¿DIGITAL O DIGNIDAD?

¿Qué ve Vd. en esta imagen?

En cualquier relación humana, la confianza es el punto de partida; y crecer en la confianza hasta el abandono el punto de llegada. Pero si alguien te miente y no lo reconoce, desconfiar es ser prudente.
Sin que nos demos cuenta, la confianza es el aglutinante de nuestra sociedad. Por poner un ejemplo simple: si yo compro una lata de sardinas confío en que dentro habrá sardinas. 
En la actualidad, ese principio de convivencia está muy tocado (compro dentífrico y dentro del tubo la mitad es aire). Hay una quiebra de confianza que amenaza la continuidad de nuestro modelo social. Las causas son muchas pero se resumen en una, el olvido de Dios. 
Dios es el principio de todo, y la condición de nuestra paz; es la única referencia para el consenso social; Dios como motor primero, suma perfección, verdad sin error, bondad sin malicia, belleza virginal. Su olvido conduce al relativismo actual, incapaz de articular un bien común. No hay base para el diálogo, no hay puntos de encuentro; los intereses confrontados son irreconciliables, y sólo se encuentran acuerdos parciales y caducos. En este contexto reina la ley del más fuerte.
Hemos llegado hasta aquí en una accidentada carrera, con muchas etapas dramáticas. Parece como si la historia, al pasar por un gran desarrollo de la inteligencia, quedara deslumbrada y perdiera el norte. Y quisiera olvidarse de su origen y meta: la unión con el creador.
El caso es que estamos chapoteando en una ciénaga, donde resulta penoso desplazarse. Pero hay salida. 
Había una vez dos ranitas, que cayeron en una tina de nata, y viendo que no conseguían moverse de su sitio, una se dejó morir mientras que la otra siguió pateando; de tanto batir, la nata se volvió mantequilla bajo sus patas y pudo apoyarse y saltar afuera. Así nosotros, estamos tentados de abandonar la lucha, sin darnos cuenta de que la historia la lleva Dios y vela por nuestra salud.
La vida es una lucha entre el bien y el mal; entre el amor y el odio; la esperanza y la pena; el miedo y la confianza. Esa lucha se libra dentro de cada uno, pero también socialmente. 
Los fenómenos históricos son concreciones de esa tensión vital, de tal modo que el mismo devenir de la historia constituye una prueba de la existencia de ese Bien Supremo que llamamos Dios. Porque cada vez que un modelo social reductor o contrario de los atributos del Dios bueno y creador ha intentado imponerse, hemos terminado en tragedia.
Eso ha ocurrido en el S. XX de un modo extremo, que ya creíamos insuperable. Pero todo presagia que no es así.
El tremendo dolor de las guerras del siglo pasado impulsó leyes y organizaciones mundiales garantes de la dignidad humana. Pero como con las guerras vino también un gran avance de la ciencia, el efecto humanizador quedó frustrado por el espectacular crecimiento material y el consiguiente empobrecimiento espiritual. 
Hubiera sido necesario pararse a reflexionar en medio de la acelerada carrera hacia el bienestar, pero no se hizo. En vez de eso, la inquietud de nuestro espíritu fue canalizada hacia la búsqueda de razones para ‘olvidar o cambiar’ a Dios. 
Ese panorama ha venido siendo el fondo de la historia de los últimos cincuenta años. En medio de una confusión creciente, la lucha por emanciparse de Dios, arreció. 
Hemos tenido en ese tiempo papas combatiendo el error con heroísmo. Su legado aún está vivo. Pero la virulencia del combate está ahora mismo en su punto álgido.
La ciencia, en pugna con la ética, ha encontrado un filón en la tecnología digital para imponerse. Anclada en modelos matemáticos, la virtualidad digital para organizar la sociedad es deslumbrante, aunque no perfecta. El pero es que las matemáticas aún no son capaces de computar sentimientos, de operar con delicadeza ni de perfeccionarse ahondando en ella, que es justo el punto fuerte de la ética cristiana. Porque Cristo, piedra angular de nuestra civilización, encarna un modelo de rey que dirige a los súbditos haciéndose servidor suyo. Obviamente, la concreción de este ideal cristiano en modelos sociales ha sido muy desigual y muy mejorable, pero válida siempre para indicar el sentido del progreso humano.  
Prescindir de la concepción cristiana del mundo, es decir, adoptar una visión de lo que es el hombre ajena al concepto de persona, al concepto de ‘ser dotado de una dignidad inalienable’ por haber salido de 'las manos de Dios" y con su imagen, es negar lo que somos; es también chocar con la tradición pero, sobre todo, es chocar con la verdad. 
Desgraciadamente, por la ceguera que provoca el orgullo, no están dispuestos los que tienen entre sus manos el juguetito digital a renunciar a sus sueños de grandeza. Y como un mundo habitado por personas es un freno para implementar su diseño, el intento de sustituirlas, sin que se note, por un sucedáneo, configura la historia de este medio siglo. Una vez desprovistas las personas de esa incómoda dignidad natural quedarían a merced del gran controlador, de Don Din-Dig. 
El covid fue planeado para darle la puntilla a una historia de dos mil años que tuvo como protagonista a la persona. Esa era tenía por marco el desarrollo de lo que es propio del cristianismo, esto es, el "Ama a Dios y ama a tu prójimo como a ti mismo". De tal modo que las sociedades cristianas veían el bien del individuo en relación al bien común. 
En cuanto al bien individual, se consideraba como su punto de partida la condición sagrada de la vida -el bien mayor- que dotaba a la persona con un principio de libertad. 
Como ese principio remitía a un creador, se derivaba forzosamente de él otro principio, el de responsabilidad: Yo he sido creado libre junto a otros seres libres; nuestra proximidad exige una respuesta -responsabilidad- de parte de cada uno para favorecer el bien común. 
Al mismo tiempo, nuestra creación como seres inteligentes, libres y responsables, determina un lazo amoroso con el creador, el gran benefactor, de cuya bondad depende nuestra vida y en el que tenemos acceso al pleno sentido de vivir mediante el cultivo de una relación de amistad con Él; lo que equivale a decir que la persona está equipada también con un principio de vida espiritual.
Libertad, responsabilidad, espiritualidad; tres principios culturales que en los últimos tiempos se estaban atrofiando y estaban causando graves disfunciones sociales. En el ejercicio de esas tres dimensiones, la persona existe como tal y contribuye a hacer una sociedad a su medida. Y viceversa, en tanto la persona no ejerza como tal, no está edificando una sociedad que le sea propicia. Y, efectivamente, se vienen dando síntomas de una sociedad cada vez más enferma.
Los intentos de mejorar son legítimos, y es connatural al hombre buscar esa mejora usando su inteligencia. Pero si ese impulso degenera de su origen -unirse al Creador haciendo su voluntad- y silencia la conciencia, en la cual nos habla Dios, el hombre se extravía, se frustra y opta por la violencia. Y eso es justo lo que estamos viviendo ahora. 
En este medio siglo, habiéndose avanzado mucho en el intento de marginar a Dios, pero viendo finalmente que el escollo del catolicismo, como piedra clave del edificio cultural del occidente cristiano, no se podía remover ‘por las buenas’, se ha entrado de lleno en la etapa violenta.  Y el asesinato masivo de ancianos en todo el mundo por medio del covid fue diseñado para arrancar las últimas raíces culturales de la era cristiana.
Hoy la prensa habla a las claras de este fin. Es urgente, dicen, legislar para implantar la era digital. Y se les ve el plumero, pues anticipándose a las objeciones insalvables de la ética, afirman que tiene que ser ‘opcional y reversible’, que tiene que ‘garantizar la seguridad’ y que ‘debe basarse en la confianza’, todo lo cual es justo lo contrario de lo que pretenden conseguir, esto es, el control total y definitivo de la masa.
El contexto de degeneración institucional y de inestabilidad social en que apareció el covid; las férreas restricciones a la reunión de hombres y mujeres libres; la machacona publicidad del peligro que corremos; la confusión que desde el primer momento rodeó esta calamidad; las graves legislaciones a la sombra de la Alarma; la opacidad informativa; la supresión del dinero efectivo; las cortinas de humo; la agitación social; los globos sonda de la implantación del telecontrol; y ahora las prisas por legislar la obligatoriedad social de los medios digitales, hablan por sí solos de la consistencia de un plan en marcha para esclavizarnos, y de los siniestros medios que ya está empleando. 
Ciertamente, la confianza ha edificado la prosperidad de que disfrutamos, pero esa confianza viene siendo minada y traicionada sistemáticamente en los últimos tiempos, y muy significativamente por parte de las autoridades y de las instituciones. Esta realidad es sintomática de una necesidad urgente de recalzar el edificio. Ahora bien, no tiene ningún sentido hacerlo dándole un cheque en blanco a los que repetidamente han quebrado nuestra confianza. Eso sería una temeridad. 
La confianza que nos piden es un insulto a la inteligencia, es tratarnos como a necios, repugna al sentido común; nos piden que nosotros mismos nos pongamos los grilletes.
La confianza es fundamental; y una vez perdida debe reconquistarse desde abajo, desde una sanación de la convivencia ciudadana. Los católicos estamos llamados a ser la sal que cura, que conserva, y que da sabor. Es necesario levantarse como testigos en medio de la plaza, con palabras como espadas, con las armas de la luz. Pero fiarse de los jefes, ni hablar.
“Fíate, la Fundación para la Integración de Alumnos con Trabas Especiales, nació en 2013 para infundir ánimo en la sociedad. Se propone recuperar la confianza y la alegría como pilares de la educación…”, estas palabras son las primeras de este blog. Lo que las autoridades han hecho con esta iniciativa desinteresada es condenarla al ostracismo desde el primer momento, empleando la violencia más sofisticada. Si piden confianza ¿por qué persiguen a quienes entregamos nuestra vida y nuestros bienes para despertarla?
'Covi.dig' es un mal sueño de este mundo lastimado por el pecado; pero al fin y al cabo, mundo feliz porque Dios se hizo presente en él hace dos mil años; "...y si abundó el pecado sobreabundó la gracia". Conviene despertarse del sueño, para que el ladrón no nos sorprenda dormidos en la noche y abra un boquete en nuestra casa. 
Los vendedores de sueños nos ofrecen un 'Covi.dig' que reluce; le han quitado la herrumbre por fuera pero está corroído por dentro. Es posible que en el fondo tenga algo aprovechable, pero para quitarle la suciedad hay que retornar a los principios; nos conviene reconocer al único dueño, ‘el que Es’, con mayúscula. Con eso cambiaríamos el ‘.dig, de digital’ por el ‘.DIG, de dignidad’; los muertos volverían a tener nombre y apellidos; los vivos volveríamos a llorar su ausencia; y, una vez más, el pecado y el dolor se habrían tornado esperanza por la virtualidad de la cruz.   

















Comentarios

Entradas populares de este blog

¡LUZ Y TAQUÍGRAFOS!

ALUMNOS

PROVOCACIÓN (publicado en agosto del 22, y revisado después)