EL SIGNO DE LOS TIEMPOS

No somos ni más ni menos que nadie
La realidad del país se conoce muy bien cuando te pones al lado del que sufre. No hace falta que hagas nada, sin que sepas cómo ni por qué te empiezan a llover desgracias y te dan ganas de renegar de tu fe. 
No sucede eso por casualidad; Jesús nos lo advierte en el Evangelio: Nuestra lucha es contra las potencias del mal. Si tú eliges la bandera blanca tendrás en contra sí o sí los poderes de este mundo. Amenazas y acoso en el trabajo; tensiones y divisiones en tu propia familia; aislamiento y difamación en tus círculos sociales. ¿Pero cómo se enteran gentes de a pie de que yo en mi interior estoy de parte de los débiles? Ay, amigo; eso es un misterio pero, te parezca mágico o no, sucede. Mientras mantengas firmes tus convicciones en favor del bien, la verdad y la libertad, te irás ganando enemigos hasta aborrecer tu vida. Y en la medida en que aflojes tu pasión por los bienes más altos te encontrarás más aliviado...para caer al final en las garras del destructor. 
Todo eso es más exacto que las matemáticas.
Si uno persevera en esa aventura se va adiestrando para la pelea, se le robustece el brazo, se le afinan los sentidos y se le agudiza el ingenio; en sintonía con el Evangelio.
Entonces ya no necesita acudir a expertos para entender qué está pasando; sus propias experiencias le dan la luz suficiente para interpretar los hechos del presente y anticipar los del futuro; y si algo no se ve claro al instante, la paciente espera acaba por desvelarle lo que encierran.
Los ancianos, durante milenios, tuvieron un lugar prominente en la organización de los pueblos. Es asombroso el beneficio que se sigue de atender un buen consejo. Y el trato vejatorio que hoy les damos es un síntoma de lo mal que va la batalla por la vida. Apartamos a los que podrían ayudarnos y firmamos cheques en blanco a gurúes mediáticos que cobran por pontificar.
Estos clubs de expertos son los nuevos sacerdotes de la ley. Lo dice la ciencia...¡caiga sobre este apóstata el peso de la ley!
Por eso es hora de levantar el dedo y decir con sencillez "Pues yo pienso otra cosa". Y aguantar lo que venga, que es la única forma de vivir tranquilo con la propia conciencia. Porque ¿de qué me vale a mí ganar el mundo entero si voy a vivir 24 horas con uno que me está diciendo: "Te has vendido, te has traicionado a ti mismo, ¡no vales para nada!"
Y la verdad de uno, si participa de la Verdad que es Jesús, es una luz que se ve a kilómetros cuando todo está oscuro.
En España, como en el resto del mundo rico, hace tiempo que la libertad es prácticamente inexistente. Puede parecer que no, pero se comprueba que sí cuando, como dije al principio, uno se alinea con todas sus fuerzas con los débiles: Ponte a reclamar, anunciar una iniciativa importante, denunciar atropellos, pedir cuentas, proponer mejoras y verás cuánta es tu libertad. El cinturón en torno al ciudadano corriente es de hierro y cada vez más apretado. Quieres litigar contra los poderosos, no tienes ni para pagar las cartas certificadas. La ley es papel mojado. 
Se puede objetar que si todos nos unimos...¡Para, para!, porque ese es el quid del asunto. La división ha llegado a ser el principal mal de este tiempo. Ya ni siquiera se habla con el vecino, ni en las familias, ni por supuesto en el trabajo, donde el que manda, manda y no hay diálogo que valga.
Había un sustrato tradicional conformado por la común creencia en Dios, Padre Todopoderoso. Eso daba cohesión porque nos hacía a todos hermanos de una gran y buena familia. Pero esto se está muriendo, está en los estertores y haría falta un milagro para revivirlo, porque la Iglesia que subsiste es testimonial y poco operativa. Aunque después de todo tenemos suerte, porque Dios está deseando hacer esos milagros. Y entre todos, el milagro que más desea es devolverte a ti y a mí la fe en que Él lo puede todo, hasta incluso hacerte inmensamente feliz en medio de un mundo descreído y doliente, y sin tener que evadirte de los problemas.










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