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Jesucristo, la Roca




Hace poco colgué en este blog un artículo titulado "Infinito menos uno", en el que mostraba mi perplejidad al escuchar a un sacerdote decir en la Consagración "que será derramada por muchos". Terminaba mi reflexión diciendo que si Jesucristo no había dado su sangre por todos sino por muchos, aunque esos muchos llegaran a ser infinito menos uno, entonces la situación era para preocuparse. 
En cuanto publiqué aquello, enseguida me llegó la noticia de que sobre el tema del "pro multis" ya había una explicación convincente de la Iglesia. Nada más y nada menos que la de Su Emérita Santidad Benedicto XVI. Me alegré enormemente al saberlo porque la identidad del autor me hacía pensar que se despejarían todas mis dudas satisfactoriamente. Sin embargo, después de haber leído la citada explicación, las tinieblas que en un principio me habían hecho temer, persisten.
Por lo que se refiere a mi artículo, he comprobado que cometí un error presentando juntas las dudas sobre las liturgias de la Palabra y de la Eucaristía, porque di pie a que se interpretaran como un único problema y un problema que quedaba resuelto con la brillante explicación del Papa Emérito. Pero siendo que no es ése el caso y que lo que planteaba es de gran importancia para la Iglesia, vuelvo a ello con esta versión actualizada del ‘Infinito menos uno”.
El papa emérito, en una carta que escribió hace cinco años, explicaba lo del "muchos y todos" que estaba aparcado desde el 2001. Como un buen profesor, situaba la cuestión desde su origen, con los pormenores de su desarrollo y con la perspectiva pastoral que tanto gozo interior nos ha proporcionado siempre. Según él, el cambio que había propuesto la Santa Sede y que no acababa de encontrar acuerdo, trataba de profundizar más en las raíces de nuestra fe por medio de una lectura más fiel de los textos sagrados y debía ir precedido, antes de su implantación, de una catequesis profunda que capacitara a la comunidad eclesial para la necesaria interpretación de los textos litúrgicos originales. Decía también en su carta que tal catequesis, a seis años del cambio propuesto, aún no había comenzado a realizarse.
Nos consta que Su Santidad Emérita, Benedicto XVI, al enfrentarse a aquella resistencia a acatar su decisión, no optó por imponerla a la fuerza, sino que perseveró con paciencia en su consejo, urgiendo a los obispos a iniciar esa necesaria formación de los fieles.
Pero la situación que nos encontramos hoy, cinco años después de la famosa carta, es distinta. El pueblo cristiano está aún más confundido que entonces, porque en vez de aquella catequesis nutricia urgente, recibió en estos últimos años (los de la crisis) una contra-catequesis intensiva del mundo. Y es por esto que el texto de Benedicto XVI a los obispos de lengua alemana, sin una contextualización que incluya los avatares de la Iglesia en este último quinquenio, no sirve como respuesta única al problema que ha emergido con el nuevo Misal.
Destacaba entonces el papa un triple aspecto en el cambio a "muchos". En primer lugar, al ser los que celebran parte de los 'muchos', reciben la alegría de haber sido llamados inmerecidamente a participar del banquete de la Eucaristía. Un segundo aspecto es la responsabilidad de la misión que emerge al compartir el deseo y el sacrificio redentor de Jesucristo, que es por todos y que ha de realizarse con arreglo a sus misteriosos designios pero contando específicamente con cada uno de los que participan en la Eucaristía. Y finalmente, el hecho de que los que escuchamos la plegaria eucarística, en referencia a la 'muchedumbre incontable' del Apocalipsis, somos muchos y representamos a todos. 
En conclusión, un "muchos y todos" que se encuentran íntimamente asociados en la alegría, la responsabilidad y la promesa, tres actitudes que, según yo lo veo, podrían ponerse en relación con la fe con que vivimos la Eucaristía, la caridad con que nos unimos a Jesús en el altar y el deseo de ver cumplida por la comunión nuestra esperanzadel cielo prometido.
Respecto a todo lo anterior cabe decir que el cambio anunciado para cuaresma es oportuno solamente si estamos los fieles viviendo en verdad esa triple realidad del sacrificio eucarístico.
Sea como sea, la ansiada y ya añeja aspiración catequética de Benedicto XVI en torno a traducción e interpretación está pendiente y parpadeando en rojo. Aunque si estos últimos años, como decía más arriba, no sólo no han servido para avanzar en ella sino que además han aumentado el desconcierto, tal vez esa catequesis ya no sea ahora la acción urgente que los obispos tengan que emprender.
Haber dado a conocer ahora la carta de Benedicto XVI a los obispos alemanes puede disparar una improvisada acción pastoral de catequesis bíblica, pero mucho más interesante sería que suscitara preguntas sobre el porqué de la larga permanencia en el limbo de aquella apremiante exhortación que contenía el texto.
Curiosamente, mientras que la idoneidad del citado documento para explicar la inminente aplicación del pro multis  puede cuestionarse, resulta sin embargo extraordinariamente oportuna para iluminar otra realidad preocupante en el ordenamiento litúrgico actual. 
De pronto, de la noche a la mañana y sin que fuéramos convenientemente avisados, gran parte de las parroquias de Toledo sustituyeron los textos que llevábamos muchos años oyendo en las lecturas de las misas por otros notablemente distintos. Esto sucedió hace unos pocos meses.
Por mi amor a la tradición de la Iglesia y a su misión, el cambio me impactó sobremanera y me puse en contacto con un sacerdote muy formado para transmitirle mi inquietud, pero no me sirvió de nada.
¿Obedece también, como en las primeras traducciones del Misal Romano, a la iniciativa particular de los obispos? Respecto de aquellas traducciones dice expresamente Benedicto XVI que le resultaba a menudo difícil encontrar en ellas un punto de acuerdo y, lo que es peor, encontrar el rastro de los textos originales. Y hace en este punto un comentario crítico: "Se introducen a menudo en la liturgia banalizaciones socavantes que son verdaderas pérdidas" (la traducción es del blog La buhardilla de Jerónimo).
Los nuevos textos me parecen una amputación tremenda de los antiguos, un empobrecimiento abrumador de contenidos y de matices, una traducción tan burda que, cuando menos, precisa de una explicación. En tanto esa explicación, adecuada y convincente, no tenga lugar, seguiré durante bastante tiempo (debido a los ciclos, la lectura que se proclame hoy no se repetirá hasta dentro de tres años) sintiéndome incómodo en el momento de la liturgia de la Palabra, porque me sonará extraña y me hará sentir que me están dando 'gato por liebre'.
Este asunto no es algo anecdótico ni mucho menos; no es para nada una cuestión de gustos o de sensibilidades; no, es algo mucho más serio. En el momento actual, la Iglesia está en el ojo del huracán de un mundo que la ve como un estorbo que hay que suprimir para seguir avanzando en la modernidad, en el progreso hacia la total emancipación de Dios. Y para 'caminar sobre esas agitadas aguas', la Iglesia desde San Pablo nos viene recomendando pertrecharnos con las armas de la luz y entre ellas -y Toledo sabe mucho de eso- con una muy poderosa que es la espada, la espada del Espíritu, que es LA PALABRA DE DIOS. Por eso no es un tema secundario el que estoy exponiendo.  
Con la reforma educativa de Felipe González, se realizó una democratización de la enseñanza consistente en igualar a toda la población por la parte baja del rasero: ¡fuera el 'Usted', aquí somos todos soldados rasos! Y chapoteando en ese barro seguimos... Mucho me temo que con el cambio litúrgico de los textos sagrados se esté operando un trueque semejante a ése de la educación.
En el maremagnum mediático en que hoy nos movemos, Iglesia incluida, cabe pensar que los poderosos vectores centrífugos y/o científicos del mundo puedan estar induciendo ese cambio que, bajo pretexto de un acercamiento a los sencillos, recorte, reduzca y deforme los significados originales de las Escrituras. Lo cierto es que, como en las adaptaciones de los clásicos de la literatura, esas intervenciones casi siempre redundan en mutilaciones irreparables que lo que consiguen es quitar su gracia y su poder a la palabra (que si es Palabra de Dios, una vez pronunciada no regresa a Él sin antes fecundar la Tierra). 
Independientemente de posibles malas influencias en los asuntos de la Iglesia, sería muy tranquilizante, para los fieles que compartimos esta inquietud sobre los nuevos textos, una explicación autorizada. 
En ese sentido, me llama la atención que para disipar mis dudas sobre el salto al pro multis, varios hermanos en la fe me hayan remitido a aquella carta a los obispos alemanes, porque en ella se argumenta la conveniencia de volver a la literalidad de los textos sagrados tras los excesos del concilio y la ruptura de los consensos exegéticos que en su día facilitaron las traducciones y, o mucho me equivoco, o el cambio que se ha dado en la liturgia de la Palabra en Toledo es justamente en sentido contrario.
Habiéndome criado en un ambiente escasamente religioso, aunque en un hogar cristiano, llegado a la adolescencia en tiempos de la Transición, me salí del buen camino y tan sólo volví a él cuando el Señor me puso en una comunidad Neocatecumenal. Muchas veces, en los diez años que estuve allí reconstruyendo mi amistad con Jesús, oí decir que la vida del cristiano se apoyaba en un trípode: La liturgia de la Palabra, la Eucaristía y la Comunidad. Y de esa certeza vienen mis temores, porque si la acción del Espíritu se debilitara por estar empleando una espada mellada -una versión light de la Palabra- aumentaría el riesgo de ser derrotados por el enemigo... Y en cuanto a instruir a la tropa, sería más eficaz si todo el ejército, de arriba a abajo, incluidos mandos, se pusiese como objetivo preferente perfeccionarse continuamente en el manejo de las armas de la luz e instruirse mutuamente por medio del ejemplo y sólo en último lugar con la palabra.
Por lo que respecta a la Eucaristía, ya está también esa pata bailando y de momento la pelota está en el aire. 
Finalmente, en cuanto a la comunidad, queridos hermanos, no perdamos nunca de vista que Jesús salió a los caminos para anunciar que Él era el ungido de Dios, a quien esperábamos para salvarnos; que aprendió sufriendo a hacer la voluntad del Padre y así llegó a dar su vida en la Cruz por nosotros, para unir a los dos pueblos en uno, dando muerte en sí mismo al odio que nos separaba. Y que siendo Él nuestra cabeza, nos dejó la misión de unir a todos en torno suyo, de frenar cualquier división, con alegría y entusiasmo y llegado el caso con nuestra propia vida, la cual nos fue dada por amor, y si por amor la perdiéramos, otra tenemos prometida, la verdadera, eterna y plenamente dichosa. Un saludo fraterno.

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