TÚ, SÍGUEME

María vela por nosotros, nos enseña a interpretar los signos y a hacer lo que Él nos diga.

Cuando el soldado atravesó el costado de Jesús con su lanza, lo hizo de derecha a izquierda. Sin que él lo supiera, de ese modo se estaban cumpliendo las Escrituras. Aquel gesto mostraba al mundo que nuestra meta es dar la vida, abrir nuestro corazón de par en par para acoger a todo el que quiera descansar en él.
Pero si el propósito del golpe fuera sólo mostrar un corazón abierto por la mitad hubiese sido más rápido herirlo de frente o por la izquierda. ¿Por qué, entonces, quiso Dios que antes de llegar al centro atravesásemos el resto del cuerpo?
El cuerpo de Cristo somos los fieles, la Iglesia; así que puede que Dios nos quisiera indicar que el acceso a su divinidad pasa por darse a los hermanos: Amando a todos llegaríamos al fin de nuestro viaje; a la gloria de la divinidad. Por otra parte, el que la herida del costado fuera tan profunda, indicaría también que la vida del cristiano, para identificarse con Cristo, es un itinerario.
Y como de la herida salió sangre y agua, se entiende que para poder recorrer ese itinerario se nos provee con esa doble bendición. Aquél que se fiare del poder milagroso de esos 'regalos' avanzaría seguro hasta la meta.
El agua del bautismo nos purifica, nos renueva. El misterio de lo que somos se nos va iluminando en la medida en que caminamos movidos por la fe. “De prueba en prueba” experimentamos que cuando estamos a punto de morir, ‘el agua del torrente’ nos devuelve a la vida … y así vamos recuperando la capacidad de vivir sin miedo y de amar -la imagen de Dios en nosotros que el pecado había empañado. En la travesía de la vida, la eficacia del bautismo nos devuelve a nuestra condición de hijos que confían plenamente en su Padre.
La sangre es el vino que nos alegra el corazón y nos levanta el ánimo; el ungüento que nos alivia las heridas; el alimento que nos da fuerzas para caminar.

Yo fui un gallito, un engreído y un rebelde; tenía miedo; y durante mucho tiempo me vi a mí mismo como un cobarde. Como así no se podía ir muy lejos, llegué pronto a un lugar sin salida. Allí, triste y desorientado, me encontró Uno y me invitó a seguirle; como no tenía nada que perder, eché a andar con Él.

Ayer por la noche vi una peli con mi hija; se titulaba Mcfarland, topónimo que significa “los hijos de la tierra lejana”, algo parecido a ‘los hijos de la tierra prometida’; y el argumento tenía cierta similitud con la historia sagrada.
El Pueblo de Dios, guiado por Moisés, había tenido que hacer un camino largo y difícil hasta llegar a la Tierra Prometida. En ese viaje había aprendido a confiar en Dios, ya que Él había proveído a todas sus necesidades: agua, comida y remedio para las desgracias.
Mcfarland es un pueblo fronterizo de USA en que viven jornaleros mejicanos. Un honrado profesor, ‘Mr. White’, se instala allí con su familia. Viendo la dura vida y el coraje de los chicos, concibe la idea de ponerlos a competir en ‘campo a través’. Choca con la falta de esperanza de algunos, pero la noble actitud de acogida de la mayoría, los fuertes lazos familiares y vecinales, y el esfuerzo y la perseverancia, son bendecidos finalmente con el éxito y el pueblo conoce días de prosperidad.
La película terminó a la una y media de la madrugada del sábado, y mientras subíamos a dormir, mi hija comentó: “¡qué bien!, una peli en familia”.
Sí, qué bien, pensé yo, sorprendido aún de lo que había visto. Gente acogiendo en su gran mesa familiar al forastero. Chicos humildes que desde los diez años trabajan en la tierra para sobrevivir, obedientes a sus padres, y que cuando ganan su primera competición se arrodillan como un solo hombre a rezar un Padrenuestro... Y un estadounidense que ama a su mujer y a sus hijas y se implica personalmente con sus alumnos, y que cambia, por deseo de su esposa, la vida cómoda y segura entre ‘blancos’ por la precariedad entrañable de Mcfarland.
Me acosté ‘alucinando’, pero en el sueño, volví a la realidad. Entonces vi sin sombras lo que la peli ocultaba. Aquel ‘regalo’ no lo era tanto.
Que un canal popular televise, un viernes por la noche, una película que ensalce los valores de la familia, la tradición, y la fe cristiana, es insólito. Pero que lo haga en medio de la desolación que anega nuestra sociedad, es insultante.
Como cuando el ABC, que yo recibía a diario, vino una vez con un rosario de regalo mientras silenciaba día tras día los desmanes legislativos del primer gobierno de Sánchez. Una burla y un escarnio, porque con su complicidad y la del PP, los amigos de Don Din derribaron a Rajoy, dejaron malmeter a Sánchez, y prepararon el terreno para lo que estamos viviendo ahora, la matanza y el saqueo de la ‘tierra de María’.
Los católicos, adormecidos por el ‘bienestar’, se han ido descafeinando en contacto con el mundo, hasta perder el discernimiento que da la luz de la fe. Así se explica que con bagatelas mediáticas se les engatuse como a niños y se neutralice toda su capacidad de reacción frente al brutal ataque que estamos recibiendo. Para cuando quieran darse cuenta, ‘no quedará del templo piedra sobre piedra’.
Ya se planea abiertamente pactar un contubernio –PPSOE- para acabar con toda oposición a los siniestros planes anti-España, anti-vida y anti-Dios.
Profunda repugnancia me ha causado ver al PP durante estos últimos años cacarear como una gallina y ahuecar el ala cada vez que se requería intervenir con decisión. Pero la violencia y la amenaza que soterradamente amordazaban al país, hacía imposible destapar la impostura.
Con qué descaro mienten los medios, cómo camuflan las maniobras para encadenarnos. Hablan con eufemismos –ley del teletrabajo, dicen- sobre dar cobertura legal al totalitarismo, a la abolición de toda libertad que supondrá de hecho la imposición del uso de los medios digitales. Proclaman que peligra la seguridad ciudadana... ¡qué obscenidad en labios de los traidores! ¡cómo babea el enemigo de Dios!
Estamos muy cerca de la apostasía generalizada; el mundo, privado de toda luz, admira signos (de vida extraterrestre, o de milagros) que no son más que trucos; y en medio de la desolación, la abominación está a punto de ser elevada a los altares.
Cuando eso ocurra, entonces, enseguida, vendrán los tiempos terribles de la ira de Dios, en que hasta los fuertes temblarán como niños. Pero los seguidores de Cristo que perseveren en la fe hasta el final, se salvarán.


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