DE VUELTA AL MITO


El sueño de la razón produce monstruos


EEUU, ese país idolatrado por muchos, tierra de promisión, guardián de la libertad y promotor de sueños, es hoy, a la vuelta de los años, un país violento en el que el 40% de la riqueza está en manos del 1% de la población. 
Gente trabajadora en un país rico, para quienes hacer dinero es un mandato divino, prosperaron mucho en poco tiempo. Pero de Dios no atendieron con igual solicitud todos sus consejos y así afloraron sus lagunas de humanidad, y se extendieron… Abordaron con arrogancia muchos desafíos; se debilitó su poder; y extendieron la mano a la opresión del prójimo… 
Como un castillo de naipes se caen los sueños labrados a golpe de genio exclusivamente humano. Y así el gran imperio moderno en el que el mundo se miraba, ha terminado por convertirse en una mascarada violenta.
En este confuso momento histórico, en el que está tan mezclado el bien y el mal y cuesta tanto distinguirlos, suele aparecer más claramente en los medios lo que los poderosos quieren que oigamos. Porque su tranquilidad depende de que nosotros permanezcamos en el engaño; el engaño de creer que vivimos en sociedades democráticas y desarrolladas, lo cual es una píldora cada día más intragable. 
Entre cifras de muertos, oímos desde que empezó la alarma que nuestro sistema está agotado, que la crisis va a servir para empezar algo nuevo. Lo llaman nueva normalidad. Se trata de instituir un poder central absoluto como nunca ha habido, que abarque todos los rincones del planeta, y bajo cuyo dominio no tendremos que preocuparnos de nada porque proveerá a todas nuestras necesidades, aunque con la condición de que renunciemos a pensar por nosotros mismos. 
Mientras intentan meternos en ese corsé nos entretienen con rivalidades e-mocionales de políticos descabalados y traidores, rancios culebrones catalanoides, bufonadas de mandamases que se ponen a Dios por montera, chutes de simonía en directo, pagando con vidas al totem-covid; y si no, nos engatusan con enternecedoras vainas de comercios justos, nuevas economías locales o mundos de yuppy diversos. 
No es verdad que nuestro sistema esté agotado. San Juan Pablo II le dio la puntilla al último intento de hacer un paraíso en la Tierra. Y a partir de ahí, con el viento en popa, tuvimos una oportunidad de oro para perfeccionar nuestro sistema y con él, el mundo. Pero el Maligno afiló las uñas y aguijoneó a sus ejércitos para frustrarla. 
El sueño de construir una sociedad justa, que a lo largo de la historia moderna derramó tanta sangre, se acrecentó con la complicación del pensamiento filosófico, desprendido del ‘lastre’ de la metafísica y la teología. Y en paralelo al intento de implantar esos mundos perfectos imaginados, creció la cizaña y se debilitó el trigo. La economía del siglo pasado fue, de guerra en guerra, cediendo a la ley del más fuerte y por tanto haciéndose cada vez más injusta y más inestable.  
Superadas las grandes guerras creció mucho el poder de EEUU, pero también su rivalidad con la URSS. Dejando atrás el desastre de Vietnam, el sistema capitalista de los años 80 se fue enturbiando cada vez más, haciéndose la economía más dependiente del trabajo de nuevos esclavos; y los ciudadanos, a la par que perdíamos control sobre la producción de la riqueza, vivíamos bajo la dictadura de los ismos políticamente correctos y del espejismo de una prosperidad material. En el 2000, ya muy alejados los flujos económicos del ciudadano medio, y con la excusa de buscar seguridad, comenzó una reconfiguración mundial preparatoria del régimen digitatorial. Las políticas de los países de Europa y sus actores empezaron a decidirse en la cueva de Alí-Babá, y unas y otros iban dirigidos a empobrecernos, tanto material como espiritualmente. Y así, muy mermados en todo, llegamos a la actual mascarada del covid.
El sistema económico basado en la explotación de ideas por medio de la iniciativa empresarial es lo que más se ajusta a la verdad antropológica del ser humano. El hombre es un ser creado libre, con voluntad, entendimiento y memoria, y capaz de logros ilimitados. Su naturaleza moral le exige responsabilidad, y en ella se puede cimentar un consenso social de potencialidad infinita. Esa armonía que su condición moral posibilita es el anclaje de la diversidad, y el respaldo de la creatividad. 
El colapso económico no tiene la causa en nuestro sistema sino en haber descuidado la faceta moral que preserva la cohesión social. No se puede fundar la vida social en otro cimiento que el puesto por Dios mismo en la creación. Ese cimiento es que somos seres hechos por Amor y en todo momento sustentados por él. Nuestra inteligencia, hecha a imagen del Creador, nos permite conocer que hay un orden y que el progreso pasa por respetarlo. La negación de ese vínculo fundamental da al traste con toda posibilidad de Bien Común. Porque negándolo desaparece la moral objetiva –empezando por el respeto a la vida como don sagrado- y con ella toda posibilidad de aunar voluntades en un mundo de recursos finitos. 
Y esa y no otra es la causa de que la locomotora del progreso esté patinando… las piezas habían empezado hace tiempo a chirriar, últimamente no dejaban de echar chispas… y ahora ya arden llameantes… Porque no existe vida al margen del amor al prójimo; y en ese sentido no deja de tener razón Salvini cuando dice que el saludo con el codo es el fin de la especie humana… Te saludo con el extremo más duro de mi cuerpo… más que ‘te saludo’, te aviso de que tengas cuidado conmigo, pues en vez de tenderte la mano, te doy un toque con 'mis cuernos'…
La economía no es una ciencia exacta, ni lo será por más que algunos se empeñen en ello. La economía, como mucho, tiende a la perfección, pero ha de admitir que su objeto está incompleto, y que debe incorporar en sus análisis el factor cualitativo.
Es ese factor el que más determina la potencia económica de un pueblo. Es la fuerza moral la que soporta las contingencias materiales; la que vigoriza el tejido económico dándole resistencia y elasticidad para adaptarse a los contratiempos; la que aguanta los fracasos sin rendirse y es garantía de continuidad, activo seguro y reserva de riqueza. 
Negar esto equivale a negar lo que somos, conduce a que los intentos de regular la vida en común caigan en la tentación de cambiar nuestra naturaleza para poder someterla a los predictores científicos -lo que por fin “daría estabilidad al mundo”. 
Y en eso precisamente ha caído la digitalogía, el enésimo intento de librarse del ’yugo suave de Dios' mancillando su creación, abusando de ella, corrompiendo el precioso regalo de la vida por el extravío egoísta de algunos. Ese engendro, esa espiral violenta, es una aplicación de la tecnología ilegítima, por cuanto no busca coadyuvar al buen orden natural, sino crear uno distinto. Trata de suprimir la incertidumbre proveniente de la libertad humana a base de reducir a la persona a la condición de ser irracional. Pero como no ve viable imponerlo por la fuerza, su intrínseca perversidad busca hacerlo mediante el engaño, contando con la colaboración de la propia persona. Usan para ello un diabólico invento, la confrontación de sexos, que han hecho pan cotidiano a base de untar a legiones de políticos y desaprensivos de todo tipo. Machacando la virtud han ido acostumbrando a las gentes a dar rienda suelta a sus instintos; y así van muchos limitando el uso de sus funciones superiores, y desechándolas al considerar que obtienen mayor beneficio de ejercitar sus 'funciones inferiores'...
El proyecto es tan 'fascinante' como 'fascionante' y fácilmente abocará a una nueva era de horror si, como es de esperar, la humanidad se resiste a entrar en una cuarentena indefinida, en un confinamiento sine die de sus cuerpos y sus almas... Yo, desde luego, prefiero con mucho arder en un horno crematorio antes que ver a mi hija deambular por las autopistas digitales que conducen a las calderas del fuego eterno…

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