CASAS Y COSAS

Nada hay oculto que no llegue a descubrirse (Mc 4,22).

Hace seis años, de casualidad, salí nombrado Presidente de mi Comunidad de Vecinos. La persona que dejaba el cargo obstaculizó desde el primer momento el relevo. Y el resto también. La razón era que con mi actitud yo estaba demostrando que era honrado y despierto. Y allí había cosas durmiendo en el olvido que no convenía despertar.
Practicaron el acoso. Era octubre y yo no podía reponer el gasóleo porque no me facilitaban el uso de la cuenta ni los datos del suministro... y al mismo tiempo me acusaban de ineficiente. Pronto empezaron a dejar caer que yo no estaba en mis cabales...
De aquel primer envite me sacó el Señor porque aquel octubre fue una prolongación del verano y no se necesitó la calefacción. Luego vendrían muchos más envites... pero también de ellos me sacaría el Señor.
Un día descubrí accidentalmente un espacio "opaco" del edificio... un sitio grande que no tributaba y del que sólo algunos vecinos conocían su existencia. Les pedí explicaciones, pero al final tuve que llamar a un cerrajero para que lo abriera porque no me las daban.
El vicepresidente y yo estábamos perplejos porque tenía el tamaño de un apartamento y la pinta de haberlo sido en su día: la encimera contra la pared desmontada, e igualmente desnudo el baño, los ventanales cegados con rasillón y el suelo levantado. 
De aquella me enteré de que una vecina venía haciendo uso de un trastero que había pertenecido a un vecino muerto en accidente de carretera... Le pregunté detalles pero rehusó dármelos, visiblemente turbada.
Se había espesado mucho el ambiente en torno a mí. Una tarde noche de noviembre llegué a casa y vi en el local a la Policía Nacional con vecinas y señores que decían ser los dueños. Supe después que se trataba de un constructor muy influyente y su apoderado. El potentado aquel se mostró arrogante conmigo cuando pregunté -como responsable de la Comunidad- qué pasaba allí. Comoquiera que el Vicepresidente dijo entonces que él tampoco conocía la existencia de aquel 'espacio', nos echaron a los dos de la reunión con un policía que nos hizo preguntas aparte.
Unos días después me detuvieron acusado de un delito de daños; me negaron el habeas corpus y me metieron en el calabozo. Allí me borraron del pendrive las fotos del local, recién descubierto y tras las obras que alguien hizo con sigilo en aquellos días.
Abogados, mentiras y quebrantos, y entre pitos y flautas, un desembolso de dos mil y pico euros y mi fama rodando por los suelos. Entretanto, mi gestión como presidente no llegaría al mes, tras reunirse la Junta y 'deliberar'.
Aquella gota fría iba a adquirir para mi familia proporciones de diluvio universal que aún no ha cesado. Pero en todo aquello y en lo que vendría después he podido mantener la calma por la gracia de Dios.
Hubo un momento en que el anhelo de mi esposa por tener un lugar adecuado para pintar nos impulsó a comprar el estudio que hay debajo de nuestro piso. En el edifico, de veinte viviendas -un tercio aprox. 'soluciones habitacionales' en alquiler y cuyos dueños no están allí nunca de visita- hay seis dúplex, por lo cual valoramos que conseguiríamos fácilmente el permiso para transformar también nuestras propiedades en una vivienda de dos pisos. Pero nos equivocamos.
Como 'voz autorizada', la vecina ya mencionada, se cerró en banda acerca de nuestras aspiraciones. Ni ella ni la vieja guardia de los vecinos contemplaron la parte humana del tema, el bien que supondría dar aquel permiso, en definitiva, el quid del asunto. De modo que todo el esfuerzo familiar por conseguir una mejora tomaba el cariz de resultar infructuoso.
En aquel mar embravecido que seguía sacudiendo nuestra vida, amparado en mi trato íntimo con Dios, lúcido y sereno, obtuve ánimos para adoptar una salida audaz de aquel impás vecinal. Con las precauciones debidas y con la experiencia de la reforma integral de mi casa de Asturias, abordé yo mismo la obra de comunicar nuestras viviendas, pero cuando había hecho un agujero del tamaño de una revista, arreció de nuevo el temporal y tuve que parar. 
Los vecinos desestimaron mi disposición a volver todo a su estado anterior y me llevaron a los tribunales. Por estas fechas debería estar saliendo el juicio.
Pero, hete aquí de nuevo la actuación de Dios, con el que no solemos contar pero que no deja de trabajar y dar cumplimiento a nuestras oraciones.
Obligado por las circunstancias a habitar en el estudio al empezar este curso, abordé ciertos arreglos y quité un armario de obra en una esquina del hall "que no pintaba nada". Eso parecía, pero al hacerlo destapé la verdadera causa de la radical oposición, particular y general, a permitir obras en el edificio. La vecina -mi vecina del apartamento- enmudeció de pronto, pasando luego a la agresión verbal.
En su edificación, este inmueble había sido un disgusto. Los obreros no cobraban; la promotora tampoco pagaba al Ayuntamiento; se paralizaron las obras; los que habían comprado sobre plano corrieron el riesgo de perder todo; se admitió oscuramente sobre la marcha la reconfiguración del proyecto, pasando de las 8 viviendas unifamiliares a 20 mixtas... Y todo con precipitación y de mala manera.
Por eso yo, nuevo inquilino, no entendía cómo en una vivienda de lujo tenía que meter a mi hijita en el Touran por la ventanilla para llevarla a la guarde, porque la estrechez de la plaza no me permitía abrir la puerta. 
La planta garaje se tuvo que parcelar en veinte en vez de en ocho, y su típico techo alto se redujo drásticamente para meter otra planta de viviendas. En consecuencia, como en toda chapuza, todo llevaría el sello de la limitación: el forjado no se hizo en regla; por su liviandad las baldosas bailan una sí y otra también; hay problemas de fugas por los trazados de las redes; se oye el paso de las aguas entre viviendas; la falta de aislamiento acústico hace más promiscua la habitabilidad del edificio... y lo peor de todo: hay grietas.
Brechas graves en el edificio material, pero también en el humano. Amenazas a la seguridad física pero también a la psicológica; molestias continuas que zancadillean la convivencia y comprometen el futuro. Porque el mal trae más mal; y lo construido sobre arena más pronto que tarde se derrumba. 
En su origen, este edificio nació torcido, de un modo errado de entender la vida. Y no se enderezó. Sus vicios van a más; y lo padecen las personas. Las relaciones entre viejos y nuevos propietarios son desiguales de raíz y hacen que la vida sea más difícil. 
Las grietas físicas pueden tener solución; además, muchas veces no progresan y basta con observarlas. Pero las grietas humanas necesitan una intervención siempre; y solo puede venir de Dios: Sólo recalzando el edificio con la inquebrantable zapata del perdón y la misericordia se puede garantizar la sanación. 
Yo planteé a la Administración que el gravamen impuesto a este edificio no tenía en cuenta su peculiaridad, y que un 18% de carga impositiva en este caso era un abuso. Y aunque presenté fotos desestimaron mi alegación. No sé qué harían ahora si vieran la foto de este artículo. ¿Levantarían la pesada carga que han puesto sobre mis espaldas?






























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