JULEN, LUNA ROJA Y ORDEN NUEVO

El sol se entenebrecerá, la luna se pondrá como sangre, antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible.

Me acosté deseando escribir un artículo. Mi hija me despertó a las 4:15 para que le diera agua y decidí no volver a la cama. Miré por la ventana por si veía el eclipse, pero no estaba a mi alcance. Mientras desayunaba pensé: “El portal de casa está en la fachada opuesta, tal vez desde allí pueda verlo; después de todo, el que algo quiere…”. En el trozo de cielo que los edificios próximos me dejaron ver tampoco estaba Catalina, qué pena. Pero la noche no era demasiado fría y, aunque en zapatillas, la bata me abrigaba bastante, así que sujeté la puerta con el felpudo y me lancé a la calle en busca del lucero blanco. Pensaba tener que caminar 70 metros, para llegar a la curva donde se abre un claro urbanístico, pero al dar diez pasos descubrí con gozo la visión anhelada. La gran luna que había visto unas horas antes se había echado un velo por la cara y parecía la media luna mora. El vaporoso velo iba y venía sobre su bello rostro envolviéndola en un halo de misterio, y su nívea palidez se eclipsaba por la creciente sombra. Pero no era roja. Para eso aún tenía que ser totalmente bañada por la sombra de la Tierra... Sombra, metáfora del mal, que tapará al sol y teñirá de rojo la luna.
Y también el pozo de Julen es una metáfora. Por ese pozo se nos ha caído la vida, el futuro y, en orfandad total, no nos queda más remedio que descender en su busca, casi a ciegas. Casi, porque los rescoldos de la fe aún nos alumbran algo, alientan nuestra esperanza y animan nuestro amor. Esta noche, la desgracia de Julen y los demás duelos de la Tierra han puesto de luto a la luna y se ha cubierto con un manto cárdeno. 
Pero esta noche, que es la de los tiempos, está ya avanzada y viene galopando la aurora. Hemos estado viviendo a ciegas, dormidos, y ya es hora de despertarnos del sueño. Fantasmas, monstruos, princesas y dragones han poblado nuestro vano existir durante mucho tiempo y han consumido casi todo el aceite de nuestras lámparas. Casi nos hemos olvidado de aquella mujer que venció al Dragón y huyó al desierto. Y es urgente ahora ir tras ella si queremos recuperar la Vida. Allí en el desierto -que es aquí y ahora-, en la indigencia, privados de casi todo, hemos de buscar con las manos extendidas, iluminados apenas por el pábilo vacilante de la fe, ese paso franco en la espesura del dolor que Ella abrió para nosotros. 
No hay salida en nuestras mentes, no hay luz en nuestra sabiduría; nuestro corazón se ha embotado y vamos por caminos intransitables. Espinos y zarzas nos hieren tanto más cuanto más queremos avanzar, cuanta más prisa nos damos. La visión de los pocos profetas que nos quedan coincide: “El triunfo del capitalismo (nuevo orden) se funda en la perpetua adaptación de los hombres al divorcio, al aborto, a la eutanasia, al desprestigio de las virtudes domésticas, a la lucha de sexos, a las políticas de género; ese triunfo no sería ni siquiera concebible sin el sometimiento de los pueblos a sus destrozos antropológicos./ Esta evidencia ha sido siempre ocultada por las derechas, que han atemorizado a sus adeptos con el fantasma del comunismo, hoy transmutado en "marxismo cultural" (que no es otra cosa que liberalismo consecuente). La derecha que se declara favorable a la familia o contraria a las políticas de género, a la vez que aplaude el orden económico capitalista y la ideología que lo conforma, es tan mentirosa como la izquierda que clama contra el capitalismo, a la vez que se entrega denodadamente a la destrucción de la familia y de los vínculos comunitarios. Ambas sirven al mismo amo, al tiempo que satisfacen los mecanismos de la demogresca, que necesita negociados de izquierdas y derechas para mantener enzarzados a los pueblos (o a las masas amorfas en que los pueblos degeneran una vez destruidos los vínculos que los hacían fuertes)” (De Prada, ayer en XL Semanal de ABC).
A las 7:00 volví a salir en busca del espectáculo celeste. Esta vez con calcetines y doble capa de abrigo, anticipando que me tendría que alejar más de la base. Corrí hasta el fondo de la calle, y al doblar la esquina, la vi, como una gran estrella en un gran escenario, reina del cielo, la bella luna: envuelta en un halo, su cara grande y redonda lucía colorada y risueña, con un resto blanco en lo más alto, como un solideo que expresara unción... me evocó la imagen de San Juan Pablo II. 
El legado de este santo es un mapa de carreteras para la nueva civilización del amor, que está ya en marcha y que avanza cada vez que un hombre y una mujer se prometen amor fiel. Su inspirada explicación del Matrimonio cristiano es una explosión de luz que pulveriza toda la ganga que rodea actualmente la gema del Amor Humano. Además, consciente de la dificultad de ese viaje, para que nos fuera posible hacerlo, San Juan Pablo II nos legó también, junto con el mapa del tesoro, la fórmula del bálsamo que cura todas las heridas: El perdón que nace de La Divina Misericordia. 
A esta altura de mi artículo ya estará la luna roja. El pedestal lunar de María reflejará el rojo de su vestido solar -el agua se convertirá en vino, la tristeza en alegría- siempre que la miremos a Ella y sigamos su consejo: Haced lo que Él os diga. De la brecha abierta en el Corazón de Cristo brotaron agua y sangre, Paz y Bien. En medio de esas fuentes, como medianera de todas las gracias, está María, la Tierra desposada, bendecida con la paz, glorificada con la Cruz y fecundada en Esperanza. El Amor rompió el muro que nos separaba, el odio, la muerte; Cristo cruzó el umbral de la Esperanza cuando se desposó con nuestra raza. La piedra que cegaba la oquedad fue removida hace dos mil años y Julen fue ya entonces rescatado, devuelto a la Vida. Adiós.

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