PADRE NO, PAPITO

 

¡Papito, por favor, lo deseo mucho!


Dicen en el ABC que cuando un padre no controla a su familia no merece llevar ese nombre. Amén.

Ser padre hoy es hacer proezas, ser cuasi divino. "Él hace proezas con su brazo…”. Controlar a la familia, ser el capitán de un barco en el que la tripulación se ha declarado en rebeldía es ser un héroe. Pero es verdad, sólo así se puede ser padre hoy, sólo así subsistirá la familia, ese tesoro precioso que se nos ha concedido custodiar desde lo alto.

Un virus hiperviolento se ha subido a bordo y como un tornado está arrasando con todo: La familia, la Propiedad Privada, el Estado… Todo lo que creíamos estable se está deshaciendo en trocitos y está siendo arrastrado en vertiginosa danza al abismo de la nada. Vivimos en la disgregación.

Se hablaba de liquidar esta era pero vemos que se está pulverizando, casi gaseando. En términos sociológicos, estamos pasando sin solución de continuidad del gobierno de la Verdad a la Tiranía de la Mentira.

Por la inflación de palabras, el lenguaje cada vez vale menos. El cuerpo, por los ataques que sufre, también; y el habeas corpus, esa garantía constituyente que proviene del derecho natural, es ya prácticamente papel mojado.

Buscamos orientación para vivir, como siempre, pero no damos con ella fácilmente y crece la tentación de abandonar la búsqueda. Las más de las veces se nos proponen caminos conceptuales intrincados, que exigen confiar en personas, falibles; y cuando se decide uno a entrar por ellos no puede no ir acompañado del miedo a fallar, y de la agresividad consiguiente... y este enredo crece haciendo del mundo un lugar cada vez más inhóspito y peligroso.

Frente a este panorama sólo cabe ser un héroe –o un antihéroe, más bien. En medio de este mar de confusión sólo cabe como alternativa trazar tu propio rumbo y atarte al timón, arriesgar.

Uno lee cosas, ve, piensa, y llega a la conclusión de que todo es una farsa. Pero por otro lado está Dios como Ser estable (“…hace tiempo comprendí que tus preceptos los fundaste para siempre”). No hace falta ser un genio para darse cuenta de que la verdad que procede de Dios se combate por todos los medios imaginables e inimaginables (el que declara abiertamente su fe se hace blanco de fuerzas aterradoras que le acometen justamente por la imaginación).

Pero esta lucha desigual no es nueva. En la Liturgia Católica se nos advierte: “no os asombréis si os veis probados como por un fuego abrasador, pensad que muchos otros hermanos están viviendo lo mismo que vosotros”. Y todo el asombro que nos produce vernos en medio de tantas tribulaciones encuentra eco y consuelo en numerosas partes de la vida del creyente… en los textos sagrados, en la vida de los santos, en el testimonio de los hermanos, en los gestos de amor que nos salen al paso, en los acontecimientos y en la naturaleza misma, que nos pueden hablar si Dios lo quiere.

En definitiva, aunque intentan arrancárnosla, la libertad existe; existe como don irrevocable, don que es una persona, un niño que se nos ha dado para siempre y que es el acontecimiento que lo cambia todo y que pronto celebraremos. 

Pero es verdad que la libertad tiene un precio: tenemos que estar dispuestos a renunciar a todo para alcanzarla. Porque está allí donde no cabe la seguridad humana; se obtiene cuando uno se hace niño que confía en su Padre y en esa confianza se adentra por caminos que dan miedo; y sólo así, colgando, como de liana en liana, del finísimo hilo de la fe, podemos avanzar por esta selva de la vida hasta la cumbre de nuestros más altos deseos.

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