¡PARA TÍ, PAPÁ!

El balón, oro y plata o plata y oro; tanto monta, monta tanto, es el hijo quien sale ganando. 

Este fin de semana está siendo muy intenso. El viernes, mientras cocinaba, escuché la canción Mother, del grupo The Police. Me produjo la misma inquietud que de joven, con la diferencia de que ahora le encontré sentido. Como el autor, también yo en mis años mozos experimenté el dramatismo de una relación con mi madre trastocada por una cultura decadente; pero en mi caso, esa herida, muy bien reflejada en el estremecedor tema de Police, pudo ser sanada por la acción de Dios, solicitada por la oración y acontecida felizmente en el último año y medio de la vida de mi madre.
Para este fin de semana yo ya tenía planeado escribir algo sobre los padres -varones- a modo de homenaje al mío, pero tras escuchar la canción Mother comprendí que en el mismo texto tenía que escribir también acerca de las madres. El hombre propone y Dios dispone.

¡Felicidades, papá! Esta carta es mi regalo y espero que te guste.
De niño, aunque eras de pocas palabras y de aspecto severo, yo notaba bien la suavidad de tu corazón; tu mirada limpia, tus manos cálidas y tu trato, me dejaban sentirlo fácilmente. Disfrutaba mucho cuando me llevabas en moto a La Felguera o a San Tirso a ver a tu familia; o cuando participabas de algún modo en nuestros juegos infantiles.
Sé cómo sufriste para sacar tu matrimonio adelante y estuve contigo en tus últimos momentos cuando, imposibilitado por la traqueotomía para hablar, te pusiste a escribir en una hojita una especie de precioso testamento: "Lola, el cariño que te tengo es firme y…"; yo, deseando que terminaras la frase, te pregunté si querías decir que también era verdadero y te encogiste de hombros; tal vez porque viéndote tan cerca del Juez habías extremado tu natural prudencia... Tengo la certeza de que recibiste una sentencia favorable, de que tu amor se dio por bueno. Lo sé porque siento tu ayuda a diario y porque gracias al camino que tú abriste también yo estoy siendo capaz de amar en estos tiempos difíciles para el matrimonio.
Te casaste con mamá ya mayor y a pesar de lo difícil que os debió de resultar la convivencia, conseguisteis con vuestra vida sencilla edificar algo bello, un futuro mejor a través de vuestros hijos. GRACIAS PAPÁ, de todo corazón. Y gracias también a ti, mamá, por ser su esposa fiel hasta el final. Quiero que sepáis que el hogar que fundasteis sigue vivo dentro de mí, que sus sillares sostienen mi vida y me dan una gran seguridad a la hora de seguir poniendo piedras hacia arriba, donde los golpes de viento son más recios. Muchos intentan minar esos cimientos antiguos y 'liquidar' todo vestigio del pasado, pero es tan fuerte la roca sobre la que edificasteis, tan sólida y probadamente segura, que otros muchos estamos dispuestos a resistir en ella.
Hoy, 19 de marzo, en una parroquia importante, ante más de 400 fieles, un vigoroso sacerdote en plenas facultades suprimió de la liturgia la proclamación del Evangelio. Como lo oyen. Y no, no fue un lapsus, sino un paso más en una trayectoria de desobediencia.
El olfato espiritual me había puesto en guardia y al advertir la falta, violentándome, me acerqué al altar a pedirle al sacerdote que nos diera el alimento de la Palabra del Señor.
Curiosamente el día anterior me había comentado un amigo, a propósito de los muchos dimes y diretes que nos vienen inquietando en los últimos tiempos de la Iglesia, que era mejor no desconfiar nunca de los sacerdotes y de los obispos ya que, según él, nunca te van a dar nada malo. Le recordé lo duro que había sido para Santa Teresa tener que corregir ciertas desviaciones de su tiempo y esto le hizo dudar un poco, pero se reafirmó en su actitud de total confianza hacia el clero. Yo, por acotar los términos de la conversación, le pregunté si el orden sacerdotal preservaba del pecado y de hacer daño a los fieles y me dijo que era muy raro que los ministros del Señor causaran algún mal; que sólo en casos muy graves, como negarse a consagrar, habría que evitar su mediación. ¡Fíjate tú!
La Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros y se nos da como alimento en la liturgia de la Misa: en el Evangelio y en la Eucaristía. Ya teníamos precedentes de imposición de privaciones del Pan de la Eucaristía en alguna parroquia madrileña y ahora comprobaba yo mismo que también hay restricciones del Pan de la Palabra. Los que las practican son los descendientes de aquellos sumos sacerdotes y fariseos a los que Jesucristo dirigió la parábola de la viña.
Estos siguen razonando de la misma manera: “Este es el Hijo, lo quitamos de en medio y nos quedamos con la herencia” (Mt. 21, 37). En realidad es al Padre a quien se quiere matar y de hecho hace ya un siglo que se le dio por muerto. Pasará a la historia aquel atrevido anuncio: “Dios ha muerto. Nietsche”, pero en su versión más auténtica: “Nietsche ha muerto. Dios”.
El caso es que dicha batalla, que es de siempre, vive hoy momentos especialmente crudos. En la escaramuza que he comentado, actuaba cooperando a la transgresión un cierto adormecimiento del pueblo de Dios. Es obvio que las cosas no suceden por casualidad y que los cambios importantes se preparan cuidadosamente; y se puede decir con seguridad que hay un plan para eliminar a Dios de la vida de los hombres.
Un cambio de esa envergadura, un cambio, diríamos, crucial, forzosamente ha de comenzar y  notarse más por los cimientos.
Correlativamente, el primer milagro de Jesucristo no sucede en una boda por casualidad; al contrario, en ese acontecimiento se nos revela cuál es la realidad humana elegida y consagrada por Dios para llevar a cabo su plan de salvación: El Matrimonio Sacramental. Esta realidad es asociada por San Pablo con el misterio de la unión entre Cristo y la Iglesia realizada por medio de su encarnación, bautismo y sacrificio redentor.
La vida cristiana es un recorrido entre las tentaciones del desierto y la realidad transfigurada, reflejo de la gloria de Dios. Un recorrido que casados y sacerdotes tienen que hacer y que sólo en la íntima amistad con Jesucristo se puede completar.
A Jesucristo nadie lo puede ya separar de nosotros pero se nos puede hacer muy duro permanecer a su lado. En el matrimonio sacramental se unen tres. Si la fidelidad de Uno es infalible los otros dos recibirán todo tipo de ataques para que se separen entre sí.  
La naturaleza nos ha hecho distintos al hombre y la mujer y en el río revuelto que es a veces la vida puede parecer que es imposible entenderse. Pero no es así. Tenemos a nuestra disposición un manual, un libro de instrucciones, donde se explica paso a paso cómo funciona ese invento sutil y maravilloso que es la relación íntima de vida y amor entre un hombre y una mujer. Interpretar bien esas directrices y vivir de acuerdo con ellas es la clave del éxito humano. 
Dios, por María, nos acaba de dar la ayuda providente de un gran santo que ha dedicado su vida y su muerte a actualizar la buena noticia cristiana: "que se ha franqueado el paso al mundo nuevo y el itinerario a la esperanza ya está trazado"; el icono de ese cuaderno de bitácora es un Jesucristo que levanta al cielo un brazo y apunta con el otro a su Divino Corazón, del que brotan agua y sangre, Bautismo y Eucaristía. 
San Juan Pablo II se esforzó por traducirnos lo que contiene el blog del Jesús de la Divina Misericordia. En ese contexto preparó los nuevos tiempos de la Iglesia con un anuncio profético sobre el Matrimonio: El Nuevo Mundo ha de cimentarse en la teología nueva del Amor Humano y a esta realidad fascinante y distinta se llega entrando por el único Corazón que rebosa perdón y Amor.
Por su parte, el Papa emérito ha dicho recientemente de sí mismo (“Recapitulando”, ÚltimasConversaciones, ed. Mensajero) que su pontificado podría resumirse como "un nuevo estímulo para la fe, una vida desde el centro, desde lo dinámico, un redescubrimiento de Dios en Cristo, o sea, encontrar de nuevo la centralidad de la fe". Y considera que su papado "no pertenece ya al mundo antiguo sin que hasta la fecha el nuevo exista realmente aún"; que “es evidente que la Iglesia está saliendo del antiguo sistema europeo de vida y en esa medida adquiriendo otra figura, de modo que en ella viven ahora formas nuevas; que en Europa lo cristiano desaparece de la esfera pública y la Iglesia se ve obligada a encontrar una nueva forma de presencia; que está en marcha un cambio aunque aún no sabemos a partir de qué momento puede decirse que ha comenzado lo nuevo.”
Y digo yo que si todo va bien, los roles de esposo y esposa, padre y madre, han de ir evolucionando de acuerdo con esa nueva teología del cuerpo y del Amor Humano para restablecer el brillo al proyecto estrella de la creación de Dios, al matrimonio entre hombre y mujer. En este sentido conviene saber que muchos se están ya ocupando de difundir esas prometedoras enseñanzas, de las que puedo decir, tras haberlas vislumbrado en el Máster de Ciencias del Matrimonio del Instituto SJPII, que brillan realmente como un preciosísimo tesoro; pero al mismo tiempo puedo añadir, y también a partir de mi propia experiencia, que permanecerán escondidas al mundo en tanto los cristianos, con esa forma nueva de presencia inspirada por el trato íntimo con el Jesús de la Misericordia, no las hagan visibles con sus vidas.
Que muchos anden diciendo otra vez que ‘el Padre ha muerto’ es una ocasión para que los cristianos, siendo testigos con su vida del burdo error que encierra esa afirmación, hagan sonrojar a los malvados y alumbren el camino de los que buscan a Dios.
Esa es nuestra oportunidad. Y hoy, día del Padre, es un buen momento para que los varones empecemos a recuperar en nuestras casas el trono que nos corresponde, ése desde el que, a imitación de Cristo Rey del Universo, gobernaremos y conduciremos el destino de nuestras familias y de nuestros pueblos hacia un mundo nuevo, poniéndonos, como siervos, a los pies de nuestras esposas y de nuestros hijos.


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