PANCULTURA

Funcionarios felices



- ¡Uauhhh, Donnie, qué golpe, te has puesto el eagle a huevo!
- Yeah! ¡Genial! Absolutely! Your turn, Geordie...
- Sí... oye Donnie, me parece que se están torciendo las cosas.
- Vamos, vamos, no te agobies, va perfectamente todo. Bueno, ¿lanzas o qué?
- Sí, sí... es que... se me está haciendo largo ¿sabes?; perdona, Donnie.
- Lo que me está cargando a mí es lo del gordito ése, el chino, cómo se llama... ping-pong o algo así ¿no?
- Pyongyang.
- Sí, eso. ¿Tú invitarías a un tipo así a tu yate? Bah, es raro de narices, no sé, ... ¿se te ocurre algo para quitarlo de en medio?
- Hay que ganarse al Putin. Le tienen pillado por la oreja, ya sabes, entre orientales se entienden bien. El problema es que el ruso es una mezcla enrevesada...tan pronto se mete en el burdel como en la capilla...y tampoco acabamos de quitarnos las capillas de encima.
- ¿Cómo? Vamos, vamos, no me vengas ahora con ésas... ¿no estaba ya zanjado ese asunto?
- Síí...bueno, casi está... pero seguimos pringados hasta las cejas con esa bazofia de la familia, los abuelos, las pensiones... ya sabes, toda esa chusma de españoles, italianos, polacos... y sus Vírgenes.
[Caminan en silencio hasta el green. Donnie pierde el eagle e incluso el birdie ...]

Se quejan los abuelos españoles de que no tienen retiro, de que curran un montón con los nietos; se quejan pero apoquinan. En Alemania, en cambio, se dan razones y deciden: "Yo crié a mis hijos, ahora les toca a ellos criar a los suyos; se siente"; y se vienen a España a disfrutar de la jubilación.
Metido hasta los tuétanos de los pueblos católicos hay un modo de ser que se ha ido formando en siglos de historia, la pancultura o cultura del pan cotidiano.
Es realmente un sustrato idóneo para la producción de buenos ciudadanos. Las familias, al modo de viveros de empresas, proporcionan a sus miembros todo lo necesario para prosperar en el día a día. Si piden jamón, les dan jamón, si besos, besos, si fútbol, fútbol... y si los niños dan la lata se les aguanta como se puede.
Acogen a sus miembros desde que nacen y los alimentan con leche materna o maternal. Intervienen también desde el principio los abuelos. Unos y otros salen con ellos al parque y les guían en sus primeras miradas y en sus primeros pasos. Estimulan sus sonrisas y balbuceos; les aplauden los pinitos en el lenguaje y los logros en habilidades sociales, al saludar o corresponder a un gesto de amistad. Viejos y jóvenes juegan al balón con ellos, les echan carreras, bailan y hacen el tonto si hace falta. Durante unos añitos acompañan a las crías más con el corazón que con la cabeza... porque ya vendrán tiempos donde el angelito tendrá que estudiar y dar el do de pecho.
Y sí, vienen muy pronto esos tiempos en que el maravilloso mundo imaginado en la infancia se llena de brumas. Pero entonces están también allí los familiares. Se ponen de acuerdo para vivir en un entorno cercano, de modo que puedan apoyarse cuando sea necesario. Y aunque muchas veces se tensionen demasiado sus lazos, en la mayoría de los casos resisten, o se restablecen después de un tiempo de separación. Y muy a menudo ese miembro más débil suele encontrar un refugio donde recomponer sus fragmentos rotos. En esas circunstancias percibe en torno a sí una envolvente afectiva desinteresada, silenciosa la mayor parte del tiempo, paciente aunque no pasiva, comprensiva aunque no dulzona. Y todo eso le hace robustecerse poco a poco y si Dios quiere salir de sí mismo y dar fruto abundante para la sociedad.
La pancultura extiende sus raíces sin parar; forma una red invisible muy bien trabada, por donde circula una savia común; savia siempre nueva y siempre antigua, que dota como de un sexto sentido a sus miembros para que distingan a los benefactores de los detractores.
Esta cultura compite en todos los escenarios: política, ciencia, economía, saber... Y es siempre el enemigo a batir. No se le nombra, para que no se cohesione más, pues el único modo de tumbarla es dividirla. Pero todos sus enemigos la reconocen y la temen. Lleva siglos venciendo en todas las batallas y más se crece cuanto más acervo es el ataque del enemigo. Sus héroes más conspicuos no son caudillos crueles sino santos de altar y sus leyes se renuevan continuamente sin dejar de ser las mismas de siempre.
Existe también una internacional pancultural. Su existencia no depende -aunque tampoco lo desprecia- de un instrumento tecnológico sofisticado de comunicación. Sus miembros interactúan de un modo multiforme y eficaz gracias a una señal que traspasa la órbita de la Tierra...
Y no sólo en eso es una cultura súper-avanzada sino que en su misterioso diseño, puede parecer que se ha extinguido definitivamente y eclosionar de pronto en una primavera eterna.

[Regresando los dos al club en su carrito de golf.]
- ¿Sabes, Geordie? He estado pensando en el asunto... y he llegado a la conclusión de que si no hubiera niños no habría problema...
- Sí, está muy bien pensado... pero ya se ha intentado muchas veces y siempre termina produciéndose el efecto contrario.
[Silencio de nuevo. Parados delante del club.]
- ¿Y si no hubiera abuelos?
- Bueno, en esas estamos y hemos avanzado mucho; pero como te decía antes, este asunto es un marrón. Aplastas aquí o allí y se levanta del otro lado; tocas a los abuelos y medran los maestros...
- ¡Los maestros! ¿qué me estás diciendo?, bromeas.
- No Donnie, no; es como te digo y no hace tanto tiempo aquí pasaba lo mismo. Es una plaga y no damos a basto.
[Se arrellanan en dos grandes butacas de enea en el jardín y les sirven el cóctel de siempre. Al poco rato:]
- Geordie, los niños tienen que nacer adultos...
- Eres tremendo, Donnie, te ha llevado unos minutos lo que a mí años. Pues bien, sí, un diez por ciento ya están naciendo adultos, a otros los hacemos y una mayoría lo eligen ellos. Pero el resto, junto con los maestros...
-  ... a esos basta con subirles el sueldo.
-  ... subirles el sueldo, el sueldo dices ¡pues claro! ¡que genialidad! si es lo que hicimos en España para empezar la democracia y quedó el país patas arriba...
- La democracia, Geordie, eso es la clave, inflarlos de democracia. Y se acabaron todos los problemas.

Hoy estuve en Hacienda. En tanto duren las obras de reparación del palacio, atienden al público en una sala improvisada, no mayor que un aula de instituto. Los mismos funcionarios distantes de siempre están ahora repartidos en un puzzle de mesas vecinas mal encajadas. Esa precariedad les resta comodidad pero les está haciendo mucho bien. Mientras esperaba mi turno tuve ocasión de presenciar muchos gestos cordiales, bromas, sonrisas y comentarios alegres. No tardarán en volver a la normalidad de siempre pero con el paso del tiempo recordarán que cuando se vino abajo el techo del palacio ellos recuperaron por unos días su condición de funcionarios felices.

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