LA VICTORIA ES DE NUESTRO DIOS

Somos el rebaño que Él guía


Acabo de leer que el Congreso quiere despenalizar las ofensas religiosas y ante esa afrenta algo se ha revuelto en mis tripas; un algo que se llama tentación. Me explico.
El gran enemigo de España no es ni mucho menos el Gobierno ni los independentistas. El gran enemigo es el odio; nunca me cansaré de decirlo. Cuando la situación está tan turbia como está ahora, la única manera de contrarrestar la barbarie es con serenidad y mansedumbre, y en buena conciencia; y nunca, nunca, responder a la provocación, porque ahí perdemos la paz, que es el único terreno donde tenemos asegurada la victoria; y si al perder la paz no intentamos recuperarla pronto, por la confianza que da saberse hijos amados de Dios, somos vencidos fácilmente. 

España, un país católico, no puede perder de vista que en los momentos más críticos de su historia se salvó por la intervención divina, propiciada por hombres y mujeres de Dios. En Covadonga o en Lepanto, cuando la amenaza de unas costumbres aberrantes era angustiosa, fue la súplica a María lo que frenó al enemigo. Y en otras muchas gestas, como la de Blas de Lezo en Cartagena de Indias, también.

No deberían inquietarnos las pérfidas maniobras de los traidores que hay entre nosotros, que buscan arrancar nuestras raíces. Pero es necesaria una oposición firme y valiente, según los cauces legales si se puede; y si ya se vulnerara el orden legal en la convivencia, Dios no lo permita, también con las armas en legítima defensa y, siempre, SIN ODIO. Y aunque esto parezca difícil se puede hacer, porque Dios Todopoderoso está de nuestra parte, y si creemos esto -y sólo si lo creemos-  veremos su salvación. ¡Cuántas veces ha querido reunirnos como la clueca reúne a sus polluelos! pero preferimos andar según nuestros antojos y así nos va. En todo caso, conviene que consideremos, como nos recuerda San Pablo, que la paciencia de Dios es nuestra salvación, y que nunca es tarde si la dicha llega.

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