SI YO TE CONTARA


Nada hay nuevo bajo el sol.

Llevo haciendo “shows escénicos” toda mi vida. Antes de empezar a la escuela ya hacía mis pinitos como cuenta-chistes en tertulias y como actor en los semiclandestinos carnavales de la Asturias roja. Luego en el cole, en el Instituto y en la Universidad; en espacios abiertos con ocasión de grandes eventos culturales, como el Día de Asturias, o en nobles escenarios como el del Teatro Campoamor; haciendo pasacalles en zancos por la ciudad en fiestas o en manifestaciones por motivos políticos; ante colectividades desfavorecidas como la del Hogar 2000 o los enfermos del siquiátrico o amenizando grupos de turistas en Toledo o fuera de España; ante los ancianos de Santa Casilda o San José, o ante una muchedumbre de jóvenes en Jornadas Internacionles; desde el remolque de un camión con un megáfono o bailando ante los visitantes de la Feria del Libro para atraer la atención sobre la Fundación Fíate; en mi trabajo de docente, por supuesto, o como treta para vencer alguna injusticia; en Bibliotecas Públicas o en Conciertos; en los escenarios de los salones sociales de bancos, grupos de comunicación o fundaciones o ante las cámaras de televisión un buen número de veces; haciendo de payaso, humorista, animador, cuenta-cuentos, mago, actor, escritor, etc. etc.
Como ya peino canas son muchas las ocasiones que con esta variopinta personalidad que Dios me dio, me he expuesto al juicio ético y estético de la gente. Esta faceta expresiva no es nada extraordinario, y si metemos en el buscador Teatro de Calle veremos que la mayoría de las cosas que he mencionado se han venido haciendo siempre a lo largo de la historia. Concretamente, cuentan que fue el romano Pestis el primero que, en el siglo VI a.C., se subió a un carro para hacer teatro; veintiséis siglos más tarde haría yo lo mismo en la campiña de la ciudad de Colonia ante cientos de jóvenes (lo relato en “153 rosas”). Los happenings, performances, o esculturas vivientes son sólo algunas de las muchas versiones modernas del Teatro en la Calle. En general, todas ellas persiguen un fin social lícito y estimable, con alguna excepción, como la que cuenta Alfonso Sastre en una cita de wikipedia:
"La calle siempre ha sido un escenario, en el que se ha hecho teatro, a veces con fines utilitarios, como en los timos, por ejemplo, con sus tres actores, uno de ellos, el timado, involuntario, o en manifestaciones, como las antinucleares, en las que grupos de manifestantes aparecen muertos en la calle (haciéndose el muerto) por causa de una imaginaria bomba atómica..."
Pero lo que me pasó a mí este domingo indica que sobre la libertad de expresión ha empezado a caer un yugo insoportable. Este verano me he quedado mucho tiempo aquí, en Toledo, y algunos de esos días, de un modo altruista, he salido a hacer teatro por la calle. En la semana de ferias estaban programados juegos tradicionales para niños en La Vega y me acerqué al evento con cuatro elementos de ‘attrezzo’ que suelo llevar en una bolsita. Para abrir boca me subí al bombo de la música a escenificar jovialmente las canciones que sonaban por todo el paseo, y les aseguro que los visitantes y los que tomaban algo en las terrazas estaban encantados con el ambiente creado. En éstas me dijo un señor que me bajara y yo, sin rechistar, hice inmediatamente lo que me indicaba, aunque obviamente sin entender sus razones. Pedí entonces una mesa vieja y una silla en uno de los kioskos y congregué en torno a mí una docena de niños con sus padres. Ante sus miradas atónitas “saqué agua del reloj de uno de ellos”, y me disponía a hacer desaparecer un vaso cuando irrumpió la policía en medio del grupo. A uno que me condujo rudamente hacia la acera en busca de mi coche, sin darme ocasión de recoger mis cosas siquiera, le pregunté cómo se llamaba y me dijo que era el Jefe de la Policía Local. Los otros cuatro a sus órdenes vinieron enseguida con mis cosas de teatro. El Jefe de la Policía ordenó rápidamente que me multaran por no tener pasada la ITV y se fue. Otro cogió mi documentación y se metió en su coche a cotejarla. De los que esperaban conmigo, uno me trató con menosprecio, del modo en que suele hacerlo la policia cuando coge a un reincidente, porque según él yo tenía Antecedentes por Robo con Fuerza (un lío de quinceañero que prescribió al año) mientras que otro me dejó por mentiroso, negando que fuera verdad que yo trabajaba como maestro. Me advirtieron que de reincidir ya sería desobediencia a la autoridad y se marcharon muy serios regalándome “la medalla” del boletín de denuncia.  Cuelgo aquí la foto como testimonio de que algo no muy bueno se avecina.


 "No haberse sometido el vehículo reseñado a la correspondiente inspección periódica establecida reglamentariamente"

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