DESCABALGATA

Toma el dinero y corre


[Fátima, Portugal. 1 de mayo. Blogueando veo esto y me acuerdo de que tenía pendiente actualizarlo. Porque hace poco, en un acto diocesano donde apareció la alcaldesa sin que se la esperara, nos explicó que la Cabalgata de este año había sido apoyada logísticamente por nosotros, los católicos. ¡El colmo!... a no ser que yo me haya perdido algo; aunque no creo. En fin, este mundo al revés, de tanto girar, tal vez vuelva a ponerse derecho. Para eso vivo.]


Hoy es víspera de Reyes. Desde hace días está mi hija esperando que llegue esta noche mágica y naturalmente esta tarde nos ha tocado ir a ver la Cabalgata. Fue ella la que nos  informó de que iba a comenzar "a las seis y media, o sea, a las 18:30”, porque había visto un cartel en Internet que ponía que Sus Majestades iniciarían su desfile a esa hora. Ni qué decir tiene que lo de menos era la localidad, porque la cabalgata es la cabalgata y punto.
Media hora antes de lo anunciado por nuestra hija salía de la Avenida de Portugal la comitiva toledana para durante dos horas hacer las delicias de los niños. O eso pensábamos la mayoría de los que abarrotábamos las calles. Nosotros habíamos elegido un sitio ubicado a unos dos tercios del recorrido y cuando llegamos ya había allí una multitud. De modo que fuimos muchos los que esperamos en terreno inclinado y a pie firme más de hora y cuarto para ver pasar a los Reyes Magos y a su séquito de embajadores y sirvientes.
El “entrañable desfile” consistió en un grotesco pasacalles de marcas comerciales que exhibían obscenamente el triunfo de sus productos sobre una tradición religiosa milenaria: Con una expectación como nunca y tras una abusiva espera, aparecieron los Mickey Mouse y demás héroes de la factoría Disney, el Bob Esponja, las Monster High y un largo etcétera de ídolos infantiles montados en chillones plataformas mal compuestas y de pésimo gusto y lanzando sin parar peligrosas salvas de caramelos con azúcar. Como relleno -ni acordarme quiero- sórdidas presencias de animales avasallados en el rol de “vestigios vergonzantes de un pasado (pretendidamente) idiota”. Y rematando la burla, tres espantajos de feria a modo de reyes magos -que ni un hombre de color ni varones barbados habría en Toledo para encandilar a los niños- que pasaron como una exhalación delante de las inocentes miradas de pequeños y mayores, que aunque algo aturdidos unos y otros sin saber por qué, se contentaban entre sí aprobando el espectáculo.
Si el párrafo anterior está en letra cursiva no es por error. Es que ese trozo se ha sacado de la crónica del desfile de hace dos años que publiqué en Facebook, y que, casi, casi, valdría para el que acabo de presenciar. El único cambio ha sido la sustitución de los animalillos por niños peligrosamente encaramados en camiones mal dispuestos. ¡Ah! y que en vez de un baltasar tiznado había dos señores de raza negra y apocados compartiendo trono. Lo demás igual: sones comerciales atronadores y bocinazos para aturdir y confundir y salvas de disparos de caramelos continuamente para no poder estar tranquilo.
La conclusión que yo saco es la misma que la de hace dos años, y para que pueden verla copio y pego aquella crónica de hace dos años a continuación: 
"Estamos entrando en la recta final del año litúrgico; una serie de lecturas escatológicas nos harán recordar que vamos de camino... Luego vendrá Adviento, Navidad y Reyes, el comienzo de otro año, una nueva oportunidad para enderezar nuestras vidas.
Los niños de mi generación vivíamos con ilusión la época navideña. Sus arraigadas tradiciones, el descanso en familia y el amable tono religioso –en torno a un bebé- impregnándolo todo, nos ayudaban a comprender interiormente el orden benigno que gobierna y sustenta el Cosmos.
Aquel modo de vivir la Navidad rebosaba sentido vital y de una u otra manera beneficiaba a todos, a la sociedad en general. Se podría decir que, de puro útil, si la Navidad no existiera habría que inventarla.
El filósofo judío Viktor Frankl narra cómo su “sentido de la vida” le dio fuerzas para soportar el sufrimiento de la prisión nazi. Esa experiencia ilustra la maldad que conlleva el intento de adulterar o suprimir los signos seculares que venían sirviendo como referentes existenciales en Occidente. Y salta a la vista la relación entre el vacío que dejan esas políticas y el imparable deterioro social que estamos viviendo.
Con la masiva exposición a impactos audio-visuales que sufren nuestros niños, son pocos los que tienen la suerte hoy en día de gustar interiormente el significado de estas fiestas. Tenemos que reconocer además que los católicos no hacemos lo suficiente para frenar esa gran pérdida cultural que sucede ante nuestros ojos. Y para muestra un botón: La Cabalgata de Reyes, en Toledo, Sede Primada de la Iglesia española, ha sido este año una auténtica burla para los creyentes.
El “entrañable desfile” consistió en un grotesco pasacalles de marcas comerciales que exhibían obscenamente el triunfo de sus productos sobre una tradición religiosa milenaria: Con una expectación como nunca y tras una abusiva espera, aparecieron los Mickey Mouse y demás héroes de la factoría Disney, el Bob Esponja, las Monster High y un largo etcétera de ídolos infantiles montados en chillones plataformas mal compuestas y de pésimo gusto y lanzando sin parar peligrosas salvas de caramelos con azúcar. Como relleno -ni acordarme quiero- sórdidas presencias de animales avasallados en el rol de “vestigios vergonzantes de un pasado (pretendidamente) idiota”. Y rematando la burla, tres espantajos de feria a modo de reyes magos -que ni un hombre de color ni varones barbados habría en Toledo para encandilar a los niños- que pasaron como una exhalación delante de las inocentes miradas de pequeños y mayores, que aunque algo aturdidos unos y otros sin saber por qué, se contentaban entre sí aprobando el espectáculo.
Pero estos no son tiempos para lamentaciones, sino tiempos para actuar con determinada determinación, sabiendo que Dios está de nuestra parte.
Si el Ayuntamiento de turno quiere hacer una cabalgata comercial para los suyos, está en su derecho. Pero no llevemos a nuestros niños a ella, para que les quede claro que muchos creemos y queremos otra cosa.
Por cierto, algo parecido sucede con el famoso Halloween, que en su traducción literal al español significa “Víspera de Todos los Santos”. No hay nada de malo en que los niños se disfracen y tengan actividades especiales donde ellos sean protagonistas. Pero muchos no compartimos que sea a costa de dar por bueno lo malo, o de ensalzar el horror. Por eso este sábado mi hija no se disfrazará de bruja sino de María, la dulcísima María, la Madre de Dios y madre nuestra."
(Texto aparecido en Facebook en enero de 2015 y actualizado en octubre del mismo año con motivo del Halloween)






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