LA ESPIRITUALIDAD DEL HOMBRE MODERNO

Era necesaria la purificación del fuego para acercarse al Dios Vivo
"No tengo nada claro que la apostasía de los alemanes se frenara con una Iglesia tradicional. ¿Por qué no pensar que la religiosidad "oficial ", sus expresiones y formas externas, no responden a las necesidades espirituales del hombre actual?"
Esta reflexión es de un profesor de filosofía que ronda los 60. Hasta los 40 practicó el ateísmo y luego tuvo una conversión espléndida que le fue llevando por distintos carismas de la Iglesia Católica: Comunión y Liberación, la devoción al Corazón de Jesús, la espiritualidad del silencio, y finalmente, el Opus Dei. Me he quedado impactado por esas palabras por lo que revelan de un cambio profundo en la vivencia de la fe de este converso; un cambio inquietante por el alejamiento que pone en evidencia.
Dice mi amigo que frente al abandono de la fe en Alemania, la solución de fortalecer la Iglesia tradicional no supera la falta de adecuación entre las expresiones y formas externas de la religiosidad "oficial" y las necesidades espirituales del hombre de hoy. 
Intentando imaginar lo que significan esas palabras, veo en mi "bola de cristal" a un hombre/ mujer que va y viene en un mundo de prisas y superficialidad y que se siente a menudo mal por dentro, incompleto, como si le faltara algo; y que estando dispuesto a aceptar que tiene esa carencia y deseando ponerle remedio, no ve ni por asomo que lo que él o ella necesita estén en la Iglesia de hoy. Entran en un templo, intentan escuchar y salen de allí igual o peor de lo que entraron: Los ritos de siempre les parecen faltos de verdad y aburridos; la lánguida participación de los fieles les espanta; las homilías, salvo casos aislados, les resultan insulsas y pesadas; la estética deja mucho que desear; y, en fin, en una palabra...no hay VIDA. 
El hombre de hoy necesita llenar el gran vacío que tiene con algo a su vez GRANDE. Y una Iglesia llena de gente mayor que no parece gozar en absoluto de lo que celebra, no es precisamente lo que se va buscando. Por otro lado, muchos de estos que abandonan son gente cultivada, con inquietudes intelectuales bastante elaboradas; y tampoco en esto encuentran en la Iglesia un interlocutor suficientemente interesante. Todo parece indicar que nuestro amigo tiene bastante razón en lo que plantea.
Ahora bien, la Iglesia ejerce la custodia del depósito de la fe, esto es, el Magisterio y la Tradición (los Santos Padres de la Iglesia y en general la vida y obra de los Santos), y en ese sentido la Iglesia no puede no ser tradicional pues es de la Tradición de donde obtiene la savia necesaria para regenerarse continuamente ("...belleza tan antigua y tan nueva"). Por otra parte, en esa Iglesia estamos también algunos que, aun con toda esa pobreza expresiva y humana, encontramos en ella plena satisfacción a las necesidades más hondas de nuestro ser. Somos personas tan actuales como los que abandonan, tan espirituales, si no más, que ellos, y tan formadas y sensibles como ellas. Y no sólo no nos vamos sino que estamos dispuestos a dar la vida por preservar esa "pobre Iglesia" que se está quedando sola. 
Ese intento, que cada vez hace oír más alto su voz en el ágora mundano, de hacer una Iglesia nueva porque la de siempre no rula, es un proyecto del maligno. Directamente, ya se ha intentado y no ha funcionado. Porque la Iglesia es Una, Santa, Católica, y Apostólica. 
Siendo una no admite réplicas ni falsificaciones. Se renueva constantemente y se mantiene en torno a Pedro, de acuerdo con la Tradición y la ortodoxia de la doctrina. Y tiene el alto encargo de administrar los Sacramentos, sobre todo la EUCARISTÍA, que proporciona a los fieles el alimento completo e imprescindible para la propia edificación de la Iglesia.
Siendo santa no hay miedo ninguno a que le falte algo, a que pueda llevar a engaño. 
Siendo católica vemos en ella confirmadas las palabras de la Revelación que anunciaban una plenitud de los tiempos en la que "todos conocerán la verdad", de extremo a extremo del orbe, y todos adorarán al único Dios, hecho hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación.
Y finalmente, por ser también apostólica, no faltarán en ella testigos que proclamen la Buena Noticia y que, generación tras generación, hagan posible la venida del Reino al final de los tiempos.
No hace falta una nueva Iglesia sino una más honda vivencia de la fe de los que en ella estamos. Poner en el centro a Jesucristo Eucaristía y fomentar la relación íntima y asidua con él y desde ahí, con la comunidad de los creyentes y del resto de la creación. Si lo hacemos así se fortalecerá la Iglesia y, como en la de los primeros cristianos, muchos se convencerán de que ella es la verdadera viendo cómo sus miembros nos amamos entre nosotros.
Respecto a la espiritualidad, ¿puede haber algo que llene más nuestra ansia de eternidad que experimentar a Jesucristo Vivo a nuestro lado? Y ¿puede haber alguna espiritualidad capaz de garantizar esa experiencia si no es tomando por centro la propia presencia real de Cristo en la Eucaristía?
Claro que urge una catequesis cristiana a fondo que sirva de anclaje de esa realidad inalienable. Y sin la cual todo intento de atraer al hombre de hoy a la fe está condenado al fracaso y a la frustración. Urge tanto eso como el testimonio de cristianos auténticos que vivan esa centralidad de Cristo en sus vidas. Porque cuando un hombre, una mujer, se hacen canales de gracia, instrumentos de Dios que entregan su cuerpo como culto razonable, no hay discursos que puedan tapar esa verdad que anuncian con sus vidas. Porque toda falta se le podrá perdonar al hombre salvo el pecado contra el Espíritu Santo. Y ver brillar la luz y preferir la oscuridad equivale a negar al Espíritu Santo. 
Hoy hace un mes que España renovó en el Cerro de los Ángeles su consagración como nación al Corazón de Jesús. Yo estuve en la explanada y resumo lo que allí viví:
La Iglesia en todo su esplendor, no importa si estaban todos los que son o eran todos los que estaban... era la Iglesia española. El centro del acto: La Eucaristía. En torno al altar, los obispos concelebrantes; abajo, adelante, cientos de sacerdotes, y detrás, el pueblo, gente sencilla. Un día de calor que se caían los pájaros de los árboles: abanicos y gorras por todas partes, menos en las cabezas de los sacerdotes, contagiando unción con su ejemplo. Purificados por el sol quemante, confirmados en la fe por la homilía del Cardenal, y repartido el Cuerpo de Cristo, sucedió algo impresionante. Mientras se disponía la mesa del Altar para la Adoración Eucarística, el cielo empezó a nublarse. Y desde ese momento hasta la disolución de la Asamblea fuimos todos envueltos en una atmósfera tan deleitosa y apacible que no tengo palabras para expresarlo adecuadamente. La mejor descripción sería la que mostrara las caras de asombro de la gente, su expresión de estar participando de una experiencia trascendente, de estar gustando interna y verdaderamente a Dios mismo: Dios Amor, Dios Creador, Dios que lo hace Todo en Todos, si nos dejamos; pero un Dios que se esconde, abandonándonos a nuestra suerte, si, buscando excusas, nos fabricamos un ídolo de oro para seguir haciendo lo que nos apetece.

Y como Su bondad es infinita, quiso mostrarnos su presencia amorosa
 por medio de María, la nube del desierto.

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