LA LETRA CON SANGRE ENTRA

Marcados con la afrenta desde pequeñitos

La letra con sangre entra...aunque con simpatía entra mejor todavía.
Este tiempo que estamos viviendo es raro. Parece todo como siempre y sin embargo está casi todo al revés. Me refiero a las relaciones entre las personas, sobre todo. Ahí es donde más veo yo que la confusión lo invade todo.
Los que nos acercamos a los sesenta tenemos ya margen para comparar distintos modos de vivir. Lo que yo mejor conozco son las varias etapas de la democracia y puedo decir que no hemos avanzado hacia una democracia más madura sino más bien al contrario. A mi me parece que la gente se inhibe cada vez más de participar en decisiones colectivas porque de alguna manera hay hoy más miedo que antes. Esto es curioso pero es así de hecho, de lo cual sólo se puede inferir que están actuando mecanismos de coherción social perfectamente camuflados. Algunos, como yo, les hemos visto los colmillos de cerca, hemos sufrido también alguna que otra mordida, y sabemos que hay guardianes que no dejan de rondar buscando víctimas para hincarles el diente.
Esos están entre los que dirigen el cotarro en todos los ambientes, aunque los que a mí me son más familiares son los del mundo educativo. Por sus obras se les puede conocer, y les voy a contar una reciente.
De la noche a la mañana se anuncia al grupo de tutores de la ESO que una selección de alumnos va a asistir a una actividad didáctica fuera del centro. Generalmente no hay mucho que opinar al respecto, la dinámica es tal que lo que viene de arriba es 'dicho y hecho'. Lo que se les ocurrió esta vez a nuestros planificadores educativos fue que, como van en acelerado progreso las conductas delictivas de la población y empiezan a verse en la temprana adolescencia, sería una medida educativa útil mostrarles con una clase práctica a qué les conduciría una de esas conductas indeseables. 
El procedimiento sería -y fue- escoger alumnos en riesgo y hacer con ellos el recorrido que en el caso de un desliz tendrían que repetir como acusados: Le verían las orejas a la policía, las barbas al juez, la cara de pocos amigos al carcelero, y a sí mismos entre los sospechosos tras el vidrio ahumado de la rueda de identificación, en fin, todo, todo, con un realismo tan crudo que de verdad mete miedo. 
De los alumnos atendidos por mí, como profesor especialista en Pedagogía Terapéutica, fueron seleccionados varios. Uno de ellos, que precisa medicación para estar tranquilo, después de la larguísima y poco adaptada plática del juez y de la visita al 'museo de los horrores', no estaba en las mejores condiciones para ser amable con todos y tuvo un roce con una compañera. Puede ser que si hubiera sido con un compañero no hubiese pasado nada, pero, ¡ay amigo, con la política hemos topado! Lo cogieron por banda y expulsión gordísima que te crió. Eso fue lo que salió ganando el joven discípulo del maravilloso remedio pedagógico ideado por los bien pagados asesores pedagógicos de turno. No puedo evitar sentirme defraudado, no puedo. Llevo decenas de años intentando cambiar los aires de la educación pero sigue siendo un cuarto oscuro que huele a cerrado. Tal vez ahora, con el aumento de dificultades, se hayan acentuado sus vicios y en vez de avanzar estamos retrocediendo a la vieja filosofía que señalaba al principio, la del palo y tentetieso.
Son estos malos tiempos para ensayar nuevos métodos por lo que veo. Pero es que antes tampoco eran buenos; había dinero y nadie quería cambiar nada. No sé, tal vez lo que nos salve es que aparezca algún héroe que se la juegue o que se desmorone todo el chiringuito -que poco falta.
Lo he dicho otras veces y lo vuelvo a decir. Esos elegantes portavoces y ministros 'chick' de la educación intentan colárnosla haciendo ver que consultan y deciden colegiadamente la mejor educación para España; pero nada de eso. No se consulta nada; alguien manda y el resto del planeta a obedecer y para que nadie se mueva, un buen sistema inspecto-policial que ahogue, antes de que asome la cabeza, todo buen intento de imponer el sentido común en la educación; faltaría más, lo mejor es lo de siempre, que tranquilidad viene de tranca. Y punto.

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