CASTA DE ESCRIBAS (II)

Si el grano no cae a tierra y muere, no germina


Le preguntaron unos escribas a Jesús para pillarle: “Somos pueblo de Dios ¿hemos de pagar tributo al César?” Jesús, viendo su falsedad, cogió una moneda y les dijo: ¿Qué veis aquí?; “La imagen del César”, respondieron; pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y se admiraron.
Después de leer el evangelio de hoy, cogí una moneda; por un lado estaba Cervantes y por el otro Europa. 
 “¿Qué se debe?”, pensé. “Al Rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios; a mí me están despojando de bienes y de salud, pero también de honra y honor…”
En su día, el rey Juan Carlos I se comprometió con el proyecto de una Europa de raíces cristianas que, cultivándolas, diese frutos diversos y mejores. Cada país aportaría lo más selecto de su cultura para bien de todos; en el caso de España, Cervantes y lo que representa: un hondo conocimiento del alma humana que une lo espiritual a lo práctico. ¿Y qué queda hoy de todo eso?
La Europa Bella existe sólo en el lenguaje de los políticos; su belleza se ha marchitado y su fragancia, evaporado. Si El Quijote era la quintaesencia de la cultura europea, hoy sólo queda de él un fantoche sin gracia. Y si París era el cielo de Europa, hoy se ve sucio y deslucido. Yo conocí la ciudad de la luz hace cuarenta años y volví el año pasado: Notre Dame quemada, la Torre Eiffel envilecida y el deterioro ambiental llegando al centro, con barrios enteros deslustrados en que sólo se ven musulmanes.
¿Qué ha pasado? ¿Qué parte de la película nos hemos perdido?
Los escribas habían quedado admirados de la respuesta de Jesús, pero siguieron aferrados a su torcida forma de mirar, y al final ajusticiaron al Maestro. Los líderes europeos también quedaron prendados de aquel proyecto de unidad inspirado por Cristo, pero al final están haciendo lo mismo que los escribas de antaño. 
Pero atención, si bien fueron las autoridades judías las que llevaron a Jesús al patíbulo, fue todo el pueblo el que lo traicionó, con la excepción de María, con algunas mujeres y Juan, que permanecieron fieles. 
¿Qué paralelismo se puede establecer con la situación actual? ¿Y qué enseñanza podemos sacar?
En primer lugar, que hay salida; que hay una posibilidad de mejorar en todo, pero que pasa por aceptar la cruz, el sufrimiento que sin traicionar a Dios nos pueda sobrevenir. Porque sabemos que el premio de María por ser fiel fue ver a su hijo resucitado y pasar de este mundo al cielo directamente; y el de Juan fue ser el primero en creer en la Resurrección y experimentar su fuerza invencible, de modo que ni el veneno con que quisieron matarle acabó con él. 
En segundo lugar, que ésa de Juan es la vacuna verdadera para cualquier mal, que no excluye la de los galenos sino que la potencia. 
En resumen, y volviendo al principio, no hay incompatibilidad entre Dios y el mundo, o entre fe y razón; y si las autoridades se empeñan en decir lo contrario, se equivocan y no hay que hacerles caso.
Porque de la ruina de Jesús vino la nueva creación, la regeneración de la naturaleza, frustrada por el pecado. Y de la ruina de Europa puede venir igualmente el florecimiento de una nueva civilización, pero sin renunciar a Dios; y esto es crucial. Porque sabemos que los escribas sobornaron a los que custodiaban el sepulcro de Jesús para que dijeran que habían robado el cuerpo; y los de hoy están haciendo lo mismo con los custodios de la verdad –la prensa- para que digan que su proyecto –de muerte- es maravilloso y no hay otro. 
La noticia de la Resurrección se extendió de todas formas y cambió la faz de la Tierra. De igual modo, la verdad se impondrá hoy y tendremos un futuro mejor. La calamidad presente es en realidad una nueva oportunidad para el mundo. Tan sólo hace falta creer; dejar al corazón que sea uno con nuestra mente, que sea de verdad ‘co-razón’. Y que la paz actúe de árbitro en él.




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