CURA: MAESTRO, AMIGO, MODELO, GUÍA... Y PADRE

"Si Jesús nos llama no es para un trabajo, es para una amistad".

“Arte de las artes es la guía de las almas” 
6. La solicitud particular por la salvación de los demás, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el Pueblo de Dios, por la unidad Espiritual de la Iglesia, que nos ha sido encomendada por Cristo junto con la potestad sacerdotal, se realiza de varias maneras. Ciertamente son diversos los caminos a lo largo de los cuales, queridos hermanos, desarrolláis vuestra vocación sacerdotal. Unos en la pastoral común parroquial; otros en tierras de misión; otros en el campo de las actividades relacionadas con la enseñanza, la instrucción y la educación de la juventud, trabajando en ambientes y organizaciones diversas, y acompañando al desarrollo de la vida social y cultural: finalmente, otros junto a los que sufren, a los enfermos, a los abandonados; a veces, vosotros mismos clavados en el lecho del dolor. Son varios estos caminos, y resulta casi imposible citar separadamente cada uno de ellos. Necesariamente estos son numerosos y diferentes, ya que la estructura de la vida humana, de los procesos sociales, de las tradiciones históricas y del patrimonio de las distintas culturas y civilizaciones son diversos. No obstante, en medio de estas diferencias, sois siempre y en todo lugar portadores de vuestra especifica vocación: sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del Buen Pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo. En esto consiste el arte máxima a la que Jesucristo os ha llamado. “Arte de las artes es la guía de las almas" escribía S. Gregorio Magno.
Os digo, por tanto, siguiendo sus palabras: esforzarse por ser los "maestros” de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos?. Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, San Vicente de Paúl, San Juan de Ávila, el Santo Cura de Ars, San Juan Bosco, el Beato Maximiliano KoIbe, y tantos otros. Cada uno de ellos era distinto de los otros, era él mismo, era hijo de su época y estaba al día con respecto a su tiempo. Pero el “estar al día” de cada uno era una respuesta original al Evangelio, una respuesta particularmente necesaria para aquellos tiempos, era la respuesta de la santidad y del celo. No existe otra regla fuera de ésta para “estar al día" en nuestro tiempo y en la actualidad del mundo. Indudablemente, no pueden considerarse un adecuado “estar al día” los diversos ensayos y proyectos de “laicización" de la vida sacerdotal.
Dispensador y testigo
7. La vida sacerdotal está construida sobre la base del sacramento del Orden, que imprime en nuestra alma el signo de un carácter indeleble. Este signo, marcado en lo más profundo de nuestro ser humano, tiene su dinámica “personal”. La personalidad sacerdotal debe ser para los demás un claro y límpido signo a la vez que una indicación. Es ésta la primera condición de nuestro servicio pastoral. Los hombres, de entre los cuales hemos sido elegidos y para los cuales somos constituidos (cfr. Heb 5, 1), quieren sobre todo ver en nosotros tal signo e indicación, y tienen derecho a ello. Podrá parecernos tal vez que no lo quieran, o que deseen que seamos en todo “como ellos”; a veces parece incluso que nos lo exigen. Es aquí necesario poseer un profundo sentido de fe y el don del discernimiento. De hecho, es muy fácil dejarse guiar por las apariencias y ser víctima de una ilusión en lo fundamental. Los que piden la laicizacion de la vida sacerdotal y aplauden sus diversas manifestaciones, nos abandonarán sin duda cuando sucumbamos a la tentación. Entonces dejaremos de ser necesarios y populares. Nuestra época está caracterizada por varias formas de “manipulación” del hombre, pero no podemos ceder a ninguna de ellas[5]. En definitiva, resultará siempre necesario a los hombres únicamente el sacerdote que es consciente del sentido pleno de su sacerdocio: el sacerdote que cree profundamente, que manifiesta con valentía su fe, que reza con fervor, que enseña con íntima convicción, que sirve, que pone en práctica en su vida el programa de las Bienaventuranzas, que sabe amar desinteresadamente, que está cerca de todos y especialmente de los más necesitados.
Nuestra actividad pastoral exige que estemos cerca de los hombres y de sus problemas, tanto personales y familiares como sociales, pero exige también que estemos cerca de estos problemas “como sacerdotes”. Sólo entonces, en el ámbito de todos esos problemas, somos nosotros mismos. Si, por lo tanto, servimos verdaderamente a estos problemas humanos, a veces muy difíciles, entonces conservamos nuestra identidad y somos de veras fieles a nuestra vocación. Debemos buscar con gran perspicacia, junto con todos los hombres, la verdad y la justicia, cuya dimensión verdadera y definitiva sólo la podemos encontrar en el Evangelio, más aun, en Cristo mismo. Nuestra tarea es la de servir a la verdad y a la justicia en las dimensiones de la “temporalidad” humana, pero siempre dentro de una perspectiva que sea la de la salvación eterna. Esta tiene en cuenta las conquistas temporales del espíritu humano en el ámbito del conocimiento y de la moral, como ha recordado admirablemente el Concilio Vaticano II[6], pero no se identifica con ellas y, en realidad las supera: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente de hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman”  (1 Cor 2, 9). Los hombres, nuestros hermanos en la fe y también los no creyentes, esperan de nosotros que seamos capaces de señalarles esta perspectiva, que seamos testimonios auténticos de ella, que seamos dispensadores de la gracia, que seamos servidores de la Palabra de Dios. Esperan que seamos hombres de oración.
[De la Carta a los Sacerdotes en Jueves Santo; de San Juan Pablo II]

Según las palabras del Papa santo, un sacerdote encontrará su verdad, su más profunda identidad y, por tanto, su mayor bienestar, cuando viva configurado con Cristo entregado por amor y pastor de almas. En esta doble dimensión, los caminos serán diversos pero irán hacia la santidad de vida que llena de sentido la vocación sacerdotal. El sacerdote será entonces un signo y una indicación para el pueblo, colmando la misión que Dios le encomendó.
Esta más que difícil tarea, reservada a unos pocos elegidos, se resiente hoy gravemente porque la desacralización de la vida permea también en la vida de los sacerdotes. Y la orfandad del pueblo es cada vez más dramática.
Ha sido un acierto del Seminario Metropolitano invitar a Jacques Philippe a hablarles a los estudiantes de la "Paternidad Espiritual del Sacerdote". Estaban también invitados los curas y religiosos, lástima que acudieran tan poquitos. Yo tenía mucho interés porque su libro "La Paz Interior" me había ayudado mucho, y no me defraudó.
Hacia las 20:15, en una mesita colocada a un lado del presbiterio, tomó sitio el ponente, vestido con su hábito de la orden de las Bienaventuranzas. Eligió la Carta a los Sacerdotes en Jueves Santo, de San Juan Pablo II, como marco; y desde ella enfocó la "paternidad" como la necesidad de ser antes que padre, hijo, para tomar del Padre lo que luego se va a entregar a los hombres, tal como hizo Jesús. Y así justificó que su charla versara sobre la oración.

"La oración es un acto de fe, esperanza y amor"

Acto de fe: "Creo que Dios me ama, que existe" -así de sencillo y esencial. Ese acto de fe me pone en contacto con Dios incluso en los momentos de sequedad; de forma secreta pero verdadera Dios nos toca el corazón cuando rezamos con fe.

Acto de esperanza: (En esto fue en lo que más se extendió) "Espero algo de Dios, espero en su Amor y en su Misericordia". Cuando la luz de Dios nos hace ver nuestro pecado se hace más necesaria la esperanza: "Veo que no soy mejor que los otros (Elías bajo la retama). Pero lo acepto poniendo en Ti mi esperanza; en tu Amor espero, confío". Desde lo profundo 'grito a Ti'. Uso mi pobreza sentida para gritar a ti, como un niño que corre a su padre para ser sanado, salvado. Jesús nos invita a rezar como un pobre (no como un santo). La oración es camino de humildad (el ejemplo nos lo da el publicano). También encontramos esto en los Salmos: "Un pobre grita; el Señor lo escucha". Esa oración atraviesa las nubes. "Señor, ven en mi ayuda... Señor, escucha mi oración". La oración puede ser adoración, alabanza, acción de gracias... pero también 'grito del pobre'. Dios nos concede la conversión cuando la deseamos de verdad. Si uno no espera más, no le vendrá esa conversión. Recibiremos la humildad con la esperanza. 
"Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor".

Acto de AMOR: La oración expresa deseo de darme a Dios del todo. Acto de fidelidad, día a día: "Quiero ser tuyo". Si Jesús nos llama no es para un trabajo, sino para una amistad.
La oración pura es: "Rezo para Ti". Y en la oración por los demás: Dios lo hará, Él sí puede. Es Dios quien quiere amar en mí. La actitud principal es ACOGER con fidelidad y gratitud. En mi pobreza acojo el amor del Padre; me dejo amar. No es fácil creer en el Amor de Dios pero es necesario. Si queremos dar, hay que recibir.























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