PARA, POR, SEGÚN, SIN, SO


"A tu salud; a la de muchos"
El País de las Cucharas Largas
Una noche, mientras sus padres dormían, Teresa y Domingo salieron de su casa en bicicleta buscando aventuras. Cansados y a punto de dar la vuelta vieron una señal indicando la subida al País de las Cucharas Largas. Cobraron fuerzas por la ilusión de lo desconocido pero la dureza de la pendiente y la soledad del paisaje pronto les hicieron dudar de querer proseguir el ascenso. Afortunadamente, una súbita planicie al dar una curva les dio la bienvenida a la cumbre y al País que anhelaban conocer. En medio de una llanura como de tres campos de fútbol se alzaba una mansión abandonada. Al acercarse levantaron el vuelo las lechuzas y huyeron los roedores y las alimañas. Un gran panel roto avisaba al visitante de que el país estaba dividido: el ala blanca al oriente y la negra al occidente. Entrando en el vestíbulo polvoriento, dos pasillos partiendo de la escalinata conducían a lo recóndito del país. Y eligieron avanzar hacia occidente; gritos, ayes, quejidos y lamentos les acompañaron hasta alcanzar una gran puerta de madera de ébano. Se miraron temblorosos y uniendo sus fuerzas la empujaron para entrar. El chirrido que produjo ahogó su grito de horror al contemplar algo inaudito: una gran sala con muchos comensales en torno a una mesa repleta de manjares, que no podían comer porque el instrumento para hacerlo, una larguísima cuchara atada a sus manos, les impedía acercar la porción de comida a sus bocas. Aquellas personas se estaban muriendo de hambre y de angustia y los niños huyeron espantados al instante. 
Llegando al hall de nuevo se animaron a recorrer el otro pasillo: esta vez, canciones, risas, poemas y algazara les fueron levantando el ánimo. La puerta de marfil era semejante a la anterior y la sala también. Todo igual excepto que los comensales se alimentaban unos a otros. El amor, en el servicio mutuo, era la gran diferencia. Los niños se sintieron transportados a la eternidad y solo el amoroso tono de la voz materna les suavizó el despertar de aquellos sueños. 
La misa más patética y descarnada que he vivido jamás fue la de un domingo en la gran basílica de la Santísima Trinidad de Fátima. Dispuesto todo como uno de esos enormes auditorios, el oficiante aburrió a la "audiencia" hasta casi la muerte, de la que sólo habrían de salvarse los que tuvieran una fe sólida en la presencia de Cristo en la Eucaristía. Los invitados en aquel festín agonizábamos como los del cuento, extenuados y abatidos por la imposibilidad de recibir ayuda y sustento. Yo, entre ellos, volví a sentirme apenado por la constatación de la debilidad del pueblo de Dios. Y me propuse internamente adherirme aun más, con todas mis fuerzas, al Señor.
Es lamentable que las acciones del Papa le estén alzando como a un ídolo, que es justo lo que Dios reprueba y castiga para nuestro bien. El único eco suyo -mediático y periférico- digno de ser propagado a los cuatro vientos no debería ser otro que, explicado en dos palabras, ¡sólo Dios!
La sequedad de la liturgia que va extendiéndose cada vez más es la sequedad de nuestras almas, la desolación que avanza, el desierto ardiente que nos prueba y vence a muchos. Y la tentación es que Jesús no está con nosotros en ese camino; que no nos asiste ni nos alimenta y que, como nosotros no hagamos algo por nosotros mismos, nos moriremos. La tentación es que el Padre ni es bueno ni nos quiere; y por tanto no nos salvará.
Pero el que cree tiene vida eterna, y así, el que escucha al Padre y aprende, se acerca a Cristo y  Él lo resucitará en el último día: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre; "Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él...el que me come vivirá por mí.
Hay cosas en nuestra religión que son intocables; pero ya decía el sabio que los problemas de la humanidad se deben a que no sabemos estarnos tranquilos en nuestra habitación esperando y así surgen continuamente dudas que nos mueven a buscarle cinco pies al gato. Por eso la recomendación de aquel viejo sacerdote de tener como referente la fe de nuestros mayores es hoy más importante que nunca. Y en este sentido me parece admirable la carta que acabo de leer en el comentario semanal que hace Don Luis Lucendo en Facebook explicando las lecturas del domingo. En ella una madre dedica unas palabras muy atinadas a su hijo con motivo de su Primera Comunión, palabras sencillas y veraces, como la fe de siempre que profesamos. Éstas son:
“Querido hijo: eres el mayor regalo que tu padre y yo hemos recibido de Dios. El día en que tú naciste una inmensa alegría llenó nuestras vidas. Han pasado muy rápido los años. Parece que fue ayer.
Sé que esperas mucho de mí como madre y como cristiana. Ante tus preguntas me gustaría darte siempre respuestas que te hicieran feliz, poder ahorrarte sufrimientos, contarte que en el mundo las personas viven en paz, comparten el pan y sus derechos son respetados… Pero debes saber que más cerca de lo que tú piensas hay problemas, odio e injusticias. Por ello debes aportar lo mejor de ti mismo para hacer un mundo mejor. 
En la Eucaristía, Jesús se hace pan y vino, se hace compañero en nuestra vida, en nuestras miserias y alegrías. Nunca te sentirás solo, porque Él se ha quedado contigo y te da alimento y fuerza. Que Él sea siempre tu mejor amigo.
Cuando recibas la comunión, no olvides que lo haces en comunidad, que cada comunión te une a Jesús y a todos los que están recibiendo su Cuerpo y su Sangre contigo. Ama a la Iglesia y sé tú también pan y vino, alimento para los demás, para edificar la gran Familia de Jesús. 
Sabes que tu padre y yo te miramos siempre con ternura e inmenso amor y que cuentas siempre con nosotros. Hijo, en este día de tu Primera Comunión quiero decirte que ames siempre a Jesús, que no te canses de orar, que participes cada domingo en la Misa, que seas un hombre de Bien. Que siembres amor por los caminos de la vida, porque sólo la bondad llenará tu vida de alegría.”

Para, por, según, sin, so 
El "pan" que comemos en la Eucaristía es una materia que, como todas, 'no se crea ni se destruye sino que sólo se transforma'. La transformación que experimenta esa harina amasada con agua es la más espectacular que se conoce en el Universo, pues se transustancia y pasa a ser verdadera carne y sangre de Cristo, hombre y Dios vivo y verdadero. Al que se lo come creyendo que en ese pedacito de materia con apariencia de pan está verdaderamente Jesucristo, le pasan dos cosas: primera, que la metabolización de esa materia hace que su cuerpo se una al de Jesús, con lo cual adquiere la humanidad y la divinidad de Él y con esta última la inmortalidad. Y segunda, que creyendo en su propia inmortalidad, inexorablemente su vida se irá transformando hasta hacerse igual a Jesús, también en cuanto a morir él mismo para darle vida al mundo. Conviene insistir en que al comulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo no estamos haciendo algo simbólico sino algo real, si es que al recibir el sacramento hay fe y estado de gracia. Al "ingerir" a Jesús nos transformamos en Él, no metafóricamente sino verdaderamente
El testimonio del evangelio de Juan acerca de Jesús no deja lugar a dudas: "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". Luego si yo como de ese pan que Jesucristo da para la vida del mundo, viviré por él. Por esta razón yo voy a misa a diario, porque necesito mucho de ese alimento; porque me siento débil. 
Pero ahora estoy confuso. Ayer proclamó la Iglesia este pasaje evangélico que estoy comentando: Juan 6, 51. Y después de medio siglo de estar recibiendo a Jesús en la Eucaristía, me resonaron esas famosas palabras del discurso del Pan de Vida con 'otro aire', simplemente porque en vez de la preposición para el sacerdote pronunció la preposición por
Hasta ahora yo venía entendiendo que Jesucristo, hoy, da su carne para la vida del mundo. Hoy muere para que yo lo coma y viva por Él. Pero eso que yo asumía como verdad inmutable es lo que de pronto -con el nuevo Leccionario- tengo que confrontar con esto otro: "Jesucristo murió hace dos mil años para salvarnos de la muerte"; murió por dar vida al mundo. Y el problema es que a mí no me parece que esto sea lo mismo que lo de antes y si alguien me lo puede aclarar, no sabe cuánto se lo agradecería.
El meollo de mi inquietud es que después de este por venga un según: según se mire, sí pero no; y después sin, o sea, que no; para terminar en so, so pena de excomunión, por ejemplo. Pero en fin, sabios doctores tiene la Iglesia que nos sabrán explicar, y si no, siempre nos quedará Jesucristo, el primero y el último.



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