DELITO DE ODIO

Una abominable 'criatura' que convive con nosotros intenta asustarnos
Con dolor escribo estas líneas, mientras me viene al recuerdo lo que publiqué hace poco sobre el deterioro acelerado de nuestra capacidad comunicativa: "No se puede hablar de nada", decía el ilustre filósofo D. Gustavo Bueno.
Con preocupación leo hoy la noticia sobre la denuncia a un cardenal por expresar una opinión que muchos compartimos y que el solo sentido común se basta y se sobra para avalar.
Pero el sentido común está hoy extremadamente "flaco". Y es triste constatarlo cuando no ahorramos en homenajes a insignes españoles que brillaron por su sensatez: Cervantes o Santa Teresa, por ejemplo. Ésta última decía aquello de "Cuando perdices, perdices, y cuando penitencia, penitencia". Pero en el despropósito que he citado a propósito de la inmigración patrocinada, nos ilustra perfectamente Cervantes en El Quijote (II; cap.54) dándonos el mismo sensato mensaje que hoy ha provocado la presentación de una querella por parte de organizaciones de misteriosos intereses por un presunto delito de Promoción del odio, a saber: "No está bien meter al enemigo en casa".
El odio es un sentimiento definido como "Lo contrario del amor". Decir que alguien promueve el odio es delatarse uno mismo como partidario de dicho bando. Porque nadie puede decir que conoce el amor puro y nadie puede odiar sin una pizca de amor. Constituirse en juez para sentenciar odio, siendo todos profanos en la materia del amor, es declarar abiertamente la inclinación a odiar.
El uso que se está empezando a hacer del concepto odio, como el tipo de delito más deleznable, es el último eslabón de la interminable cadena de chivos expiatorios que se usan desde el poder para esconder su radical egoísmo y arbitrariedad. 
Hasta que se instaló esta moda, cuando saltaba un crimen abominable a la superficie y sacudía violentamente nuestras conciencias, la versión oficial decía rápidamente que el autor era un perturbado mental -un esquizofrénico. Como esa enfermedad es desconocida para el gran público y el cine y los medios en general se han ocupado durante mucho tiempo de ponerle un traje siniestro, resultaba un comodín infalible decir que el autor de la villanía era un esquizofrénico. Pronunciadas las palabras mágicas, la opinión pública ya no se hacía más preguntas.
Pero como no hay mal que cien años dure y ya hay casos de curación de ese mal (véase el libro 153 rosas, por ejemplo) los medium que canalizan los miedos y gobiernan los fantasmas más comunes del occidental medio, se han sacado ahora de la manga una explicación, aún más siniestra si cabe, para los azotes de absurda crueldad que de cuando en cuando nos sobrecogen y espantan: "Crimen por odio".

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