¡NO PASARÁN!

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

Como una metáfora de la vida misma, del año que se terminaba, volvió a recorrer ayer las empinadas calles de Toledo la popular San Silvestre. En los últimos repechos llevaba cada atleta a hombros el sufrimiento de la vida: padres anónimos que ofrecían por su familia aquel dolor del camino; matrimonios que se esforzaban por acompasarse; jóvenes echándole ganas para creer en un futuro más halagüeño; médicos y profesores luchando a contracorriente para dar ejemplo; padres empujando a sus hijos en un carrito y el corazón de éstos bombeando como loco para dar vida a sus padres... A la vera del recorrido vi todo eso y me puse a gritar cada vez más alto: ¡Ánimo! ¡bravo! ¡ya lo tenéis! ¡ánimo, por vuestros seres queridos! ¡un último esfuerzo! ¡por los enfermos, por los refugiados, por los pobres! ¡arriba esos corazones! ¡bravo, gracias, gracias por vuestro esfuerzo! Salía ronca mi voz de tanto gritar pero me sentía dentro de la carrera. Muchos corredores correspondieron a mi entusiasmo con aplausos, palabras o gestos; y el público, en general, aprobaba mi actitud. Entre tantas personas, sólo vi un gesto de desaprobación, y el que lo hizo se volvió hacia el que corría a su lado, como para recibir confirmación de que verdaderamente el loco era yo y no él. 
El 2017 fue otro año de aúpa. Tampoco en él habían conseguido los corazones encontrar dónde reposar y llovieron de nuevo ascuas sobre España. Un silencio grave ha seguido extendiéndose como una manta sobre nosotros, para usurparnos, junto con la alegría, las ganas de vivir y las fuerzas para luchar. La discrepancia ha seguido haciéndose cada vez más escasa y costosa. Achicados, hemos ido dejándonos meter un poco más bajo 'la sombra del padre', y medio hechizados y asustados, hemos ido entregando sin resistencia nuestras armas a ridículos 'salvadores de la patria', que van saliendo sin parar de sus trincheras a nuestro alrededor.
En esta agonía hemos estrenado año, de la mano de Santa María, Madre de Dios; aquella jovencita que, anhelando ser toda para su Dios, había sido dada en matrimonio a un hombre 'justo' y por no contrariar a sus santos padres a quienes tanto quería, se había dejado hacer, descansando en su Señor sus inquietudes; y que por su fe, sencillez y mansedumbre, recibiría de un Ángel la propuesta de Dios de ser Su madre, por lo que, habiéndola aceptado, otros ángeles anunciarían a unos pastores el nacimiento del Salvador del mundo y creyendo éstos la noticia, encontrarían al Rey, le adorarían y se irían dando gloria a Dios por lo que habían visto y oído, de tal modo que aquel gran misterio quedó entre gente sencilla; y María lo guardó en su corazón para irlo meditando.
Un silencio sagrado envolverá siempre el Misterio de Belén, uno que en nada se parece a este otro que nos quieren imponer ahora -como sagrado también- para realizar la construcción de una nueva humanidad. Distan entre sí como el cielo de la tierra. Mientras que aquel hito irrepetible en vez de negar lo antiguo lo asumió totalmente, renovándolo, éste, para empezar, tiene que destruir todo vestigio de lo anterior. Con la maternidad de María, la humanidad, herida ciertamente por el pecado y llena de miserias, nació a una nueva existencia sin dejar de ser lo que era. En aquel proyecto único, que habiéndose cumplido no ha pasado ni pasará nunca, un niño como todos nacido de una mujer como todas -aunque sin pecado ambos, claro- viviría su vida como cualquier otro y experimentaría la misma muerte que todos tenemos que pasar y, justo entonces, en el momento de la destrucción de su cuerpo, explotaría en Él esa vida que llevaba en germen y que ya no dejará jamás de existir, el auténtico y definitivo bigbang. En cambio, el proyecto secreto en marcha, de renovación de la existencia humana en el mundo -que verdaderamente se ha hecho aborrecible por nuestro egoísmo- necesita en primer lugar negar la verdad de aquel suceso histórico definitivo y trascendente. Aducen que es falso porque de no serlo no seguiríamos como al principio y argumentan que solamente oscuros intereses lo mantienen vivo en algunas conciencias; en consecuencia, defienden que es preciso derribar todos los altares de ese dios falso para comenzar de cero una nueva y verdadera vida; en fin, que es preciso negar y demoler la enojosa cruz
¡Incautos!, dan con hueso esos obstinados arquitectos. Los miles de corazones que ayer corrieron por Toledo, hermanados con los del resto de España, portaban aquel mismo germen de vida, aquel sentido puesto de manifiesto hace veinte siglos, según el cual el sufrimiento dejó de ser veneno mortal al ser asumido por el amor y premiar Dios ese sacrificio con la resurrección; y los atletas, en medio del agobio de la carrera, se sintieron reconfortados por la exhortación nacida del gentío -¡por vuestros seres queridos, por vuestros hijos, por vuestras familias!, ¡ánimo, no tengáis miedo!- y queda probado por las gracias que dieron. 
España es uno de los últimos bastiones a conquistar, donde aún subsiste la fe en el poder salvífico de la cruz.
El km '0' es el centro de todos los caminos de España. Desde el año 1965 se transmiten desde allí las doce campanadas de Año Nuevo. Millones de españoles hemos crecido participando en Nochevieja del festejo televisado de un año más de paz en ese centro simbólico de España que es la Puerta del Sol. Siempre abarrotada, desbordante de gozo, quien más quien menos todos teníamos un sitio en ella, en un proyecto común y fraterno. Pero este año ese espectáculo se nos sirvió enmohecido. La frescura con que habitualmente se presentaba había sido hábilmente adulterada. En vez de la habitual explosión de alegría se nos sirvió un evento desvaído, lánguida imagen de lo que fue en su día y reflejo de lo que está aconteciendo.
Hace algunos años, al ver a Ramón presentando ese acto, tuve para mí clarísima la razón de que le hubieran elegido a él y no a otro. Con elegante capa española y su fácil sonrisa de caninos afilados, y acompañado por una mujer seductora envuelta en lujo, era imposible no asociar su imagen con la del Conde de los Cárpatos. La siniestra pareja servía así a la perfección para poner el broche de oro al año paganizante en curso. 
Que Ramón siguiera siendo el elegido durante bastantes años, no teniendo ya presencia habitual en televisión, se explica por esa razón. Al icono del mal al que tan bien servía su imagen se le fueron añadiendo sucesivamente otras 'mejoras', como la ominosa concesión de carta blanca a la superstición del pueblo, con la exigencia de portar gorro rojo a los asistentes.   
Se interrumpió esa larga serie de apariciones el año pasado, tal vez porque después de la batalla del desgobierno en España, no estaba el horno para bollos. Pero ayer reapareció el personaje.
Todo parecía como siempre, aunque en realidad no era así. Los antaño imponentes colmillos del presentador se escondían ahora como sombras fugitivas en la cueva de su boca, ellos y los de al lado no exhibían blancura alguna sino esquiva ausencia de belleza. Ramón había perdido su natural sonrisa, aunque conservaba su locuacidad, y su compañera, aunque rubia y roja a rabiar, tampoco daba ya, por el peso de los años, la imagen tortuosa pretendida. Aquellos no llegaban ni a parientes pobres de Drácula. Entonces ¿qué? Pues que en el día de ayer, la fiesta española de fin de año estaba siendo archivada también como vestigio caduco de un tiempo agotado. Por eso la emblemática Puerta del Sol aparecía ensombrecida, con apenas media entrada y con un público frío que no parecía divertirse mucho. 
Pero ¡hay que ver! ese cambio de tan profundo calado aconteció esa noche sin que nos diéramos cuenta, del mismo modo en que viene entrando la impostura: haciendo que todo parezca igual para que todo cambie; justo lo contrario de lo que vino siendo la regla durante siglos: "que todo cambie para que todo siga igual", el mismo perro con distinto collar. 
Y en el colmo del siniestro acto, mientras los mansos y crédulos españoles preparábamos las 'preciadas' uvas y Ramón y Anne nos recordaban lo de los cuartos previos a las campanadas, centrados ya en el reloj con un punto de euforia y confiados en que su precisa mecánica nos sincronizaría para el proyecto del nuevo año, hipnotizados con la bola metálica que inicia el conteo de los tañidos y con la boca abierta para recibir pulpa, pellejo y pepitas, apenas reparamos en que nuestro vetusto artilugio del tiempo estaba siendo hostigado por irreverentes proyecciones de láser que, "en plan inocente", estaban ciscándose en la solemnidad del acto cívico que las sólidas agujas estaban orquestando. Como decíamos, es típico de estos nuevos tiempos que todo parezca normal mientras se le está dando la vuelta como a un calcetín; la amenaza insidiosa es muy típica del impostor proyecto que pesa sobre España.
Sólo se me ocurre, recordando un documental que nos han hecho ver estos días los medios de comunicación sobre la Guerra Civil, traer a colación unas palabras que, según parece, han pronunciado gargantas, quiero creer que honradas, de ambos bandos de aquella locura colectiva: ¡No pasarán! 
A ti, Santísima Madre de Dios, te lo pedimos con fe: ¡No permitas que los enemigos de la Cruz venzan sobre tus hijos! ¡Socórrenos, sálvanos, intercede por nosotros! Amén 




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