JUICIO INICIAL, juicio final

Si el grano de trigo no cae a tierra y muere, no da fruto... 

Virulencia es la violencia causada por los virus, y en eso estamos. Con el aislamiento impuesto y buscado, cada vez es más difícil poder conversar, pero a poco que se consiga, se ve que estamos de acuerdo en que lo que está pasando es muy confuso e inquietante; lo cual es propio de un ‘estado virulento’.
Estamos a verlas venir… y perplejos: El gobierno aprueba un salario que recibirán muchos aprovechados mientras que nuestros mayores se mueren malamente; se avecina una debacle económica y al mismo tiempo se habla de volver al confinamiento; la información es calamitosa y no mejora; el vicepresidente estaba en la picota y le bajaron de ella subiendo al Rey emérito; Europa nos achucha y pide recortes; hay un millón de muertos por un virus pero no hay un plan internacional para combatirlo; la OMS dice que el aborto es salud y que el virus flota… y mientras tanto el gobierno toma medidas arbitrarias y nadie dice ni mu.
Con un celo inusual, se impide el paso de los ciudadanos a las dependencias administrativas, exigiendo el uso telemático, pero al mismo tiempo se suprimen los ordenadores de bibliotecas y Administración (Oficinas de Información y Registro y Delegación de Educación, entre otras) y wifis públicas (en Toledo había cuatro o cinco y las han quitado todas). Si a eso sumamos la profusión de normas, es difícil no pensar que se nos está metiendo a marchas forzadas en un traje de hierro.
En una situación así no hay quien se libre de la presión, e incluso la Iglesia se ve afectada. Ya antes de la emergencia pasaban cosas, y ahora más. Ayer, en Misa, las monjas cantaron durante la Comunión un tema de un pastor evangélico. Al exponerle a los sacerdotes mi turbación le quitaron importancia, no viendo motivo para ella. Pero esto no es casual, sucede porque el mal ha invadido todas las esferas sociales. 
En este contexto, mantengo desde hace diez años un testimonio de fe por el cual soy perseguido.
El verano pasado fue muy difícil para mí, y aprovechando ese mal momento intentaron derribarme de muy diversas maneras. En uno de estos lances tuve que solicitar un servicio público, resultando que me engañaron en la tramitación para perjudicarme. Al darme cuenta le dije a cierta funcionaria, estando a solas con ella, que de nuestras acciones tendríamos que rendir cuentas. Ella, al tanto sin duda de la mala práctica profesional que se había seguido contra mí y que yo ya había comunicado a la Alta Inspección, fingió no entender por qué le decía aquello, por lo que yo, viendo su mala disposición, le dije solamente que ya se enteraría.
El hecho terminó en una denuncia contra mí por “Amenaza de muerte”, y en septiembre recibí una citación para un Juicio que tendría lugar el 25 de mayo del año siguiente. 
El confinamiento me pilló en Asturias. Desde allí comuniqué por teléfono con los juzgados porque estaba pendiente de cierto asunto y me pidieron que enviase mi dirección por correo electrónico. Hablé también con otra persona respecto al juicio, para estar al corriente, pero en este caso no encontré la misma buena acogida.  
El 9 de mayo aparecieron en el BOE las normas para reanudar la actividad procesal: Los juicios podrían volver a celebrarse a las dos semanas de iniciada la segunda fase. Eso significaba que en Toledo no se reanudarían los juicios hasta el 11 de junio, y aunque la fecha podría variar algo en función de indicadores sanitarios, no era previsible que mi juicio se mantuviese para el 25 de mayo. 
En el confinamiento no tenía conmigo la citación y no sabía qué tribunal llevaba mi caso, por lo que escribí correos a los 8 Juzgados de Primera Instancia tratando de averiguarlo. Uno me fue devuelto varias veces por ‘el servidor’, otros cinco no me contestaron y dos me respondieron diciendo que con ellos no tenía nada pendiente. 
Yo estaba convencido de que una querella en la que el Juez tendría que decidir entre la versión de la denunciante y la mía, con tan poca base como unas palabras pronunciadas sin violencia alguna; sin faltar al respeto; sin levantar siquiera la voz; y motivadas por una actuación punible del Servicio al que pertenecía la denunciante, no sería retomada con urgencia tras la Alarma. Pero, para mi asombro, me equivoqué.
Inquieto por no poder averiguar a distancia la fecha reasignada, volví a Toledo hace unos días; y me encontré con que el Juicio se había celebrado en la fecha original. 
En el apartado ‘Hechos Probados’ de la resolución, se me atribuye la expresión “Ha llegado el día de tu juicio final, ya te enterarás”. Y el Juez sentencia que “ha quedado acreditado (el delito) en el acto del Juicio por la declaración de la denunciante…versión que ni siquiera es negada por el denunciante (sic), ante su incomparecencia voluntaria al acto de la vista”. 
Tuve otras sorpresas desagradables al llegar a Toledo, y me fue especialmente doloroso enterarme por un amigo de que se han viralizado los comentarios calumniosos sobre mí.
Respecto a la condena, me dieron cinco días para apelar la sentencia, de modo que el mismo día acudí al abogado que me venía ayudando estos últimos años, pero lo encontré totalmente falto de empatía. Luego pensé en dirigirme al que me prestó sus servicios cuando el vecindario quiso silenciarme, por ser también cristiano, pero resultó que ahora tiene por ‘súper-jefe’ al abogado de la denunciante.
Os podéis imaginar cómo me hizo sentirme todo eso. Pero ahí, en la desolación, acudí al Señor. Fiel a la oración y a los sacramentos, desde que me decidí a dar público testimonio de mi amistad con Jesús, nunca me faltó su auxilio en los momentos de peligro. Y ayer después de Misa, aunque dolido por la herida de la Iglesia, me dirigí de nuevo a 'mi amigo' poniendo de mi parte aceptación y confianza. Y el Señor, como siempre, acudió sin tardanza en mi ayuda. 
Conectándome a la wifi de un bar, descubrí enseguida que mi juicio había sido celebrado contraviniendo el criterio técnico para la desescalada en el ámbito de la Justicia, por expreso deseo del súper-abogado de la denunciante, que resultó ser el responsable último de la práctica profesional punible denunciada por mí ante la Administración Central en el verano pasado. 
Esa excepcionalidad tan asombrosa resultó ser el medio permitido por Dios para que mi juicio se convirtiera en el Juicio Inicial de la “Nueva Normalidad”, y fuera tal que hiciera burla del ‘juicio final’ (así, con minúsculas); y se convirtiera en metáfora y cumplimiento de la profecía que yo había hecho hace quince meses: Que una quimera blasfema estaba en marcha, que arrasaría las libertades y la presencia de Dios en la sociedad, y que abocaría al mundo a un período trágico, a una desolación abominable de la que sólo la firmeza en la fe nos podría salvar. 

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