SENCILLAMENTE

 

Es todo mucho más sencillo.

Ver cómo nos despojan de la herencia costosamente ganada por nuestros antepasados para nosotros y para nuestros hijos, y no hacer nada, lacera mi alma. Bullen en mí sentimientos de rabia que intento refrenar y gracias a Dios lo consigo, pero no disminuye mi indignación y mi inquietud por lo que veo con total claridad que está pasando. Me llena también de dolor la postura de muchos compañeros de viaje que se van por el camino fácil, mientras con la boca blanda lanzan dardos incendiarios a los de corazón sincero.

Vivo sin futuro; traigo a mi mente muy a menudo que estoy de paso en esta vida y que, aunque camine por cañadas oscuras, Dios va conmigo. Y al hilo de los acontecimientos intento responder a mis obligaciones para con mi familia y mi sociedad. En medio de ésta no encuentro más que impotencia, y voces pidiendo que algún espíritu generoso se decida a hacerle frente al monstruo.

Me resulta obsceno que hombres llenos de defectos y de contradicciones nos estén sometiendo sin que nadie les ponga freno. En realidad, es esa burla la que nos paraliza porque nos hace evidente que detrás de ellos hay un poder aterrador. Pero ¿quién lo ha visto?, al fin y al cabo, sabemos que se nos está gobernando con la vara del miedo. Y sea como sea, a costa de lo que sea, merece la pena defender lo nuestro, a los nuestros; porque son nuestros amores lo que está en juego.

Ya he dicho de sobra –desde hace años- que estaba en marcha una impostura brutal. Y ahora no me cabe duda. Cuando se abrió la caja de pandora del engendro que nos está aplastando, todavía cabía decir, por la desconfianza que impregnaba el ambiente, que todo era una farsa. Yo vi clarísimamente cómo se iba construyendo la catapulta palo a palo, con muertos escogidos, que ya lo estaban en vida, y otros –más significativos por su edad u ocupación- cuyo rastro vital se había borrado cuidadosamente, con la policía vigilando que nadie saliera de sus celdas de confinamiento ni hubiera comunicación social real ni control político alguno y con la poderosa cobertura mediática y una legión de agentes –muchos engañados- carcomiendo lo poco sano de la sociedad; pero ahora, al cabo de un año, el engendro ha crecido tanto que es una proeza decir en voz alta que todo es mentira, ahora son las propias gentes bien pensantes las que te aplastan, arrojándote sus sentidas pérdidas como pedradas.

Está claro que no se puede meter mano en este complot sin jugarse la vida; de modo que el primer paso es valorar si estás dispuesto a morir por defender a tu familia y a todo aquello que te hace sentirte vivo. Pero para esto no estás solo. Si tienes fe es el momento de que te convenzas de que, de verdad, Dios está contigo y de tu lado; y de que tu muerte está únicamente en sus manos. También conviene que repases tu recorrido de fe, los muchos momentos en que viste clara Su actuación, y también cómo los pasos que diste en fe te sirvieron para madurar.

Si estás pensando en la dirección espiritual, ese es otro camino sellado. Está cuajado de dificultades y es muy probable que llegues pronto a un punto muerto a partir del cual tengas que seguir solo. Lo digo por propia experiencia, pues después de años de buscar esa ayuda y tenerla, hoy he visto claramente que el Señor me invita a soltar la muleta y a apoyarme, confiadamente, en su vara y su cayado; pero si tienes un director que te ayuda a crecer y te alegra el corazón, sigue con él.

En fin, mi misión es animar a los amantes de la paz, el bien y la verdad a no dar la batalla por pérdida. Tengo la certeza de que no lo hago en mis fuerzas ni equivocadamente. La persecución que sufro desde hace años, sin haberme desviado del buen camino, y el haberme librado de las muchas trampas que me han tendido por la intervención de Dios, me avalan; pero, aun así, es mi relación filial la que me impulsa a seguir adelante y a extender el ánimo que recibo al resto de los hermanos y gentes de buena voluntad. Con Dios, ya hemos vencido antes de luchar, sin Él, no encontraremos fuerzas ni para plantar batalla. Un abrazo en el Señor, queridísimos hermanos.

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