"¿Y QUÉ ES LA VERDAD?"

¡Oh hermosura, siempre antigua y siempre nueva!
Esa pregunta es el preámbulo del crimen más atroz que se haya cometido en la Historia, el de Jesús de Nazaret, hombre infinitamente bueno, incapaz de hacer daño a nadie, y muerto como el más abyecto criminal. Fue Pilatos hace dos mil años quien la pronunció, pero aún hoy sigue resonando como un oráculo del pecado, y escudo, en las conciencias de quienes optan por el mal.
Desde aquel primer siglo han sido muchos los que han propuesto sus verdades al mundo: filósofos, políticos, grandes personalidades; pero ninguno de ellos lo hizo como Jesús de Nazaret: con la mansedumbre más absoluta, sin gritar ni vocear, pasando por uno de tantos y, finalmente, muriendo como un proscrito. Mientras que aquellos intentaron imponerla, Jesucristo sólo la propuso.
Y no es casual que esa sea la diferencia fundamental entre los postores de la verdad, porque ese misterio que aspiramos a conocer, como bien supremo, sólo es accesible por medio de la fe. Yo, por haber creído, puedo decir que al creer se nos abren puertas que permanecían cerradas para la pura razón, y que permiten saciar nuestra aspiración de verdad.
El estado actual de la humanidad es la obcecación. Como tantas otras veces, vivimos engañados como la liebre que corre tras la zanahoria que no se puede alcanzar, o como el mono que coge una nuez de la cajita trucada que le ha permitido meter la mano pero no sacar el puño posesivo. Estamos atrapados por nuestra propia sabiduría. Hay expertos y sabios por doquier; modelos matemáticos asombrosos y avances tecnológicos espectaculares; no hay enigma que temamos no poder resolver. Pero el caso es que toda esa fortaleza está mezclada con una gran confusión.
Hemos alcanzado un grado de progreso asombroso, que parece no tener fin, pero sin dejar de ser eso cierto, el día a día se nos va haciendo cada vez más insoportable, y nuestra inquietud vital aumenta.
Aquel hombre humilde que se atrevió a decir que Él era la verdad, y que dio su vida por hacerse más creíble, nos dejó como legado precisamente el libro de instrucciones de la vida; y ya sabemos cuántas fatigas ahorra leerse el manual.
Al abrazar la fe se enciende una luz en tu corazón que ya nunca te abandonará mientras vivas. Cuanto más avanzas, más distingues la verdad del error. ¿Por qué estás tan seguro -me decía uno- de que Soraya es mejor que Casado para el PP? Y es que la fe me había abierto los ojos para distinguir lo bueno y verdadero de lo fingido; había visto que a Rajoy lo ridiculizaba la prensa continuamente, y que cuando cayó nadie lo sintió entre los partidarios de Casado. Es la sabiduría de Salomón que destapa el engaño: "Mujeres, ambas decís que sois la madre de este bebé; pues bien, partámoslo en dos y cada una lleve una parte". Y la reacción de los corazones determinó el veredicto.
Muchas cosas graves han venido pasando en España en los años que precedieron a este caos del covid. Cosas para no olvidar por la gravedad ética que encerraban; un ataque sin precedentes a la vida, a la verdad y a la libertad. Sobre ese pasado reciente no se ejerce memoria histórica sino todo lo contrario: un aluvión de basura informativa se empeña cada día en hacérnoslo olvidar; pero como la madre verdadera del juicio de Salomón, los que de verdad hemos sufrido esos años por ver a España en tanto peligro no podemos evitar pensar que este lío fenomenal del covid es la continuación de aquel no menos peligroso enredo.
La fe nos ilumina acerca de la verdad no sólo de nuestra vida sino de la verdad total. Con el libro de instrucciones en la mano vemos que todos nuestros pasos nos llevan al fin deseado de una vida perfecta. Y que los peligros que se nos anticipan en el manual y los medios para evitarlos que se nos facilitan, son veraces.
Pero el que busca sinceramente la verdad sin abrazar la fe, no pierde el tiempo. Su deseo le permite captar destellos de verdad y no rechaza movido por el prejuicio ninguna opinión. Estas personas obtienen pistas que les permiten no salirse del camino -su búsqueda- y así, tarde o temprano, 'los encontrará la verdad'. Para éstos son pistas el "Nos ladran, Sancho, luego cabalgamos", o el "A río revuelto, ganancia de pescadores", y muchas otras. Y esto nos sirve de estímulo a los que tratamos de mostrar de qué lado está la verdad.
Una vida es tiempo suficiente para enterarse 'de qué va la historia'; enterarse es 'hacerse entero', adquirir entereza; esa fuerza que te permite enfrentarte a todos los acontecimientos de tu vida, por duros que sean. Cuando por la experiencia te haces 'experto', alcanzas a ver más lejos que los que están empezando; y así se entiende que uno pueda resumir lo que está pasando sin recurrir a las explicaciones de los tertulianos de no sé qué emisora de radio, sino a la propia experiencia.
Ésa me dice a mí que estamos en un combate crucial con los que quieren arrebatarnos la rica herencia de dos mil años de vidas y costumbres conformadas a la verdad de Jesucristo. Y me permite ver también las tretas y las celadas que nos tiende el enemigo.
El desarrollo actual es el punto último de esa historia de vidas que comenzó en el pueblo judío y se perfeccionó con el nacimiento de Cristo. La ética judeo-cristiana, fundida con los saberes humanos de estos dos milenios, ha dado a luz a las actuales, y pasadas, sublimes conquistas del espíritu humano. Y todo movido por la fe. Esta fe llevó a plenitud a los más grandes talentos; hizo del arrogante Agustín de Hipona un doctor insigne revestido de humildad; renovó sus dones desgastados hasta hacerle exclamar aquello de: "¡Tarde te amé,  oh hermosura, tan antigua y tan nueva!". Porque lo propio de esa verdad que vive para siempre es su novedad, y de ahí que se la llame 'la buena nueva'. La novedad la aporta el hecho de que Dios se ha hecho un hombre y vive para siempre entre nosotros, para conducirnos a la vida divina. Y cuando nuestro corazón la encuenta revive y fructifica sin cesar. Y esto es lo que está en juego y lo que nos quieren arrebatar los que prefieren las sombras a la luz porque sus obras son malas, porque, como Caín, tienen envidia.
Me pasmó ver cómo mis tres sobrinos veinteañeros quedaron destrozados por el 8-2 del Barcelona. Sucedió eso en un momento duro para España; cuando estábamos todos fatigados y perplejos por lo del covid. Entonces concebí la idea de que ese 'drama' podía formar parte también de esa guerra que nos hacen los partidarios del maligno.
Al fin y al cabo, ¿que queda en las instituciones libre de corrupción? Es perfectamente posible que algo así formara parte de un plan para devastar psicológicamente a nuestro pueblo y eliminar toda su resistencia a perder sus raíces. Pero cuando les planteé la posibilidad de que el partido pudiera haber sido amañado me contestaron que nada de eso, que simplemente 'el Barça era un proyecto agotado'.
Eso les habían dicho los gurús del fútbol, seguramente. Y a mí me recordó a la cantinela que venimos oyendo desde que se empezó a hablar del covid: el sistema está agotado; ya nada volverá a ser como antes. ¡Qué desatino! ¿Se puede agotar el proyecto de la Resurrección de Cristo? ¿O es más bien el acontecimiento definitivo,  que no pasa, y que cambió para siempre el curso de la Historia? Algo muy distinto es que nuestro sistema necesite reforzar sus cimientos, volver a sus raíces, porque volviendo a circular la savia por el viejo tronco, retoñará.
Pero no, ahora se vuelcan en convencernos de que lo digital es la panacea. Por mi experiencia y la de otros, y por sentido común, sé que digitalizar la sociedad es entregarla en manos de los que ponen su confianza en el dinero, en los enemigos de Jesucristo. Sólo con la televisión ya adquieren los niños una mentalidad totalmente contraria al evangelio, y no digamos si los exponemos sin cortapisas a Internet, entonces los perdemos irremediablemente.
Algunas personas que frecuentan la iglesia no ven esta realidad, y se hacen cómplices de ese plan traidor que lleva a la destrucción del hombre.
En conciencia, sin ánimo de polemizar, no veo bien que se anime a los niños a participar en la enseñanza on-line. No es el mal menor, sino meterlos en la boca del lobo. Hace falta una regeneración moral muy grande antes de que lo digital pueda ser un bien social. Muchos de nosotros podemos transmitir con nuestra vida mucho más bien a los niños que el que pueden obtener en la red.
Y el rádar-covid o las vacunas, lo mismo. Algunos despistan sobre el peligro de éstas diciendo que pueden tener componentes éticamente reprobables, pero eso es bendecirlas. Porque es un problema salvable y enmascara que el verdadero peligro de las vacunas es que son un medio de control que se usará para doblegar las voluntades y llevar de nuevo al mundo a la barbarie.













































































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