EL BUCLE Y LA CIRCUNFERENCIA

El amor riega el talento y brota el prodigio

Siendo alumno de mi padre, en Primaria, a mí y a mis compañeros nos admiraba la habilidad con que trazaba nuestro maestro las circunferencias, a mano alzada. En escorzo y retorciendo su brazo al máximo, en un movimiento rápido devolvía la posición natural a su cuerpo mientras la tiza en su mano describía una curva cerrada casi perfecta. Estoy hablando de hace 45 años, cuando ya llevaba 30 mi padre trazando circunferencias, con lo que podrán entender Vds. que la necesidad había desarrollado aquella habilidad en él.
Treinta años intentando cultivar las mentes casi vírgenes de niños de condición humilde. Una circunferencia, y otra, y otra…; un año, y otro, y otro… Y al final, la maestría en el trazo.
¿Qué podría haber al comienzo de su carrera en el interior de aquel maestro rural recién llegado de la Guerra; qué mezcla de ideas, sentimientos, deseos, temores, decisiones, actitudes, valores…que le dieran el aguante y la energía necesaria para una tarea tan repetitiva y abnegada? Estoy convencido de que, por brillante que fuera su fórmula magistral, y ni aunque consiguiera reunir en perfecta sinergia todas las potencias de su intelecto, hubiera podido aquel humilde maestro de escuela sortear el tedio y perseverar en tanto esfuerzo sin el concurso de apoyos extra. A la fuerza tenía que haber en su impulso vital una buena dosis de voluntad y altruismo, o sea, un plus de virtud.
Haciendo memoria, a lo largo de mi vida escolar he visto que ‘mis mejores maestros’ tenían, todos, ese toque de virtud que los hacía excelentes. Las virtudes –que se forman primariamente en el hogar- han caído hoy en desuso y en desgracia. Se las mira con sospecha, y son atacadas de mil maneras por doquier. 
Las virtudes son el resultado de una vida gobernada por la decisión de amar. Teniendo como meta hacer el bien, las dificultades del camino se transforman en virtud. Y al final se goza de una vida lograda. El discernimiento sobre lo que es bueno en cada situación conlleva una conciencia bien formada; y para adquirirla se hace necesario atender, de un lado, al criterio de la experiencia/tradición actualizada, y de otro, a la llamada personal que Dios pone en ella. Siguiendo estas reglas y siendo sinceros con nosotros mismos, avanzaremos seguros por la vida, desarrollando todas las potencias naturales que hemos recibido, y poniendo a punto el organismo virtuoso que, integrado en la Iglesia, está llamado a dar fruto abundante.
Huelga decir que nada de lo anterior tiene sentido en la mentalidad dominante actual. Pero que se niegue la existencia de Dios no quiere decir que no exista. Y así, confiar el progreso a planes humanos que ignoran la fuerza transformadora del Amor, acaba en desastre, como hemos visto tantas veces en la historia. Si se suprime la virtud como motor de la excelencia y el afecto como su procurador, se encumbra la fría  ideología del poder como ídolo absoluto, y entonces la circunferencia artesana se torna bucle, y la libertad del corazón para elegir el bien, dictadura del compás.

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