HOY CUMPLO 24

¡¡Estáis todos invitados al banquete de mis bodas con el Señor!!
La razón por la que en cuanto volví de Asturias me detuvieron y me llevaron a la Comisaría no la diré por ahora. El caso es que me negaron el Habeas Corpus, me quitaron ciertas pertenencias, me ficharon y me metieron entre rejas. 
La estrategia del 'malo' siempre se basa en el miedo. De haberme detenido el viernes, como había sido su intención, muy probablemente me hubiera pasado todo el fin de semana en los calabozos de la Policía, pero Dios no se lo permitió. En vez de eso, entré de lunes por la mañana y salí después de comer; justo a tiempo para ir a buscar a mi niña al colegio como de costumbre. 
Lo de la comida merece un comentario aparte. Creo que era un punto importante dentro de su plan diabólico de asustar a la víctima. A su hora, me preguntaron si quería comer y dije que sí. Sabemos que hoy en día los reclusos reciben un buen trato en general y aunque yo no estaba nada seguro de que me fueran a dar un plato de gusto, tampoco me imaginaba lo que me tenían preparado. Me trajeron una bandejita precocinada en la que había algunos garbanzos y no sé qué más. Si yo no hubiera estado entrenado a comer con sobriedad y acostumbrado a los sacrificios, no hubiera podido superar aquel mal trago. Sólo consigo recordar otra ocasión en mi vida, también muy apurada, en que tuve que comer algo muy malo; aunque no tanto. El plato que me sirvieron, frío, era realmente vomitivo. No puedo describirlo. Sólo diré que para poder tragármelo "hice" que cada bocado se convirtiera para mí en un beso en las llagas de Cristo. 
Estaba a punto de terminar de comer cuando juzgaron que ya había tenido bastante, y me soltaron.
Hay muchas razones por las que la vida de las personas puede salir del "área de comfort" y complicarse. En no pocas ocasiones esto sucede sin buscarlo y en otras se debe a la voluntad de vivir de acuerdo a las propias ideas. Pero en mi caso no fue ni una cosa ni otra.
Arrojado en el mar de la vida, había intentado yo sin éxito durante años poner rumbo a puerto seguro. Al final, después de varios naufragios, y amenazado por otro temporal, cedí el timón de mi barquilla a un gentilhombre que muy amablemente me convenció para que me dejara guiar. Grabado a fuego en mi alma tengo ese momento, con fecha y hora. El momento de mi vuelta a la 'casa paterna'. 
Desde aquel día se podría decir que dejé de anhelar demostrar al mundo lo listo que soy. Y emprendí el camino de aceptar que otro me diga lo que tengo que hacer. Pasé de vivir por mí mismo a vivir por la fe en el Hijo de Dios vivo que entregó su vida por mí. Y esto en la práctica se concretaba en que mis decisiones, sobre todo las grandes, tenían que ser fruto de la oración. Los sucesos que desencadenaron mi encierro se entienden sólo como eslabones de esa cadena que me unía, ataba y aseguraba al patrón de mi vida.
Gracias a esa cadena he podido adentrarme en terreno enemigo sin perecer. Para que vislumbrara el poder del mal y sus consecuencias me llevó Dios por distintos sórdidos parajes. Y desde luego que de no haberle tenido a mi lado no lo hubiera podido soportar. Asomarse siquiera a ese abismo produce un vértigo escalofriante; su contemplación espanta a los espíritus nobles. Pero la pedagogía de Dios es sublime y en muchas situaciones difíciles de estos últimos siete años de combate, he sacado las fuerzas para luchar de ese conocimiento rudimentario del misterio del mal que Dios en estos años me fue proporcionando en dosis.
Insisto en que nada de lo que en estos años he vivido puede explicarse cabalmente desde criterios exclusivamente humanos. Y si alguien osa hacerlo es muy probable que su intención no sea buena y que no vaya buscando la verdad.
He comenzado estas confesiones con ejemplos claros de que tras la apariencia de bien se esconden a menudo la violencia y el vicio, la injusticia fruto de la soberbia.
El movimiento interior que me impulsó a comprometer seriamente mi comodidad en este lance al borde de la ley fue el resultado de un itinerario de experimentación espiritual que comenzó hace veinticuatro años, el 21 de octubre de 1993, para ser exactos. Ese fue el día que abandoné el timón del barco. Desde entonces voy hacia donde no sé por donde no sé. Es cierto que muchas veces he estado tentado de recuperar el mando, pero he podido resistir la tentación, gracias a Dios. Y no sólo sigo teniendo fe sino que cada vez se me hace más patente que antes de que yo piense algo, Él ya sabe cuál va a ser la decisión final y el porqué último de la misma.
Así pues, el 'fregao' en el que me metí -y del que aun no he salido- por mi confianza en Cristo, y que por momentos me hace sentir vivamente que mi vida corre peligro, no fue una heroicidad, aunque arrechuchos me costara. En realidad, habiéndolo decidido en el nombre de Jesús, hasta la más mínima moción interior -pensamientos, emociones y cualquier estado de mi ser - terminaba resultando celestialmente urdida y programada para el éxito. El que tenga oídos para oír, que oiga.
Luego, el que empezara yo a vivir como un personaje de un thriller importa muy poco -aunque si alguien busca emociones le puedo animar a que lo pruebe- y si ha sido así es porque la personalidad que Dios me dio y que Él conoce al dedillo, se presta a ello.
Ciertamente, mis andanzas de estos últimos siete años dan para un libro, que si Dios quiere será la segunda parte de 153 rosas, esa trilogía de mi vida que algunas almas nobles desean ver completa; aunque confieso que me entra yuyu sólo de pensar que haya una tercera parte... pero en fin, sólo Dios sabe.





  




















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