VIRAJE ANTI-VIRAL


¡Virando a babor... rumbo a la Esperanza!

En este día en que celebramos que Jesús se mostró a tres pescadores como hombre-Dios, haciendo brillar su rostro y sus vestidos como ningún hombre puede hacerlo, leo un texto-editorial de El País y no puedo menos de sentir que está en las antípodas de mi fe. Es lo más retorcido y oscuro que se puede imaginar; no tiene nada de claridad, hace falta leerlo varias veces para ‘entenderlo’. Su opacidad viene de que intenta hacer verdad una mentira; rezuma interés bastardo, ideología, artificio, engaño, en definitiva… error.
Del primer párrafo, por poner un ejemplo, se saca ‘en limpio’ lo siguiente:
-Al poner en la balanza la actitud de algunos de no ponerse la mascarilla, da como resultado que pesa más que la sumisión al machaque mediático del 99 % restante de la población. 
-Siguiendo con el intento de justificar la candena covidig, etiqueta El País de ‘influencia autoritaria y suicida’ la que cuestiona lo oscuro del fenómeno covid; y la estigmatiza usando al ‘comodín-dictador' Trump (que para eso está y para que le echen y ‘pongan al bueno’ en las próximas elecciones…)
Está claro que este embolao de celadores y sepultureros está siendo un “jaque al rey” para España en toda regla, pero no por parte de 'las izquierdas', y ni siquiera del contubernio PPSOE. Y conviene recordar que nos ha llegado al poco de 'doblar el hito' de la exhumación de Franco, en que abiertamente se empezó a tratar a los españoles como necios. 
Y si El País llama suicidas a los que osan denunciar la corrupción de los medios, acto seguido es La Razón la que se atreve a descalificarlos llamándoles ‘irresponsables inmaduros’. ¡Qué cara tienen! ¡como si no se les estuviera viendo el plumero! Los españoles ya están hartos de que los traten como niños y han empezado a decir ¡Basta! ¡Se os acabó el chollo!
Entre tanto periodismo infumable, ‘vino a mí’ un informe sobre el covid que es lo más científico que he oído en estos cinco meses de dolor. Afirma que los efectos del SARS COV se asemejan mucho al azote de una gripe como ya ha habido otras, y de la amplia documentación que aporta emerge, incisiva, una pregunta inquietante: ¿por qué los medios y los políticos se han puesto de acuerdo para tratar esta contingencia como si fuera una amenaza mundial sin precedentes? Reportaje Covid 19
En la ya larga historia de despropósitos de la contumaz estafa de la prensa, en cosa de unos pocos días pasamos de oír hablar de un virus peligroso a recibir la orden de no salir de casa. ¿Qué nueva jugada es ésta? Era la pregunta lógica que muchos nos hicimos entonces. 
Los medios se pusieron a vomitar ¡PELIGRO, PELIGRO!, e inmediatamente izaron una bandera de emergencia: ¡TODOS A LA MASCARILLA!
Mascarilla es ya, para un lapso de cinco meses, la palabra más repetida de la historia de España. Designa un objeto que protege nuestro organismo tapándonos la boca, lo cual es una providencial metáfora de lo que en realidad esconde el fenómeno popularmente conocido como “la Covid”, esto es, un gran invento para someter a la población robándole la capacidad de pensar por sí misma, haciéndola creer que es adulta y responsable, y llevándola, mediante sutiles amenazas, a encadenarse por decisión propia a los cepos digitales, cuya llave guarda celosamente un cancerbero virtual, una endiosada inteligencia depravada que una vez que te caza no te deja escapar.
Recién metidos en esa espiral de incomunicación ciudadana, lo primero que me llamó la atención fue que ya se hablara de pandemia cuando el 88% de los casos se concentraban en tres barrios o zonas del planeta. Y en segundo lugar, que dos de ellos fueran en España e Italia.
Rondándome ese interrogante, no pude evitar pensar que el foco de Bérgamo tuviera algo que ver con el destemplado cierre del Vaticano... y mis alarmas pasaron de intermitentes a intensas cuando el Arzobispo de Toledo emuló a su homónimo y suspendió todo culto en la Diócesis Primada de España, aun cuando la ley española no le obligara a hacerlo. (Porque acostumbrado a seguirle la pista al ‘desastre nacional’, mi visión de lo que estaba ocurriendo no podía desprenderse de repente de ‘la clave’ de interpretación que me estaba permitiendo dar sentido al aparentemente errático marco político español.) 
Desde el 2013, en que pasamos de pronto de tener una economía saneada a estar a dos velas, se habían sucedido los sobresaltos en nuestro país: El desembarco tóxico de Podemos y C’s copando las portadas; la desgracia cayendo sobre Rajoy día sí, día también; la imposibilidad de formar un gobierno estable y el calamitoso año de vacío de poder, todo ello con el hostigamiento constante desde dentro –Cataluña- y desde afuera –Bruselas; y salpimentando esta olla, la política de enfrentamiento de sexos y la financiación del vicio y la picaresca; años de desconcierto en los que se fue extendiendo el desánimo entre la gente corriente, y en los que empezó a verse venir el colapso de la sociedad. 
En toda esta década funesta me tocó vivir a mí una etapa no menos difícil en mi vida privada; pero, curiosamente, por ser fiel a mi fe en esas dificultades obtuve la gracia de entender el porqué de tanta calamidad nacional, a saber: que estaba implementándose en secreto la vieja aspiración de algunos a un mundo sin Dios… y por tanto sin España, que sin Dios nunca hubiera existido ni existirá.
Aislados y pendientes del 'gran hermano', desgastados por el largo encierro y machacado el cerebro por un aluvión de datos y órdenes contradictorios, la respuesta emotiva desplazó a la actitud crítica. Pero prevenido de que esto habría de ocurrir, yo seguí observando desde 'mi agujerito' el devenir de los acontecimientos.
Las primeras semanas murieron muchas personas de ochenta para arriba, a las que llamaban ‘de riesgo’; pero poco a poco fueron goteando casos de fallecidos de menos edad, que se alzaban a las portadas como banderas plantadas en nuestro territorio por el peligroso enemigo. 
Investigando esas primeras muertes de guardias civiles, militares, curas… no encontré rastro alguno de sus historias clínicas ni de sus circunstancias vitales al morir… y a quien se interesara por esos detalles y le sorprendiera no encontrarlos en los medios, no le daba tiempo a albergar una duda, porque continuamente se nos arrojaban nuevas impresiones mediáticas.
En esos largos meses resultaba desmoralizador la falta de rigor científico, la contradicción constante, la desorientación generalizada, la arbitrariedad y la desfachatez de las medidas institucionales, pero al mismo tiempo anegaba los medios una ola de entusiasmo por las actuaciones heroicas de muchos, por la promesa de la restauración de la especie… Y así, con el desconcierto por un lado y la exaltación espiritual por otro, la mayoría fue inclinándose a superar el conflicto obviando los tropiezos racionales y asumiendo por vía emocional la versión oficial de los hechos.
En el enlace que he compartido se desmonta con datos objetivos esa versión mediática de una pretendida ‘pandemia antes nunca vista'. Sin embargo, el elaborado análisis que presenta viene a suponer ‘desvestir a un santo para vestir a otro’.
Cada palo que el informe quita al sombrajo mediático de la catástrofe apocalíptica se lo coloca a otro igual de engañoso e igual de dañino: que lo que estamos viviendo es un acontecimiento natural. El reportaje pregunta insistentemente por qué los medios sobredimensionan la epidemia, por qué no dejan de hablar de ella y de asustarnos con sus efectos, por qué nos encerraron o nos hacen usar mascarilla si no es necesario, etc., pero justamente al hacer esa crítica tan incisiva están ‘salvando la mayor’, esto es, que de lo que no hay ninguna duda es de que todo este desastre es de origen natural.
En la situación de monopolio informativo actual es casi imposible que llegue abiertamente al público una versión distinta a la oficial; y si eso llegara a suceder es muy probable que haya gato encerrado. En el grave caso que nos ocupa, la explicación más plausible es que la difusión de esa noticia sea para dar la impresión de prensa libre; el truco consiste en permitir aflorar opiniones y una vez publicadas borrarlas de la parrilla informativa, como 'de suyo' sucedería con cualquier noticia que se revelase infundada. En todo caso, aun con ese truco, hay que decir que ninguna noticia llegaría a las pantallas si su contenido fuera tan inflamable que pudiera causar una hoguera imposible de controlar. Y de ahí que nuestro 'riguroso informe científico' deje fuera de toda duda que la aparición del virus es de "naturaleza azarosa". 
Pero si ciertamente fuera así, ¿qué sentido tendría que ya en los primeros días del confinamiento -e incluso antes- se estuviera hablando de 'un nuevo orden', de una reconfiguración total del mundo? 
Por poner un ejemplo de lo chocante de esa temática, el primer día del Estado de Alarma apareció en El Español un texto que contenía las siguientes palabras: 
“… De súbito, empezamos a ser conscientes de la gran fragilidad de la naturaleza humana, de que somos débiles y vulnerables.
Probablemente, dentro de unas semanas [¡pero si la Alarma era para quince días!] nada será como hasta ahora. De hecho, ya no lo es. Cambiarán los hábitos y apenas quedarán certezas, si es que finalmente queda alguna. Nos cambiará hasta el sentido del tiempo y su valor, encerrados en las casas por una urgencia que fluctúa entre la solidaridad hacia los otros y el miedo a lo desconocido, en una conjugación muy compleja de lo individual y lo colectivo.
Han cambiado el paisaje y las ciudades...” 
Esos textos 'sociológicos' se anticipaban a lo que iba a suceder en los meses siguientes; ofrecían categorías para entender el significado de unos hechos que aun no habían sucedido. A toro pasado, viendo que el cambio radical que anunciaban no está teniendo lugar, y que en vez de 'esas nueces' lo que hay es 'más del mismo' sórdido machaque mediático y más confusión, tenemos base suficiente para pensar que el Covid fue cuidadosamente planificado.
Los textos filosóficos que han proliferado en torno al virus insistían en la agonía de la civilización que se construyó 'en nombre de Dios', y eran en realidad fuego de cobertura para el asalto definitivo a sus ya maltrechas murallas milenarias. El brutal ataque está contando con el asentimiento de una parte de la propia Iglesia, que, por mímesis con el mundo, ha perdido su luz; pero, sobre todo, se ha ido forjando sobre la prepotencia del dinero. Comprando voluntades y adueñándose de los medios, los que no temen a Dios han usado unas y otros para catapultar la molicie y el vicio como proyectiles con los que destruir nuestros muros seculares y socavar las bases de nuestra convivencia en las últimas décadas.
Y así ha llegado el fruto a su sazón y nos vemos ahora en medio de una batalla contra un enemigo invisible que no es, como se nos quiere hacer creer, ningún ser microscópico creado por Dios, sino un efecto del mal, traído al mundo por la desidia y soberbia de los hombres. 
Del reconocimiento individual de nuestra necesidad de conversión, de la urgencia de un viraje profundo que ponga nuestra vida rumbo a Dios, dependerá que de esta acometida del mal salgamos fortalecidos o, por el contrario, vasallos de un nuevo orden feudal, que ejercerá el poder sobre el mundo desde bastiones digitales repartidos por toda la geografía del planeta. 





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