AUNQUE REVIENTE

¡ALARMA, ALARMA, A LAS ARMAS CON CRISTO!
Antes de ser santo; con el corazón herido y, por tanto, limitado para amar del todo; asaltado a veces por vergonzantes sentimientos de rabia... así como soy, imperfecto, me voy a atrever a señalar a otros un camino, con la esperanza de que, no mi fuerza, sino la de Dios, haga que algunos me escuchen y se conviertan de su vida de pecado.
La edad madura me ha mostrado la ruindad de nuestra condición y el efecto destructor del pecado; el vacío poblado de chacales que deja la falta de fe; que la vida es una lucha continua entre el bien y el mal; y que urge tomar conciencia de ello y pelear.
Desde que Francisco está a la cabeza de la Iglesia he visto cómo ésta ha ido cambiando. Ha coincidido este período con el de la crisis, o a lo mejor no ha sido una coincidencia. El caso es que la Iglesia que conozco está  dispersa y despistada. Esa conciencia del combate entre el bien y el mal no la veo entre mis hermanos de fe y por tanto, no veo que se viva de verdad el Evangelio. En cambio, sí que veo la presión incesante y el avance de los enemigos de Cristo que traen desgracias al mundo.
Ahora ha salido VOX a la palestra, supongo que en parte por la oración de almas piadosas. Es complicada la situación, porque está la gente tan alejada de la fe, que los que aplauden a este partido pueden tener también situaciones personales muy malas, con sentimientos de rencor, ansias de venganza y comportamientos violentos, malo todo ello para fraguar un proyecto social. Pero no me cabe duda de que en este cambio de tendencia está la mano de Dios. Y que Él espera de sus elegidos que jueguen un papel preponderante marcando el camino a la masa.
Cuando uno se lanza al combate por el Reino, se da cuenta en seguida del significado de "nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra las potencias del Mal que revolotean en el espacio". Es más fuerte el combate interior que los lances físicos; y en este sentido es relevante decir que uno de los grandes escollos en esta lucha es el que viene de dentro de la propia Iglesia: por ejemplo, la tentación de sentirse un soberbio por denunciar pecados y profetizar desgracias puede llegar a ser muy angustiosa. 
Desde el principio me pareció que el Papa adolecía de un grave defecto. Me refiero a la facilidad con que permite que por sus palabras se extraigan conclusiones contrarias a la Ley de Dios. Entiendo que si él reconociera esa dificultad, con la ayuda de la gracia de su estado conseguiría estar más callado y Dios se lo reputaría como humildad y ejemplo para su grey. Pero no, en vez de eso, sucesos que su papado promueve son verdaderos escándalos que hacen tropezar a las gentes. Y no necesito relatarlos pues están en el corazón de todos los que amamos a la Iglesia y tenemos una conciencia doctrinalmente bien formada.
Son legión los que nos mandan callar, argumentando, unos, que hablar mal del Papa es ofender al Espíritu Santo, y otros, que es un mártir al que un sector de inválida teología se empeña en crucificar. Me quise aclarar sobre esto confesándome con un obispo y éste me dijo que dudar del Papa era como tener un hueso dislocado. Pero entonces, en la oración me topé con esa imagen de la luxación en el contexto de la infidelidad del pueblo entero de Dios que causa parálisis y favorece el avance del mal. No se ofende a Dios cuando se obra en conciencia y mirándole a Él. Y el no actuar, por miedo a pecar, es desconfianza hacia Dios. Esta lacra está muy unida al buenismo rampante que afecta a muchos fieles e incluso a muchos de los que se sientan en las cátedras, y que afea el rostro de la Iglesia hasta el punto de hacerla despreciable a los ojos de nuestros contemporáneos.
La viscosidad de este pecado de simulación mezcla también el miedo a perder la comodidad terrena, dando así más munición al enemigo. Porque el miedo embota las conciencias y dejamos de escuchar a Dios para escuchar a nuestro superior en el escalafón. Y  lo importante de este asunto no es si éste o el otro peca, sino que si la sal se vuelve sosa no sirve más que para que la pise la gente.
Cuando yo digo en la asamblea de padres del colegio diocesano de Toledo, que es necesario hacerlo más religioso, aún yendo a contracorriente, intento avisar de que si el carácter religioso no se extiende a todo, se impondrá lo mundano, y entonces desaparecerá todo lo que apreciamos actualmente en esas aulas; la sal se volverá insípida y nadie mandará a sus hijos a un colegio que no es ni fu ni fa, porque de la tibieza no sale nada bueno y sólo sirve para hacer burla de ella.  
Una Iglesia tibia, que reproduce el modo de actuar del mundo, donde sus adeptos esperan las consignas de los de arriba para actuar y no hacen nada sin consultárselo, es un esperpento, que causa irrisión y burla, y el mundo le arrebatará toda autoridad y poder, sometiéndola y haciendo escarnio con los que se resistan al cambio. 
Ese escenario ya está ante nosotros. He visto cómo en nuestra diócesis se han encumbrado clérigos que no transmiten a Dios, que tienen un estilo autoritario y antievangélico, que actúan coordinándose con instancias superiores y envuelven en esa dinámica al resto o los condenan al ostracismo. Por poner un ejemplo: Me admiró al visitar por primera vez el Centro de Espiritualidad de Valladolid que la nevera estaba abierta a todas horas para todo el mundo, que del orden y la honradez se encargaba el Espíritu Santo. El Corazón de Jesús, abierto a todos, se palpaba allí. Y lo que pasa cuando desaparece este espíritu es justo lo contrario: empiezan a ponerse candados y guardias pretorianas. Como en nuestro Palacio Arzobispal, que desde la semana pasada lleva control riguroso de todo el que entra o sale. 

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