EDUCACIÓN: STATUS QUESTIONIS

El difícil trabajo de educar 

Al oír a una maestra decir que los niños aprenden a base de repetir los ejercicios e ir corrigiendo los errores, la imaginación me llevó a una clase silenciosa donde durante cinco horas los niños se inclinaban aplicadamente sobre sus cuadernos y no dejaban de progresar. Obviamente faltaba algo en mi composición de lugar. La educación en las escuelas es otra cosa. Tanto es así que, a pesar de llevar 33 años en la docencia, la descripción del fenómeno de lo que acontece en las aulas me supera.
Vino a verme la inspectora diez minutos y mientras yo explicaba los ríos de España se pasó por los pupitres mirando los cuadernos y tomando notas, luego me pidió las programaciones y se marchó. ¿Qué fue lo que vio? ¿Qué saberes iniciáticos son los suyos para penetrar así mi labor docente?
Lo último serio en cuanto a instrucciones sobre la enseñanza nos obliga a formar y evaluar competencias. O sea, saberes prácticos. Al sistema escolar se le pide que desarrolle en los niños la capacidad de desenvolverse y de resolver en la vida real. Esto, sumando al currículum explícito el latente, en un entorno inclusivo, sin perder de vista la transversalidad de una ciudadanía solidaria, crítica, emprendedora, respetuosa con el medio ambiente y no discriminadora bajo ningún concepto, desde infantil a la Universidad, garantizaría la empleabilidad y el desarrollo sostenible.
Los docentes tenemos ese encargo, nada menos. Y cada cual verá cómo responde. Porque si uno se toma en serio su labor y su vida, no le bastará con que no le llamen la atención los jefes, sino que querrá de verdad contribuir a que ese fin social de la enseñanza se lleve a cabo.
Pero, como suele suceder que cuando uno se propone una meta muy ambiciosa termine frustrado y buscando ideales menos altos, cabe pensar que lo que pasa en las aulas está muy lejos de responder al sublime encargo que se nos ha encomendado. Y que cada uno en su clase se apaña como puede, y es un asunto muy delicado y complejo valorar cuál es la contribución de un docente al desafío educativo. 
Hubo un tiempo en que esto que digo se consideraban melindres, que el rodillo del gobierno aplanaba cualquier saliente molesto. Y así "coincidía" bastante bien la ley con lo que se hacía en las aulas. Pero con los trastazos que desde entonces nos hemos ido dando la cosa ha cambiado.
El gobierno ya no es aquél; la sociedad tampoco; los alumnos son distintos; y el futuro no es de color de rosa.
Ahora puede resultar obsceno desechar una opinión educativa dispar y se opta por acallarla de forma silenciosa. Pero el momento que vivimos es tan dolorosamente "abierto" que urge volver al ágora; pretender soluciones unilaterales es una huida, una cobardía que hay que combatir a cualquier precio; porque la constante histórica social del recurso a la fuerza bruta está actuando hoy en el mundo con más intensidad que nunca y con medios mucho más sofisticados y violentos.
Esa fuerza ya no se localiza en un bando sino que se ejerce sobre los ciudadanos desde poderes de aparente signo contrario. La falta de información generalizada; la desinformación que llena su hueco; la confusión y el miedo latentes, desorientan y empujan a aceptar los discursos políticos vacíos. Éstos, si se miran bien, no resisten la crítica más elemental; pero rodeados de la parafernalia mediática, sirven al propósito de crear una seguridad (falsa) al votante. Y ese poder omnímodo que no admite resistencias, se perpetúa con la apariencia de la voluntad popular. Eso sí, dejando en el camino un rastro de muerte que, si no fuera porque lo borran cuidadosamente, se vería a las claras que termina en el abismo.

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