¿QUÉ TAL TODO...TU MUJER, TUS HIJOS?


Vivir es amar...

El objetivo de la política es lograr una vida en paz para los ciudadanos. Y la tarea y el arte de los ciudadanos es articular esa paz de sus hogares con el bien común. 
Varones y mujeres mantienen una tensión constante para no perder el equilibrio entre esas dos grandes ocupaciones de sus vidas. No es fácil y a menudo son los traumas sobrevenidos los que nos fuerzan a recolocarnos. 
Creo que la educación es la mejor garantía de paz. De ella depende que en las personas se integren adecuadamente las dimensiones que hacen posible ese equilibrio socio-familiar básico para la buena convivencia. Y por educación me refiero a toda acción que "haga crecer" al individuo hacia ese bien supremo de la paz en libertad. En este sentido son agentes educativos los sistemas escolares pero también las familias, los medios de comunicación, las personas en general, los hábitats y ciertas instituciones filantrópicas.
Tengo la sensación de que, en el sentido profundo del término, no hemos mejorado en educación a pesar de la modernidad. Y como consecuencia, vivimos en sociedades más inestables y tenemos mayor inquietud anímica.
¿Qué cosas son mejorables en la educación? El concepto de moda grid -pasión para crecer- apunta a la necesidad de dotar de un sentido global o final todo lo que hacemos, de tener una meta que sea al tiempo fuente de energía. Se me antoja difícil hallar esa piedra filosofal sin acudir a un enamoramiento permanente de alguien que me quiera tal cual soy, con mis insuperables imperfecciones. Creo que los expertos rondan esta idea sin poder encontrar para el papel de amado alguien mejor que el propio yo liberado de ataduras legales -lo cual es una contradicción si consideramos como fin de la educación la convivencia en paz. El caso es que en esa búsqueda hemos estado y podemos seguir estando, años, transitando por caminos que no llevan a ninguna parte y empeñándonos en que tiene que haber alguna salida a la medida de nuestra cabeza.
Dejo este excurso de filosofía educativa para volver al cauce principal. En la medida en que la educación no nos eleva -no nos hace crecer- se resienten tanto la esfera personal como la social. Y si esa tendencia a la baja no se corrige, las disfunciones empiezan a ser dramáticas, en ambos niveles.
Observando la historia contemporánea encontramos razones para dudar de que pueda existir esa puerta a la felicidad al alcance de nuestra inteligencia. La sociedad del conocimiento enfrenta desafíos tales que le obligan a deponer su arrogancia.
Si miro hacia atrás, a mis casi 57 años, descubro una pulsión social que ha ido cambiando hasta ahora sin lograr zafarse del error.  Con acentos diversos, el error ha estado siempre presente y lo identifico con la negativa a reconocer como una parte connatural del ser humano la realidad del pecado, el hecho moral, según el cual lo que hacemos tiene siempre unas consecuencias buenas o malas para la sociedad y para nosotros mismos. En mi infancia un amplio porcentaje de la población vivía contenido; al morir Franco empezó a darse una transferencia de esa opresión hacia los más débiles -los no-natos, los no activos y, últimamente, los no útiles. Distingo, marcando la historia de personas y pueblos, un ansia de felicidad que excluye la contemplación del sufrimiento como formando parte de ella. En consecuencia, por negar la realidad misma, cada vez se desconfigura más la visión tradicional del hombre sin que las alternativas exploradas susciten el necesario consenso. Y esta pérdida se traduce en desigualdades y en engaño estructurales.
Para una convivencia eficaz no basta con "no meterse con nadie", sino que cada uno, en la medida de sus posibilidades, está llamado a socorrer en todo a los demás. No hablo de limosna sino de restituir en su dignidad a quienes la tengan quebrantada. Y aquí las posibilidades de arrimar el hombro son tantas como cosas nos ayudan a encontrarnos bien, desde una sonrisa o un saludo, hasta un modo honesto de hacer política.
En este camino de emancipación de los pueblos forzosamente ha de estar presente un concepto común de verdad. ¿Cómo ayudar 'de verdad' a alguien? Pilatos y el fariseo, invasor el uno y jefe el otro, de Judea, expresaron a Jesús sus dudas de que tal cosa como La Verdad existiera. En el primer caso respondió Jesús con la mansedumbre ante la ofensa y en el segundo con la parábola del Buen Samaritano: "Bajaba un hombre de Judea a Samaria (pueblo rival) cuando fue asaltado y malherido por un ladrón. Un levita y después un sacerdote, al verle en la cuneta, dieron un rodeo. Pasó luego un samaritano que le socorrió". ¿Quién actuó conforme a la Verdad? Los dos primeros tenían razones de peso -de Estado- para actuar así (cumplían la ley) El samaritano, en razón de su enemistad, también las tenía, pero reaccionó con el corazón ante el dolor del prójimo. Y esta respuesta suscita consenso y acuerdo. A propósito de esto hay que decir que la disyuntiva o dilema es siempre personal. Cada uno en sus circunstancias ha de evaluar cuál es su respuesta "de corazón". La cuestión no es 'Acojamos a todos los inmigrantes', por ejemplo, sino: 'En conciencia, qué puedo hacer yo para hacer mayor bien a todos'.
La conciencia es un reflejo de Dios en nosotros e ignorarla nos destruye. Acallar su voz produce deformidades crecientes, cuya resolución termina siendo trágica. La mentira es el síntoma de ese mal. Cuanto más se extiende más se acerca el desastre. Destaparla es un servicio precioso a la sociedad y encubrirla o fomentarla, un crimen de lesa humanidad. La mentira engendra soledad y la soledad muerte. La cultura adolece hoy de verdad por negarnos a reconocer nuestras miserias. Como solución, la era digital pretende abolir la conciencia, a base de sedantes cada vez más potentes. Pero la realidad virtual no es la realidad; detrás de cada tilde que aparece en una pantalla hay una persona poniéndola y no un ángel; hay fragilidad y error insuperables. Aunque en nuestra loca carrera consigamos recorrer uno por uno los astros de la vía láctea buscando vida, no la hallaremos. El Agua de la Vida está sólo en la fuente que mana sin cesar en nuestro corazón cuando amamos. Sólo ese agua calmará nuestra sed de felicidad y nos renovará las fuerzas para amar, para vivir.
La verdad que ofende, titulaba su texto un columnista hoy, y lo remataba diciendo '¿Jubilarse a los 70 estaría bien? Para empezar sí.'
Números, sólo eso importa, aunque detrás haya ancianos cargados de penas y achaques. El político no repara en el galopante malestar en que vivimos, le da igual. Tiene miedo porque no hay dinero, así que fustiga al asno para que camine; cuando le haya sacado todo el jugo lo sacrificará y se subirá a otro.
Pero sus cálculos son erróneos. La mentira es la que ofende, hiende, separa, divide, aisla y mata. La Verdad no ofende sino que cura, consuela, vigoriza y es fecunda. Porque Verdad hay sólo una y une; mientras que 'verdades' hay tantas como soledades asustadas; que por miedo reclaman que se les haga caso, y por miedo se imponen con violencia, convirtiéndose en mentiras, paisajes desérticos que desertizan lo próximo, al prójimo. Es urgente anunciar que Dios se ha hecho hombre y está vivo, esperando que le abramos la puerta para entrar y cenar con nosotros y ahuyentar nuestras soledades y nuestros bandos.
Cuando yo era un muchacho, en el instituto, en el cambio de clases coreábamos de guasa: "We aren't machines, we aren't machines". Ya barruntábamos la que se nos venía encima y ahora confirmo que el perverso engranaje no se para. A no ser que alguien resuelva dejar de formar parte de él. Quién sabe...tal vez por nuestros seres queridos.















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