NOTICIAS DE MI PUEBLO

Yo amo los mundos sutiles/ ingrávidos y gentiles/ como pompas de jabón/ Me gusta verlos pintarse/
 de sol y grana, volar/ bajo el cielo azul temblar/ súbitamente quebrarse.

Mi infancia son recuerdos de un pueblo vivo. Cada estación, con sus cosas propias, era un deleite. Las largas tardes de invierno nos servían para aprender a combinar la monotonía con la imaginación y para conocer la amable providencia que delicadamente nos rescataba del tedio con un sinfín de trucos de chistera: La visita inesperada de un pariente con propina incluida; un proyecto ilusionante que nos anunciaban nuestros padres; el regalo con el que no contabas; la elaboración de dulces que te ataba, fascinado, a la cocina; o la emoción de ver las nubes tornarse gris ‘panza de burro’ que presagia nieve y en un pispás extasiarse viendo caer los copos mansamente y cubrirse el suelo pardo de blanco inmaculado, ¡y el alborozo inefable que sentías con los juegos! Al anochecer, el descanso en familia al calor del hogar; y muchas mañanas, de camino al cole, el magnífico descubrimiento de los carámbanos colgando de los aleros, los charcos helados quebrándose bajo tus pisadas y el saberse amado al vestir un jersey de lana tejido por mamá; ¡qué abundancia de todo!... como la de los dulces típicos de cada fiesta…
Así entretenidos nos pillaba siempre por sorpresa la mágica primavera y ¡zaca, a volar! Arrobadores ensueños te llevaban de acá para allá, sin control; tu ser infantil entregado en brazos de un destino amable y juguetón. El día entero haciendo piruetas y cabriolas, en perfecta armonía con las alegres melodías de los pájaros, las delicadas fragancias del campo y los cautivadores vuelos de libélulas, abejas y mariposas de colores. 
Se apuraba el curso con esos encantamientos, y sin darnos cuenta nos veíamos de pronto libres de obligaciones, con un montón de tiempo libre y un montón de horas de sol; qué sensación tan agradable… y los padres nos organizaban ese ocio con alguna actividad lúdico-formativa: repaso escolar por la mañana, alternando con cursillos de natación, lecturas, redacción o inglés; tiempo libre por las tardes y vida social por las noches: grandes y pequeños nos reuníamos en festivas reuniones que duraban hasta la madrugada; contábamos historias y chistes, jugábamos al escondite o a las prendas, fabricábamos las carrozas para la fiesta…
Mi familia, con el ahorro de los años de nuestra niñez, fue de las primeras en irse a vivir a la capital, para que mis hermanas y yo pudiéramos estudiar mejor. Era la época de la Transición. Al entrar en la órbita de los países ricos de Europa, empezó a llover dinero también en España. Y ambas cosas, el cambio político y el dinero, empezaron a transformar por completo mi pueblo.
Hacia el año 2000 ya se habían ido muchas familias a núcleos urbanos próximos: Gijón, Oviedo, La Felguera… y alguien aprovechó esa circunstancia para sacar adelante un proyecto de muy dudosa honradez: partir el pueblo por la mitad para que el estrecho valle minero del Nalón tuviera una autovía. Hoy, veinte años después, el pueblo está partido y de la autovía hay apenas dos kilómetros. En su día, hasta los ancianos se plantaron en medio de la carretera para protestar por el atropello; pero el dinero ya podía entonces más que las personas. Les ofrecieron el oro y el moro, hacer un gran complejo sanitario: el segundo Hospital Nacional de Parapléjicos de España. Y ya se sabe que la avaricia rompe el saco… Se puso en marcha la obra y a día de hoy, aquel macrocentro quedó en uno pequeñito... pero con una gran historia. 
Apenas quedaban jóvenes en el pueblo para exigir el cumplimiento de aquella promesa inicial... y así comenzó a menguar. El gobierno, en vez de duplicar el Hospital Nacional de Parapléjicos, amplió el de Toledo –no puedo evitar pensar que un temprano proyecto de ley de eutanasia tuvo algo que ver en la decisión- y aquí, sin oposición, nos consolaron con un Centro de Referencia Estatal para tratar la ELA. Comenzaron las máquinas a trabajar y estuvieron varios años. Casi estaba terminado cuando sobrevino la crisis del 2013 y se paró todo. Entraron los ladrones; se contrató vigilancia de seguridad; se retomó y se paró varias veces; y en febrero de este año se anunció su inmediata puesta en marcha. 
Ya saben lo que vino después. Para mi asombro, en el gran HUCA de Oviedo se hizo un hospital de campaña en el parking, mientras este hospital, a quince minutos de aquél, permanecía listo para funcionar y sin trasiego sanitario. Situado a unos cien metros de mi casa, podía ver cómo las horas del confinamiento pasaban tranquilas por allí, sin apenas movimiento.
Una persona me dijo que estos últimos días habían contratado personal, y, sin embargo, todo parece igual que al principio. 
“Si hay enfermos, pensé, no me cuesta nada ir a visitarlos”. Así que hoy me acerqué por allí. Me encontré con los accesos de entrada herméticamente cerrados. Merodeé un poco y vi a una mujer desocupada y sola. Era menuda y parecía seria; se llamaba Andrea, y le pregunté si se podía visitar a los enfermos. Los ojos de la mujer, fijos y sin pestañear, no dejaron lugar a dudas: allí no entraría nadie a no ser Dios en persona (aunque si eso llegara a suceder me temo que no lo reconocerían). Mientras me iba yendo, pesaba sobre mí la impresión de que algo sórdido y siniestro escondían aquellos muros… al acercarme a aquella mujer había surgido de las sombras, sin saber cómo, un guardia de seguridad de ademán muy severo, que no me quitó la vista de encima hasta que desaparecí. El hospital está ubicado sobre una ciénaga, al pie del cementerio.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¡LUZ Y TAQUÍGRAFOS!

ALUMNOS

PROVOCACIÓN (publicado en agosto del 22, y revisado después)