ORANTES Vs ARROGANTES

Entre tus manos está mi vida, Señor.
Nací y me crié en un hogar cristiano de una zona poco religiosa. Mi infancia estuvo marcada por la sencillez y la alegría y fue tan buena que tendría que ser yo un maestro de la palabra para describirla. No le faltó de nada: ni gozo, ni dolor; ni las alegrías serenas más profundas, ni las más profundas tristezas. A la paleta del cuadro de mi infancia no le caben más colores y, sin embargo, en lo material no fue tan rica.
Al tiempo que dejaba yo de ser niño, en los 70, empezaba a haber más dinero y se abría un ciclo de mayor bienestar material pero de menos paz. Para mí los sobresaltos no se hicieron esperar: choques con la realidad e inquietud, tiempos en los que se tambalearon mis cimientos y el peligro pasó a formar parte de mi vida. Me vi metido en una dura travesía y sólo gracias a la fe que recibí de niño, y con la ayuda de muchos y mucha paciencia, logré volver a la senda buena.
Me decía hoy un alumno, viendo el cuadro sinóptico de la historia de nuestra literatura, que faltaban las características de la sociedad del S XXI. Y le respondí, recordando una cita de A. Malraux, que en estos dieciocho años se aprecia una tensión entre la vuelta a la fe y la nada, entre la luz y la oscuridad; y que la señal de esa lucha es la confusión reinante, la turbiedad, que explica que nuestro juicio moral sobre una misma realidad oscile fácilmente sin encontrar su punto de equilibrio.
El libro de texto en cuestión recorría en dos páginas y con siete colores, doce siglos de historia: El teocentrismo de la EM, el humanismo del Renacimiento, la desilusión del Barroco, el Racionalismo de la Ilustración, la reacción del Romanticismo, la vuelta del Realismo y las Vanguardias del S XX; doce siglos de búsqueda de La Verdad. Y habiendo sido el XX un siglo tan terrible, no sería raro que el actual se volviera a Dios, cuyo culto fue ciertamente el centro de esa gran historia cultural de Occidente. Y tampoco sería de extrañar que la alternativa a esa opción fuera realmente la nada predicha por Malraux.
Los jóvenes en la actualidad experimentan como nunca la aridez de crecer. Se encuentran un campo en malas condiciones para el cultivo. Las relaciones sociales se han endurecido y el horizonte no es nada halagüeño. Creen en la importancia del aprendizaje porque es lo que oyen en sus casas de unos padres que ya han visto la dureza de la vida. Pero no entendiendo por qué no consiguen implicarse más a fondo en su formación, fácilmente se persuaden de que la culpa es suya.
Si la caridad consiste no sólo en no hacer daño sino en sacar al otro de su error, resulta contraproducente iniciar campañas de utilidad social que no tengan en cuenta cómo van a interpretar el mensaje los receptores. Si a un chico le invitas a reflexionar sobre su conducta en clase, sin otro criterio para enjuiciarla que el mandato puro y duro de obrar bien que pesa en su conciencia, provocas que se auto-inculpe y se desanime.
La culpa es hoy un instrumento de control. En el currículum educativo hace tiempo que se van eliminando los contenidos que puedan aportar referencias para adquirir una idea del mundo con arreglo a un criterio ético. Empezando por los libros de texto, que ofrecen tanta profusión de  datos que distraen la atención de lo fundamental y hacen inviable la reflexión sobre el porqué de las cosas. En el caso de la literatura, la mayoría de los alumnos de secundaria salen sin haber probado ni siquiera el gusto por ella, porque lo que se les ofrece de ella es lo más externo, lo más desabrido, un montón de datos, y los chicos apenas alcanzan a imaginar que el meollo y la importancia de esa materia es que les habla a ellos en su propia realidad, en las cosas que les parecen importantes y les preocupan. Además, esos textos son densos sobre todo en desaciertos, contribuyendo a dispersar las ya inquietas imaginaciones de los chicos con ejemplos rebuscados y difíciles, con datos complicados y minuciosos, abrumando no sólo a los alumnos sino también a los profesores.  Para colmo se editan sin corregir. En el cuadro sinóptico del que he hablado, por ejemplo, se atribuyen al romanticismo las características del realismo, haciendo con una cosa y otra que el abordaje del libro sea realmente una pesadilla para muchos alumnos. Los libros por una parte, y la supresión de horas de materias humanísticas de otra, son dos aspectos importantes de lo que pretendo ilustrar.
La marginación educativa de la esfera ética, siendo que nuestra naturaleza no la puede soslayar, supone dejar desorientados y a merced de la manipulación a los ciudadanos.
Una falta de convivencia puede tener una muy distinta calificación moral en función de las circunstancias. Si el que examina el caso tiene "el ojo enfermo", el juicio no resultará justo. Si los ciudadanos, en vez de una caridad social que les saque del error, se encuentran con el apremio de reclamos materiales incesantes y su entorno humano lo va siendo cada vez menos, perderán la capacidad de discernir el bien del mal. Poco a poco se irán inclinando a considerar bueno lo que encaje con su punto de vista y éste estará tanto más desenfocado cuanto más centrados en sí mismos vivan su existencia.
Hace tiempo que me rondaba la idea de escribir sobre la arrogancia, una cualidad que permite distinguir claramente las buenas o malas intenciones de las personas. Y de pronto caí en la cuenta de que a-rrogante es el que no ruega.
A la luz de ese hallazgo etimológico se puede ver la pertinencia del título de este artículo. El que ruega, espera obtener lo que pide y trabaja entre tanto con paciencia y paz para conseguirlo. En cambio, el arrogante, el que no ora, confía sólo en sus propias fuerzas y no duda en emplearlas con violencia para conseguir sus propósitos. "Los malvados cierran sus entrañas y hablan con boca arrogante; se hacen la ilusión de que su culpa no será descubierta ni aborrecida, que Dios aparta los ojos para no ver el oprobio de los inocentes... pero se equivocan y de pronto les sobrevendrá tal ruina que ya no podrán levantarse" (Del libro de los Salmos).
Todos nos damos cuenta de que nuestras acciones tienen un significado en términos de bien y mal, pero si en algún momento experimentamos angustia por el peso de una decisión, encontramos más fácilmente el consejo del que quita hierro al mal que podemos hacer que el del que carga con parte de nuestro peso para edificarnos con su ejemplo.
El mal, ciertamente, es contagioso, pero en la oscuridad. Sin embargo, cuando alguien decide romper esa cadena del mal y acepta en nombre de La Verdad y del Bien el vilipendio y el castigo públicos, y sin límite, resulta levantado en medio del pueblo como una bandera que atrae las miradas hacia sí y muestra, con su sufrimiento, que hay otro camino distinto al políticamente correcto. En la historia del hombre sobre la tierra nunca han faltado estos ejemplos,  ni faltarán, gracias a Dios.













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