APOCALIPSIS DOWN


Un mundo al rojo vivo


[Donde se Reúnen los Hombres es el título de mi último libro. Es un homenaje a todos los que, en el nombre de Dios, aúnan sus fuerzas para hacer un mundo mejor y quiero compartir con los seguidores de Fíate su final. En él acontece, por voluntad de Dios, que se aborte en Toledo un plan diabólico para acabar con la civilización cristiana.] 
« Todo había sido pensado al milímetro. De Madrid y otros puntos habían ido llegando durante la mañana importantes personalidades que entraban en Presidencia para no salir ya en meses.
El oficial que recogió la denuncia presentada por Feliciano tenía ese día poco trabajo y se entretuvo en leer el amplio dossier adjunto. Quéle hizo creer que aquel fabuloso relato podía tener algo de real, no lo sabe nadie. Pero aquel empleado, tras meditar unos instantes, descolgó un teléfono y habló con el decano de los jueces, un hombre respetado por todos y a punto de jubilarse. Habiendo recibido inmediatamente por fax los documentos de la denuncia y tras examinarlos un rato, Don Justiniano acudió a misa para pedir por sus difuntos como era su costumbre en ese día. Y asombrosamente, tras la comunión, recibió una iluminación para comprender el alcance de los acontecimientos que Don Feliciano había relatado.
Cuando salía de la Iglesia para dirigirse al Palacio de Justicia, una tremenda explosión hizo temblar los cimientos de la ciudad. El antiguo convento de San Gil había volado por los aires, dando el pistoletazo de salida al día de angustia en el que se extendería la desolación por el mundo entero, sometido a la ira de Dios.
Don Justiniano no detuvo el paso al oír el estruendo, consciente de que eso iba a pasar. Al contrario, se apresuró para llegar a su despacho y comenzó la tarea más importante de toda su vida. Disponía escasamente de unas horas para intentar frenar el holocausto de la civilización cristiana.
Su disciplinada mente, acostumbrada a trabajar con método, esbozó en unos minutos los pasos que era preciso dar para, contando con la ayuda de Dios, intentar evitar lo que parecía inevitable.
No necesitó conectarse a Internet para saber que la ciudad de Alepo y muchos cientos de kilómetros a la redonda, acababan de elevar al cielo un sombrero negro de ala ancha que asombraría y aterraría al mundo entero. Pero la eclosión nuclear en cadena que estaba programada para borrar de la Tierra los restos de un mundo prácticamente agotado, llevaría algo más de tiempo; el necesario para que las reservas de virtud, inteligencia y valor aún presentes en el mundo, aprovechadas con maestría y coordinadas por la acción del Espíritu Santo, pudieran evitar un final en falso de la historia.
Contra todo pronóstico, en las horas siguientes sucedería el más prodigioso tiempo conocido en el largo devenir de la humanidad. Una cadena sinfín de asombrosos acontecimientos milagrosos, cuajados de maravillosos azares, conversiones grandiosas, gestas sobrehumanas y hechos sobrenaturales, sincronizada y enlazada mediante una combinación arcana de algoritmos celestes, pudo frenar el más soberbio y siniestro engranaje que jamás mente humana hubiera podido imaginar y que en no más de veintidós horas hubiera borrado de sobre la faz de la Tierra el atribulado mundo conocido.
Intentar reconstruir la cadena de sucesos que fraguó aquella epopeya sería tanto como entender la mente de Dios: imposible. La sensibilidad de Don Justiniano, un cristiano auténtico, le había dado conocimiento sobre personas y sucesos que, en el gran momento que Dios le concedió, sirvió para accionar el resorte de la intervención divina por medio de hombres de buena voluntad que habitaban en el silencio de la Tierra.
   Cuando Don Minervo hubo concluido aquella fatídica videoconferencia, se reclinó en su sillón pensando que había hecho un buen trabajo. En ese preciso instante recibió una llamada comunicándole que la minúscula piedrecita que se había interpuesto en su camino y que no había sabido apartar a tiempo, rodaba ya por la pendiente abajo arrastrando consigo un aluvión de vida y amenazando su obra.
   En aquel Día de Difuntos, España, en Toledo, se afligía de nuevo ‘con nostalgia de Sión’; las guitarras, olvidadas de sus dueños, yacían silenciosas y cubiertas de polvo…
No sabiendo Feliciano a dónde ir después de haberse vaciado en el juzgado, se dirigió hacia su casa, pero, pareciéndole que eso no era lo mejor, pasó de largo al llegar a su calle y siguió hasta el cementerio. Desde el altozano del Campo Santo, ya se veía clarear el nuevo día en las lomas de enfrente. Las urracas, que empezaban a despertarse, llenaban el aire de malos augurios con su torpe canto. Feliciano entró en la capilla y se quedó un rato allí, a solas con María y con Jesús, con los ángeles y los santos. Estaba extenuado por la fuerte tensión que venía arrastrando desde hacía tiempo y se sentó cerca del sagrario, sin intentar pensar en nada. Tenía una extraña sensación de paz mezclada con asombro. Después de un rato dirigió algunas torpes oraciones al cielo, sobre todo a María, y ya sin saber qué hacer, salió y se puso a deambular por los solitarios caminos del cementerio. Más de una vez se había entretenido mirando las inscripciones de las tumbas y sus formas. Aquella mañana, una fresca brisa y muchas flores frescas, le dieron una saludable bienvenida, como embajador de los muchos familiares que hoy se esperaban y nunca llegarían…
La avenida principal descendía desde la ermita y luego subía en pendiente prolongada hasta el centro del recinto, donde convergían los principales caminos. Cerca de ese sitio, se alzaba un túmulo con forma de pirámide que había sido erigido al terminar la guerra para homenajear a los soldados muertos para mayor gloria de Dios. Aquel monumento funerario le impresionaba y como otras veces, se detuvo allí. Leyó con atención la inscripción y la relación de nombres grabados en la piedra, y espontáneamente se puso a rezar, haciendo suya la misión de aquellos hombres: “Padre Nuestro
Sintió en torno a sí una presencia y le pareció ver la sombra del jardinero que empezaba su trabajo. Absorto y de rodillas, siguió rezando: “no nos dejes caer en la tentación, más líbranos…”, pero no llegó a terminar su oración porque Dios ya le había escuchado. Sonó un disparo, seco y duro, que retumbó por todo el cementerio, seguido de un aleteo de aves y silencio. El cuerpo de Feliciano se inclinó hacia delante y, por unos instantes, se sostuvo con la frente  apoyada sobre el mármol que cubría el monumento. Luego resbaló hacia un lado y cayó a tierra, con el rostro mirando al cielo…
Ahí terminaba la historia de Don Feliciano. Y ahora me toca a mí completarla, aunque lo tengo muy fácil, porque sólo quedan por decir tres palabras: “…del mal. Amén”.
Esperaban los buitres hambrientos descender pronto a devorar su comida. La ciudad sumergida en las sombras que el viejo pecado del hombre había construido bajo el Triángulo de Oro, sería para muchos de sus habitantes la antesala de otra, aún más honda y sórdida, de cuya existencia no habían querido saber nada. Para el resto volvería a amanecer en la gran luz de la Misericordia del Señor.
Don Minervo era un empedernido cazador que ansiaba endiosarse en la más grande cacería que vieran los siglos. Pero Dios no se lo permitió. En cambio sí que aceptó el ofrecimiento que el humilde plumillaFeliciano le hiciera para arrancar de las garras del león a muchas almas despistadas.
Y terminado el lance, cuando los buitres bajaron a comer, en lugar del gran festín que estaba anunciado, se encontraron con un cuerpo flaco, con tan poca carne, que si hubiera sido el de Don Quijote no habría tenido menos. »
(Este libro se publicó en el 2016, mucho antes de que yo conociera al Juez Decano personalmente, y ya no es el último de mis libros.)

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