastante para tener noticia de los banquetes sacrificiales y de las crueldades sin medida. 

(He terminado de editar este texto en el día de San Ignacio de Antioquía de 2016+. Sirva el mismo como homenaje al obispo que sucedió a San Pedro en Jerusalén y que murió anciano, devorado por las fieras, por amor a Dios y a los hombres.)


















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