HABÍA UNA VEZ UN CIRCO...

!!GRACIAS, SEÑOR PAYASO!!
Había una vez un circo y en el circo había un payaso que quería ser trapecista. Un día que el circo estaba a rebosar, recibió el director una llamada. El trapecista había tenido un problema y no iba a llegar a tiempo... Fueron minutos tensos y finalmente surgió de aquello la oportunidad que el payaso llevaba tanto tiempo esperando... 
Con un fuerte aplauso lo recibieron en la pista. ¡Qué bien se veía el payaso con aquel traje brillante! ¡Y qué grandioso parecía el circo desde la altura del trapecio!... Se hizo el silencio... Redoblaron los tambores ...¡rrrrrrr...! ...y voló por los aires el payaso a su destino... ¡¡Ohhhh!! ¡No alcanzó a coger el trapecio! Y el duro suelo fue el final de su corta carrera... aunque no de su vida, gracias a Dios.
Pasaron largos meses sombríos en la vida de Miguel. Pero como el tiempo todo lo cura, llegó por fin un día en que aquel payaso en silla de ruedas recobró su natural talante. Y empezó a hacer felices con sus gracias a los niños del barrio, recuperando también él su alegría. 
Un día le vio un chulito haciendo 'tonterías' y le gritó: ¡PAYASO! Él le miró y, sin enfadarse, le dijo:   - Y si Dios me quiere así ¿quién soy yo para cambiar sus planes?

Solía pensar en mi juventud que mi habilidad para contar chistes era muy poca cosa comparado con ser un ingeniero o un arquitecto, pero ¡qué equivocado estaba! Sucedió que, siendo yo de naturaleza jovial, me vi con taitantos años más seco y mustio que un cactus... que hasta pinchaba y todo. No había podido ni querido estudiar una carrera dura y en vez de eso había estado vagando por caminos áridos. No sé cuánta responsabilidad tuve yo en forjarme ese destino errático por el que anduve 'cabizbundo y meditabajo' tanto tiempo. Aunque da igual, porque ahora ya no estoy así y no quiero perder ni un solo minuto en pensamientos vanos. Ahora quiero ser útil con lo que soy: Contando chistes, escuchando con paciencia al que necesita desahogarse, haciendo buenas preguntas, siendo servicial, sonriendo a todos, enseñando al que no sabe, alegrando a los que me rodean, etc.
De niño fui muy feliz. Mi madre era una mujer con mucha vitalidad y con muchas ganas de sacarle todo su jugo a la vida. Entendía perfectamente que una buena cristiana no podía ser tristona; y aunque tuvo muchas contrariedades y sufrimientos, nunca se dejó abatir por ellos y volvía una y otra vez a recuperar sus ganas de vivir. Al final, con casi 80 años, tuvo que dar su brazo a torcer y -acción de Dios por medio- mudó la fortaleza de carácter por el más pacífico y entrañable abandono que imaginarse pueda.  
Con aquella madre de mi niñez no había posibilidad de aburrirse, y en torno a ella fui desarrollando destrezas y habilidades de muy diverso tipo para hacerme la vida más amena e interesante. Además, mi padre, mis tíos, maestros, amigos, sacerdotes y una riquísima galería de buenas personas que me fui encontrando, colmaron mi existencia de experiencias positivas. Yo no he sabido muy bien aprovechar todo ese caudal pero como nunca es tarde si la dicha llega, miro hacia delante con ganas de mejorar.
Fui varios cursos profesor en la Universidad, formando a futuros maestros, y no siendo erudito en ninguna materia, enseñé lo que me parecía más valioso de mi propia experiencia docente, echándole valor al asunto. Mi formación en la facultad de Ciencias de la Educación me había resultado poco práctica para ejercer la profesión y decidí compartir con mis alumnos de Magisterio las cosas útiles que había aprendido por mí mismo en más de veinte años de carrera docente. Enseñando Didáctica de la Lengua Inglesa, quise hacerles entender que a un niño de cinco años no le parece una tontería que su maestro se ponga a "su altura" y que en cuclillas, como una gallinita, empiece a cacarear contando los huevos que ha puesto por las esquinas: "One, two, three eggs... four, five, six eggs...". ¿Qué pensarían aquellos universitarios al verme cloquear delante de ellos batiendo mis alitas? Vete tú a saber; lo que es seguro es que no iban a olvidarse nunca de que alguien había intentado mostrarles un camino real para abordar los problemas peliagudos que se habrían de encontrar a lo largo de sus carreras en las aulas.
Cuando se ha abusado tanto de las palabras, hasta hacer tediosa la escucha, la experiencia que acabo de comunicar no es trivial. Es un aviso más para revisar el concepto de conocimiento que prima en nuestro sistema educativo y en la sociedad en general, basado en los contenidos librescos, sin relación a la vida real.
Hace unos minutos colgué aquí mismo otro artículo lamentando que también entre los católicos tenga entrada ese sucedáneo de conocimiento que deja fuera de juego hasta al propio y único Maestro. Así las cosas, urge no avergonzarse de lo que nos vaya enseñando la Vida. Está claro que ahí, en una existencia honesta y sincera consigo mismo, hay una verdad incontestable, que el mismo Espíritu Santo confirma a los que se dejan llevar por Él.

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