NO MUERO, ENTRO EN LA VIDA



Él, tomándola de la mano, le dijo en alta voz: Niña, levántate (Lc 8, 54)
Las lecturas de hoy nos presentan a dos personajes que gozaron de la amistad con Dios de diferente manera. Salomón, hijo de David, fue bendecido desde su juventud con el divino don de la sabiduría y con riquezas, pero ese éxito fue al final el que lo llevó a dejarse dominar por las mujeres; San Agustín, en cambio, malgastó su juventud sirviendo a las vanidades de lo caduco y sólo en la edad adulta conoció a Jesús y la paz del corazón.
La fe cristiana es un camino en el que necesitamos continuamente la compañía de Dios. A cada momento estamos expuestos a peligros de los que sólo Dios nos puede salvar. El itinerario de la vida consiste en aprender a amar, a hacer la voluntad de Dios; y para eso tenemos que estar a la escucha continuamente. Si no hacemos esto caemos fácilmente en el sinsentido y con él en el desánimo y la negatividad. Suprimir a Dios –la garantía de que existe el bien y el amor- es quedar vacíos, a expensas de los falsos profetas que astutamente confunden y alejan de Dios para nuestra perdición.
El amor lo es todo. Sólo amando como Dios manda alejamos de nosotros la inquietud y vivimos plenamente. Cuando no escuchamos vamos movidos por nuestras ideas, vagando sin sentido. Dios siempre está cerca de los que le buscan, y si le llaman se presenta. El drama es que también está cerca nuestro acusador, el que día y noche está tratando de convencernos de que Dios no nos quiere, que no es bueno.
La forma principal que emplea hoy el demonio para enfriar nuestra pequeña fe es demostrarnos hasta qué punto la Iglesia de Dios es fea y deforme, aborrecible. Los medios multiplican y amplifican los ejemplos.
En el mismo corazón de la Iglesia española, rincón muy codiciado por el maligno, ha brotado ahora con fuerza una mala hierba. A nuestro Arzobispo Don Braulio le han acusado de encubrir crímenes: El caso de un abuso sucedido en el largo mandato de un obispo que murió hace 20 años; y otro caso raro, en el que la familia (?) de una madre y su hija de 18 años, que se acostaban con un sacerdote, apremiaron a don Braulio para que pusiera orden, y sin darle tiempo para enterarse del asunto, se fueron a hablar con Francisco, que enseguida lo solucionó.
El caso es que mientras que “las diez palabras” de Dios son eternas y estables, las diez mil del enemigo son efímeras y retorcidas. Las ventean los medios, con ruido infernal. Y los incautos caen en sus redes. Y empiezan a albergar desconfianza hacia la Iglesia, separándose finalmente del único apoyo que tenían para asegurar su amenazada existencia.
El engaño es evidente, porque si bien es verdad que la Iglesia acoge a muchos pecadores, también es verdad que es la casa de unos cuantos santos. Y existiendo éstos, está asegurada la verdad que salva al mundo del miedo a la muerte. Estas personas, por otra parte, no lucen un hálito en la cabeza, sino que son gente normal y corriente aunque llena de vida. Gente sencilla, que cree, sufre y ama y gasta su existencia yendo al lado del que le toque comunicándole su razón para vivir, aunque no diga nada. Basta con mirar con atención a nuestro alrededor para descubrir a esas personas, que brillan en medio de una masa descreída y torcida. Ellas son también Iglesia. Son la Iglesia que mantiene viva la llama de la esperanza en el mundo. Puede ser esa abuela que sigue adelante soportando el peso de unos hijos y nietos descreídos que viven su vida como una carga abrumadora. O el obrero que a pesar de padecer el oprobio de un sistema de trabajo inhumano, levanta cada día su corazón a Dios y sigue su camino con fidelidad y amor. O incluso el muchacho que sintiendo en su interior la luz de la verdad de Dios, soporta con valentía los desprecios de los pobres compañeros ignorantes de todo. Están ahí, como sal del mundo. Son la Iglesia que subsiste a los embates del maligno a través de los tiempos y transmite de generación en generación el tesoro de la fe.
Sólo el amor nos redime de la maldad. Hace falta estar presto para descubrir el deseo de Dios para nuestra vida, porque en él reside la alegría y la plenitud de nuestro ser.
Y no hay otra salida. Este hombre polémico que tan furiosamente ha atacado a la Iglesia cree que con eso cumple un buen cometido social. Y es porque vive alejado de Dios. En realidad presta un flaco favor a la sociedad debilitando la fe de los ciudadanos, porque los deja sin vida, a expensas de demagogos cuyo paradero es la perdición, cuyo Dios es el vientre y cuya gloria son sus vergüenzas.
Loc festejaba hace poco el descubrimiento de una colección de pechos de escayola diseminados por el casco antiguo, como un homenaje a la vida desenfadada, y de pronto lo vemos perder la compostura atacando con acritud al representante espiritual de miles de personas honradas. Y no es por otra cosa que por su falta de paz, porque la paz sólo en Dios se encuentra:

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera,
y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que,
si no estuviesen en ti, no existirían.
Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo;
gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti.


(Las confesiones de San Agustín)




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