De la misma manera que hubo un Benedicto I y un Juan Pablo I, puede haber un Francisco II, y entre las razones que éste dé para adoptar ese nombre, puede que una sea el deseo de confirmarnos en la fe, o el sueño de ser columna de la Iglesia. Tal vez alguno lo veamos, pero lo que es seguro es que el barco de la Iglesia llegará a buen puerto. 

Al principio del pontificado actual, asistí con expectación al Sínodo de la Familia por tres motivos. En primer lugar porque hacía diez años que me había casado y cinco que mi esposa y yo habíamos terminado el Máster en Ciencias del Matrimonio y de la Familia en el Instituto Pontificio JPII, y tanto ella como yo teníamos claro que nuestra misión era dar a conocer la 'bomba transformadora' que contiene el don del amor conyugal. En segundo lugar, porque en ese momento atravesábamos, como muchísimos matrimonios de esa época, dificultades muy serias en la pareja, y ansiaba ser iluminado por nuestros obispos. Y por último, porque Francisco I era aún un desconocido para mí. 
No fue lo que yo esperaba, ni tampoco en AL encontré la luz que buscaba.  

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