¿CASOS PERDIDOS?



Levántate, toma tu camilla y echa a andar
Hace unos días publicaba un diario nacional la espléndida noticia de que una de cada cinco personas afectadas de esquizofrenia llegaba a recuperarse totalmente. Y eso me decidió a escribir este artículo.
Yo tuve esquizofrenia y ahora estoy felizmente curado. Lo que supuso en mi vida esta experiencia hace que me sienta agradecido. En ese largo proceso me enriquecí con muchos bienes, pero todos se resumen en uno: Conocí a Jesús, el Amor, un tesoro de valor incalculable, la única fuente capaz de calmar nuestra sed de infinito.
El drama que vive un esquizofrénico consiste en que le pasan cosas que no encajan en una vida normal, lo cual hace que poco a poco se vaya abriendo paso en su mente una teoría que permite ir organizando toda esa experiencia pero que por lo pintoresca que resulta no se puede compartir. Al guardársela uno para sí mismo va engordando hasta que no se puede retener por más tiempo y sale a la luz en forma de lo que se suele llamar locura.
El mío fue un caso típico, en el que tampoco faltó la nota cómica: No me creía Napoleón  pero me imaginaba que la CIA pretendía mis servicios y como yo me negaba a dárselos por considerarlo inmoral, no dejaban de extorsionarme. Cada vez más afligido, por más que le daba vueltas al asunto no lograba encontrar la salida, horrorizado ante la posibilidad de tener que maltratar a gente inocente.
A propósito de esto es fundamental aclarar el origen de las ideaciones delirantes características de la esquizofrenia, ya que ahí precisamente se encuentra la clave para entender y combatir la enfermedad.
Uno observa que le están pasando cosas raras, cosas que exceden con mucho el margen de “lo casual” que es admisible en una vida normal. Esos fenómenos tan perturbadores adquieren la forma de “tal parece que alguien sabe lo que estoy pensando”. Pero aparecen de un modo tan sutil, tan íntimo, que a duras penas tienen significado para alguien más que para uno mismo, lo cual complica increíblemente el pedir ayuda. El caso es que la fractura vital –la escisión− que logran hacer todas esas insidiosas percepciones en el entramado cognitivo del sujeto es una experiencia tan insoportable que obliga al afectado a buscar una explicación. Aunque forzosamente resultará una explicación disparatada siempre será mejor  que vivir en la angustia del “no entiendo por qué me sucede esto”.
La peculiaridad asociada a estos procesos es tal que, de hecho, los hace incomunicables. Porque si la viscosidad de los síntomas, esas incomunicables y perturbadoras casualidades,  es ya un obstáculo serio, a ello se añade la morbidez de su constante mutación, con lo que síntomas y explicaciones van formando una maraña tan intrincada, que cualquier intento por compartirla acabará inevitablemente aumentando la frustración y el desamparo del sujeto. Como consecuencia, la persona se repliega sobre sí misma y de esta manera abona sin querer el terreno para que arraigue su mal.
La planta maligna irá creciendo en secreto y llegará un momento en que ya no se podrá esconder. Ese engendro monstruoso – la doble vida – brotará obscenamente a la vista de todos y se le colgará para siempre el cartel  con el estigma: “Locura que no tiene cura”.
Este es el típico círculo vicioso de este mal que funciona como un cinturón de acero prácticamente irrompible. Pero hasta los metales nobles se corroen y gracias a Dios también la temible esquizofrenia ha empezado a dejar ver su punto débil.
Si tuviéramos la claridad y la valentía de Newton cuando al ver caer una pera pensó que algo tiraba de ella y acertó, hace tiempo que habríamos erradicado el terrible mal de la esquizofrenia.
Estudiar el cerebro humano – compuesto en un 80% de agua – como si se tratase de un trozo de materia informe que a la vuelta de los siglos y por casualidad devino en semejante prodigio, no deja de incomodar al sentido común. Y algo parecido ocurre con el estudio clínico de esta enfermedad que en ningún momento se plantea que esos síntomas grotescos que tanto perturban a los pacientes puedan encerrar un significado  y pueda por tanto seguirse de su estudio alguna conclusión objetiva.
Mientras que nadie duda de que si un bebé recibe besos y caricias resulta favorecido en su crecimiento,  no se suele hacer ese planteamiento a la inversa para dar cuenta de trabas y desgracias personales. Me explico; si del amor de una madre se sigue un beneficio, del odio de alguien forzosamente habría de derivarse un perjuicio. Y a pesar de que estas personas sufren un daño tremendo, un hachazo que trunca sus vidas, sin que se sepa por qué, nadie se atreve a plantear al modo de Newton que alguien pueda estar maltratando a estas personas para llevarlas a la tumba. Obviamente, en este supuesto, la fe nos abre una puerta que de otro modo permanecería cerrada. 
Considerar que las alucinaciones de un esquizofrénico son puro error, o llamar casualidades a las persistentes percepciones extraordinarias que le salen al paso, es obviar el hecho de que donde hay una intencionalidad hay un proyecto. Y la existencia de esa intencionalidad queda patente si consideramos que la concurrencia del conjunto de síntomas asociados a esa enfermedad conduce inexorablemente, de no mediar una intervención médica seria, a la muerte del sujeto. 
En conclusión, lo que perciben estas personas y las enloquece son estímulos que forman parte de un plan perverso diseñado para acabar con ellas. Esos estímulos – físico-químicos en última instancia— son movidos o promovidos por un ser cuyo poder es desproporcionadamente mayor que el nuestro y que no tiene nada de bueno. Este es el quid de la cuestión: Existe Dios y existe el diablo, uno te ama, el otro te odia.
Por si esto fuera poco, el invisible enemigo se alía en su brutal ataque con todo el arsenal propagandístico de la mentalidad dominante, que le hacen una labor de zapa; de tal modo que al estigma habitual que acompaña al loco se añaden en este caso particular dos imágenes muy popularizadas, según las cuales los esquizofrénicos son, de un lado, impredeciblemente violentos y, de otro, personas muy orgullosas, personas muy inteligentes que se creen más que los demás y que por eso “se pasan”. En concreto, esta visión, que se está difundiendo en muchas películas como Una Mente Maravillosa, por citar alguna, acrecienta aún más si cabe el recelo popular y la mala reputación de esta dolencia, lo cual contribuye a endurecer el aislamiento y el acoso de estos pacientes.
No se puede saber cuánto hay de verdad en esos estereotipos interesadamente difundidos; puede que nada o puede que esos rasgos asociados a la enfermedad, no lo estén en mayor grado que en otras muchas dolencias -incluso físicas. En cambio, estoy seguro de que la clave para salir de esta enfermedad está justamente en las virtudes opuestas a la ira y a la soberbia, esto es, en la templanza y en la humildad o, más concretamente, en su hermana gemela la obediencia.
La soberbia, rebeldía o autosuficiencia, es una trampa que nos mete en un pozo muy hondo, un valle oscuro del que no podemos salir por nuestros propios medios. El continuo fracaso y el creciente anhelo por librarse, configuran una existencia en extremo lacerante que trastoca por completo el itinerario vital de estos pacientes.
No existe ninguna terapia capaz de terminar limpiamente con esta patología porque la medicina tiene cerrados los caminos que la harían avanzar. Las terapias actuales se limitan a paliar síntomas y poco más, lo cual supone que la situación se agrava en tiempos de vacas flacas. 
El único modo eficaz de combatir esta enfermedad sería admitir la hipótesis de un fallo a un nivel superior al cortical, que abarque incluso a la cultura como envolvente orgánica de las estructuras donde se configuran las opciones individuales respecto a la trascendencia; en una palabra, contar con Dios para el estudio y tratamiento de esta enfermedad.
Hay otros muchos pozos donde se cuecen tragedias parecidas y desde los que se ve también lejana y envuelta en tinieblas la ansiada cumbre de la salud; y finalmente inaccesible.
Pero lo feliz del caso es que la realidad es bien distinta. Ya hace tiempo que ondea en aquel ansiado pico una bandera y que hay mensajes en el buzón de hierro. Cartas personales que rezuman alegría y que coinciden  en lo importante: “La vía más directa a la SALUD es la sencillez”.
En todos los casos de extravío mental el trayecto a recorrer parte de la ignorancia y se precisa de un guía para terminarlo con éxito. Pero gracias a Dios este software de ayuda nos viene de serie, por la fe, y no falla nunca.
Esta es en síntesis la verdad sobre la esquizofrenia y en general sobre las enfermedades mentales. El que lo crea podrá salvarse a sí mismo y a otros y el que no, se condena a sufrir sin remedio y de por vida una existencia lastimosa.
Hay que advertir e insistir en ello, que aunque la fórmula general recurra a la fe, esto no supone en absoluto y en ningún caso que el remedio sea mágico e inmediato. La curación, apoyados en la fe, vendrá normalmente por cauces ordinarios. O sea, que si de entrada es preciso tomar conciencia de la condición de hijos de Dios – lo que conlleva pasar por el bautismo y realizar un itinerario de formación que nos enseñe a vivir de acuerdo a la verdad de nuestra existencia– es igualmente imprescindible ponerse en manos de un buen médico, pues Dios no invalida la ciencia que Él mismo inventó sino que la conduce a la verdad.
En cuanto al principio y fundamento de la curación, la fe, no valen medias tintas. Si no se está convencido de esto es mejor no seguir adelante. Pero si uno se decide a creer entonces debe dejarse guiar como un niño y desechar cualquier objeción sobrevenida que le pueda apartar del camino que se le indica. Y es aquí donde se hace crucial la importancia de la obediencia, hermana de la humildad.
Por último, como el camino propuesto es tan diferente a los que nos son familiares, para que sea posible perseverar, al que empieza a creer se le enciende una luz en el corazón que le acompañará siempre, mientras crea, y que será como el faro que le guíe hasta que despunte el alba.
Para animar a los indecisos a dar el primer paso de ese maravilloso itinerario he escrito en una jovial biografía los pormenores de mi propia peregrinación. Con mi mayor afecto les invito a todos a leerla con confianza, como si se tratara de la carta que les escribe un amigo contándoles un acontecimiento feliz de su vida. Se titula 153 rosas y está a la venta en la librería pastoral, entre otras.
Un  cordial saludo. 



...los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

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