A VISTA DE PÁJARO

A los ojos de Dios todo es claro como el sol
Presiento que mi final no está lejano, y como lo terreno es terreno, quiero ir repartiendo mis bienes. Tengo un tesoro de valor incalculable que, por ser inmaterial, voy a entregar ahora mismo al erario público.
Se viene diciendo que la antropología que fundamentó la civilización occidental ha desaparecido; pero no es así. Está amenazada, ciertamente, pero no puede morir lo que es en sí vida imperecedera. La antropología -judeocristiana- es una persona que no puede morir: Jesucristo. Él es el hombre. Y los que la amenazan son del Anticristo. 
Los que anuncian la muerte de la cultura occidental hacen un flaco favor a la humanidad  que se mide por número de fallecimientos. El edificio humano levantado a lo largo de la historia ha estado siempre sometido a prueba y es cierto que la zapa de los violentos ha hecho estragos y que hace falta recalzarlo. Los gobiernos han caído en manos traidoras o están tan invadidos que están a punto de caer. Pero no de una manera completa ni definitiva. Aunque condenados a vivir en la sombra, algunos mantendrán el depósito de la tradición, el germen que nunca ha de morir y que pronto, después de un breve intervalo para la desolación, se impondrá absolutamente.
La marca de la presencia de la abominación en nuestros días es el silencio que lo envuelve casi todo. Y su hermana gemela la confusión. Esto explica el creciente fenómeno del suicidio y los que van asociados a la perversión.
Las muchas personas de bien con las que convivimos, herederas de una tradición que respetan y valoran, sufren en silencio, inexorablemente, dramas profundos en sus vidas. El final de éstos es en la mayoría de los casos el abandono de los principios que íntimamente más estimaban, o bien la depresión y sus consecuencias. 
El marco de la historia es una lucha de espíritus contrarios. De modo que el que quiera adherirse al espíritu de amor tendrá como enemigos a los agentes del mal dirigidos por el que es desde el principio odio, división y muerte. Los que viven respetando los nobles valores de sus mayores pero sin practicar el culto a Dios, estarán, sin ellos saberlo, tan atacados como los que profesan públicamente su fe. Porque en esta lucha entre espíritus se trata de destruir todo lo que pueda ser del otro.
Hay un pasaje en el Libro de los Macabeos donde un tal Matatías, celoso defensor de Dios, se levanta contra el tirano y se unen a él "los que querían escapar de algún mal". Éstos son los que, sin sospechar por qué, sufren también violentos ataques en la parte más nuclear de sus vidas. Me contaba hace poco una persona que su familia se enfrentaba a un peligro que nunca antes le había  acontecido. Otro me decía que le había afectado mucho cierto acontecimiento personal que no podía imaginarse. Y yo he visto con mis ojos a la fiera abalanzarse sobre solitarias presas y morderlas despiadadamente. O irlas empujando con pequeños toques a la trampa de donde ya no podrían salir.
Si tú, hombre o mujer bien nacido, o de buena fe, esperas poder tener éxito con tu modo ordenado de vivir, prepárate para librar una batalla que no estás en condiciones de afrontar. 
Uno puede ir tirando con esos principios nobles 'intocables' durante un tiempo, metiendo en el saco de "cierta flexibilidad" las contradicciones que le van saliendo al paso. Pero le llegará el momento donde ya no le quepan más bultos en esa mochila, donde la única posibilidad de mantenerse en pie sea combatir a vida o muerte. Ahora bien ¡mucha atención!, ese combate es tan desigual que hay cero posibilidades de ganar si no se siguen rigurosamente las instrucciones que para este caso están prescritas:
1. Convéncete de que lo que defiendes (familia, amor, trabajo honesto, justicia, solidaridad, etc.) es el patrimonio legado a la humanidad por el sacrificio cruento de Jesucristo.
2. Convéncete de que ese sacrificio fue necesario para que tuviéramos una oportunidad de ganar esa batalla.
3. Entra en la pelea confiadamente sabiendo que la ganarás si permaneces en el campo delimitado por la paz interior, es decir, la fe en que Dios te ama como eres y Él te salvará.
4. Renueva tu fe siguiendo las indicaciones que da la Iglesia; básicamente: sacramentos, escucha y puesta en práctica de la Palabra de Dios y diálogo con Jesucristo, o sea, oración.
5. Atiende al discernimiento de espíritus consultando con personas rectas y expertas tus dudas; y no intentes solucionar por ti mismo esas dudas, pues la astucia del enemigo es infinitamente superior a la tuya. Acoge como oro en paño el consejo de San Ignacio que recomienda evitar todo diálogo con cualesquiera pensamientos, personas, situaciones o entes que te provoquen inquietud, pues Dios tiene recursos de sobra para hacerte entender de una manera serena lo que quiere de ti. 
6. Recibe como un inmenso regalo el consejo de Jesús a los apóstoles: Mirad que os mando como corderos en medio de lobos, no llevéis alforja, ni talega, ni sandalias, ni un manto de repuesto para el camino ("yo proveeré a vuestras necesidades si no os apartáis de Mí", viene a decir). Sed astutos como serpientes (estando dispuestos a perder "el cuerpo" por salvar "la cabeza", o sea, el alma, que te une a Cristo) y sencillos como palomas (profesando con paz la fe en el amor). Y sea vuestro lenguaje '' o 'no', pues todo lo demás viene del maligno.

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