LOS HUEVOS DE ORO

Contigua al hospital, la vieja nave que antaño  dio vida al pueblo, hoy puede resucitar. 
Hay vivencias de la infancia grabadas como destellos en nuestra memoria. Tendría yo siete u ocho años y hacía buen tiempo; podría ser avanzada la primavera. Por aquel entonces, en una Asturias pujante, mi pueblo era un lugar ideal para un niño, pues aunaba la tranquilidad con acontecimientos estimulantes para la imaginación. 
Próximo a un área industrial, en un momento de bonanza económica, iban creciendo algunas pequeñas empresas familiares en la localidad. Una de aquellas familias había construido una nave industrial y en ella, creo que con ocasión del nacimiento de un hijo, invitó al pueblo -que entonces tenía dos mil habitantes- a una merienda. Por esa época del año, se suelen hacer en mi tierra este tipo de encuentros gastronómicos con motivo de probar la sidra elaborada con la última cosecha de manzanas. En bable se les da el nombre de 'espichas', en referencia a la apertura de los toneles quitándoles la espita que los cierra.
En el comedor del lagar o en un lugar espacioso, se disponen mesas corridas sobre las que se distribuyen los alimentos, y la gente está de pie 'pinchando' de aquí y de allí y hablando con unos y con otros, mientras los que sirven van ofreciendo 'culinos de sidra' sin parar. Las viandas en aquellos 'buenos tiempos' eran de calidad y aunque no puedo valorar la riqueza culinaria de aquella espicha en concreto deduzco por la impresión general que me dejó, que las mesas estaban bien servidas. Podrían tener una buena parte de lo siguiente: Empanadas, tortillas, calamares fritos, chorizos a la sidra, embutidos de calidad, quesos variados, fritos -de pixín (rape), bacalao y merluza-, pulpo a la gallega, berberechos, aceitunas, mejillones, pimientos rellenos, gambas, langostinos, bollos preñaos, escalopines al cabrales, picadilloalbóndigas, patatas fritas, ensaladilla rusa y huevos duros con pimentón y sal; y rematando la faena, los exquisitos dulces caseros típicos: casadielles, bizcochones, tartas, arroz con leche, etc.
Los huevos cocidos yo ya los conocía, obviamente, pero salpimentarlos fue un descubrimiento para mí. Y con aquella impresión de enjundia picantona, el ir de acá para allá con entera libertad, entre una multitud alegre y amigable, no podía no dejarme una huella imborrable en la memoria. 
Una huella de vida abundante, una constancia de la presencia del amor y la amistad en el ambiente; algo que llevo dentro, como un cimiento firme, que me da seguridad respecto al sentido de la vida. Porque después de haber sufrido y haber encontrado en la fe de mis mayores las respuestas a todas mis inquietudes, obtengo de experiencias como esta que narro la confirmación de que el amor existe y de que el amor lo es todo. Y de ahí que no repare en medios para dedicarle a ese Amor mi vida entera.
Con esto del confinamiento llevo casi seis meses en mi pueblo, y estoy teniendo ocasión de ver cuál ha sido su evolución. Las casas y calles han mejorado, pero no están muy diferentes, sin embargo la población sí que ha cambiado mucho y ha disminuido.
De mis convecinos de los sesenta y setenta quedan sólo unos pocos, cuyos hijos, mayormente, viven fuera, si bien son caso aparte las varias familias de portugueses, formadas por los hijos y nietos de antiguos vecinos del pueblo, llegados por la demanda de mano de obra con la expansión industrial de la zona. Hay otro grupo de descendientes que después de haber hecho dinero afuera han vuelto y ahora tienen aquí una vida retirada y más o menos tranquila. Por otra parte, la venta barata de inmuebles está facilitando la reciente instalación de algunos vecinos que mayormente tienen ya su vida hecha y no vienen buscando propiamente una comunidad donde arraigarse. También por los aledaños de las peñas quedan algunos jóvenes, inclinados a la vida natural y montaraz. Y hay que añadir algunas personas de escasos recursos que se alojan durante un tiempo en infraviviendas y un buen día desaparecen. En general, el ambiente es pobre, predominando los ancianos -aunque algunos con muy buena salud-, y las actividades económicas y culturales son residuales y algunas sumergidas.
En este panorama, algunos de los vecinos más significados del pueblo habían depositado grandes esperanzas en un resurgimiento local de la mano del nuevo hospital. De éste ya he contado su accidentada historia, y ahora, a seis meses de haber anunciado su inauguración, sigue languideciendo misteriosamente. Es uno de los llamados Centros de Referencia Estatal (CRE), pensados para apoyar a las familias de aquellos que sufren patologías que los incapacitan repentinamente. Tiene 25 camas para residentes y 75 de hospital de día. En torno a centros de este tipo suelen desarrollarse infraestructuras residenciales que faciliten a los enfermos y a sus familias la transición a su 'nueva normalidad'. Lo ideal es disponer de espacios cercanos amplios y de calidad, que suavicen la aspereza del cambio que tienen que afrontar. Tal vez porque esas infraestructuras no existen aún en Barros, es por lo que el hospital está parado.
Pero no se entiende por qué se da esa situación. Contigua al hospital hay una parcela de unos setenta mil metros cuadrados ideal para esa urbanización. El Ayuntamiento de Langreo tiene en ella una participación del diez por ciento y buena disposición para realizar la obra. Los enfermos saldrían por una puerta del hospital y accederían sin barreras arquitectónicas -el terreno es llano- a sus casas, con amplios accesos y espacios verdes. Todo apunta a que se trata de un negocio inmejorable, por lo que no se entiende la demora... 
Tengo entendido que parte del problema viene precisamente de aquel varón por cuyo nacimiento sus padres invitaron al pueblo a una espicha por todo lo alto. A los de su edad -un poco mayor que Sánchez, que tiene 48- han empezado a faltarles esas experiencias que sólo se dan en las comunidades que se vinculan por lazos de amistad, de amor y de buena vecindad. A los de cincuenta para abajo les faltan los huevos duros... con sal y pimentón, a ser posible picante.

Postdata:
Tarde o temprano la vida se abre paso y ayer vi vehículos de trabajo removiendo material en la parcela de la nave...
Unos padres felices por el nacimiento de un hijo sembraron amor en este pueblo hace cincuenta años. ¿Quién mejor que otros padres, angustiados por la súbita desgracia de sus hijos, para recoger los frutos de aquella siembra? Y el pueblo compartiría ese bien; se haría justicia.

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