OH DIOS u ODIOS

La ley del péndulo...
Lo que explica que el debate educativo esté siempre abierto es la naturaleza de su objeto. La calidad de una educación es materia opinable y  subordinada al grado en que satisfaga las aspiraciones del que la juzgue. En una sociedad cohesionada es fácil llegar a acuerdos, en una que está dividida, no tanto.
Básicamente hay dos modelos siempre en liza: el que cree en la Ley Natural y el que sólo reconoce la ley escrita.
Decir que hay que elegir entre una educación arcaica y 'la moderna educación digital' es enmascarar el verdadero debate: Tenemos que elegir entre educar con alegría y confianza o con miedo; desde el amor o desde el temor, para la libertad interior o para la servidumbre de unas leyes siempre injustas.
Poner la educación al servicio de la producción de bienes es renunciar a lo más noble de nuestra condición. Por lo demás ¿cabe concebir un progreso sostenido en un mundo deshumanizado?
Intentando implantar sociedades perfectas se estremeció el S. XX, y a pesar de eso, ¡oh Dios! todo parece indicar que un nuevo ensayo está en marcha y que está ya próximo el apagón de la civilización cristiana. Se estrecha el círculo de lo que se puede hacer "por libre" y el inconsciente colectivo percibe cada vez con más fuerza la acción oculta de una mano negra intentando hacerse con el "ordenador raíz" para gobernar el mundo a su antojo, para borrar definitivamente del mapa todo lo personal: lo que nos diferencia de los animales y nos asemeja a Dios; lo que nos hace libres para preferir la muerte a la esclavitud egoísta y destructora de los vicios.
En la entrevista que le hicieron al autor de este escrito el año pasado con motivo de las elecciones de director en su instituto, un inspector se expresó así: "En su proyecto habla usted de conductas indeseables y las pone en relación con la Inteligencia Emocional y con las Inteligencias Múltiples de Gardner. ¿A qué se refiere concretamente y cómo piensa aplicar la empatía para prevenir los desórdenes que se producen en los cambios de clase? Y la respuesta que obtuvo fue la siguiente:
Que se tire un petardo y su sacudida alcance incluso al director y resuene durante días, es algo indeseable. A menudo estoy por los pasillos en esos tiempos muertos del horario de los chicos. Cuando veo una pelea entre ellos acudo corriendo a interponerme y me obligo a mí mismo a refrenar mi natural impulso a corregir con acritud; en vez de eso preparo una buena sonrisa e intento calmar los ánimos y contemporizar con el causante. Lo hago convencido de que no estoy empleando un truco sino que simplemente estoy siendo correcto. Esa persona que altera el orden ha elaborado muy probablemente su comportamiento tras una larga historia de desencuentros y tiene derecho a ser escuchado e interpelado en su urbanidad.
Este retazo de aquella conversación viene aquí a colación a propósito de los modelos educativos en pugna. Porque el 30 de junio pasado se enteró el claustro de la Laboral de que para el presente curso íbamos a tener por Jefe de Estudios de la ESO a un joven profesor recién llegado al centro. Su predecesora ya tenía en su haber nueve años de intensa dedicación, en la que destacó por su accesibilidad. El mismo que esto escribe, al ver en aquellas elecciones antes citadas neutralizado , y finalmente truncado, su desinteresado intento de responsabilizarse de la gestión del centro, hubo de ofrecer su persona para ocupar la jefatura, a la sazón ya vacante, al   director que las autoridades terminarían eligiendo a su antojo. Hizo su oferta pensando que la línea dinámica de trabajo que le era propia podría funcionar bien con el alumnado más joven. Pero no tuvo ocasión de comprobarlo. El nuevo equipo se decantó pronto por una gestión garantista de la ley, donde las normas -aunque caducas y las actuales mucho más que otras- hacían a un tiempo de divisa y de ancla en que afirmarse en caso de tormenta.
Desechada su propuesta, continuó llevando el testigo la ya veterana en el cargo y ahora se lo acaba de pasar al profesor ya mencionado. 
1º y 2º de la ESO son los niveles más delicados en el instituto. En ellos tienen lugar el 99% de los fracasos y un tanto por ciento también muy alto de los conflictos escolares.
El nombramiento del nuevo cargo fue una sorpresa. ¿Cómo y por qué, en menos de un curso, se le encontró idóneo para ese puesto? 
Se le veía siempre con los de su departamento. Se encontraba puntualmente con la mayoría de ellos al recreo en la cafetería y no hacía falta fijarse mucho para advertir su actitud desenfadada y su camaradería. Es de suponer que en las distintas reuniones preceptivas se comportara de la misma manera, lo cual, sin duda, ya es un dato.
Al margen de ese círculo de relación, su figura daba más bien la impresión de alguien que va a lo suyo; lo que podría ser otro dato.
Los que compartían pasillos con él podían sentirse incómodos con más frecuencia de lo deseable al oír sus voces, como de un león rugiente, poniendo en pavorosa huida a algún chiquillo de primero, a menudo por algo tan nimio como no haber sabido esperarle dentro del aula. 
Ese proceder suyo revela inmediatamente dos errores a nivel pedagógico: uno, el desaprovechar la ocasión para educar en el valor de las normas para una buena convivencia; y dos, el modelado negativo en la formación de las actitudes que conforman la creatividad. 
Y ya vamos enlazando con el porqué de esta elección en el contexto de los modelos educativos. 
La apuesta por las normas, que en España, después de ingentes gastos materiales y personales, no han sabido conducir a la sociedad al cambio que necesitaba, encaja con el perfil de autoridad que detenta este profesor: 
No se considera a los alumnos en su dignidad personal, pues de lo contrario no se les humillaría gratuitamente; se opta por una aplicación descarnada de las normas, ignorando el espíritu que las informa, practicando, de hecho, un ejercicio abusivo de la autoridad.
En los episodios antes mencionados, la desproporción entre la falta y la corrección, y el contenido social que llevaban aparejado, inculcan una actitud servil ante la autoridad y abonan el odio y el resentimiento en los tiernos corazones de los alumnos así tratados.
En cuanto a la esfera socio-afectiva y a la construcción de una identidad positiva, esas experiencias abruman los ánimos y minan la necesaria auto-confianza que la conducta emprendedora exige. En definitiva, educar así hace un flaco favor a nuestra sociedad, tan mermada en talentos productivos.
Tal vez unido a esa falta de empatía que asola y fomenta el aislamiento de los alumnos vaya unido el partidismo que parece ser un rasgo destacado de este profesor. El corporativismo, la fidelidad a los suyos por encima de todo, encaja con esa descalificación de la persona que yerra.
En un colectivo siempre hay distintas sensibilidades, pero a pesar de eso, durante decenios han existido acuerdos tácitos sobre lo importante, que ahora se están rompiendo. Que se insulte a los alumnos se venía considerando vergonzoso, pero al reconvenir el que esto escribe al susodicho profesor en una Junta de Evaluación por exhibir esos modales, recibió de él una insólita respuesta que confirma esa impresión de que un nuevo estilo se abre paso. Dijo: ¿Acaso no voy a poder yo expresarme como quiera entre mis compañeras?
Por una parte, se alinea con el beligerante grupo de los que retuercen el Lenguaje para mostrar su desacuerdo con el uso del masculino con valor genérico, por considerarlo discriminatorio; pero por otro lado insulta y humilla a los alumnos ante sus iguales. Además de faltar al respeto a los que están siendo evaluados para su bien y el de la sociedad, cuando es recriminado por ello justifica con vehemencia su falta. 
En la sesión evaluativa de hoy ha protagonizado un hecho semejante otra profesora, quien siguiendo las huellas de este nuevo líder, hizo callar a quien defendía el respeto que se debe a los alumnos. Dicho jefe se sumó a la contestación del mismo modo insolente de la otra vez, con la diferencia de que ahora ya goza el debutante de un coro de incondicionales que lo respalda. Son jóvenes éstos, pero ¡oh Dios, líbranos de sus odios!

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