CAMINO BLANCO

¿Quién abrirá un camino seguro?









El año que ahora empieza nos traerá, sin duda, tragos aún más amargos que los del 2020. Un diario –el tercero en lectores- ofrecía esta tarde una larga exposición de ideas económicas, aparentemente cabales, pero en realidad pérfidas, que leída entre líneas constituía la prueba inequívoca de una conspiración para deponer los gobiernos democráticos que aún quedan en pie. 

Cada cultura tiene sus esquemas de pensamiento, producto de su historia, y el texto mencionado antes, manejando con destreza esos modos de pensar al uso, daba claves para interpretar los cambios que estamos viviendo y los que van a venir, pretendiendo con ello hacernos creer que 'la extrañeza del covid' no está en él sino en un sistema en descomposición. Esta estrategia ha estado presente desde el debut del covid y es una primicia en la ciencia política, una cumbre de conocimiento, probablemente irrepetible. Porque la representación del covid tiene vocación de último acto y busca sorprender con un cambio social radical, pero haciendo que parezca que nada sustancial ha cambiado.

En el rancio estilo moderno, trufado de mañas y falsedad, plumillas del más diverso pelaje llevan a los incautos que prefieren fiarse de los hombres antes que de Dios al retortero del convencimiento de la necesidad de un cambio, que ha de acontecer para el bien de la humanidad y gracias al talento y el esfuerzo de hombres excelentes que buscan con ahínco el bien común.

Estos ‘sabios deconstruyen’ –eufemismo para destruyen- las teorías socio-económicas conocidas para allanar el camino a su distopía, que ya nos había enseñado los dientes antes de que la actual tragedia estallara: una macabra quimera de una oligocracia sin alma, endiosada como ningún tirano en el pasado lo hubiera soñado, que, desde una torre virtual inaccesible, manejaría a una masa informe de seres desposeídos de su condición de personas. 

Con astucia se nos intenta persuadir de que los problemas actuales no pueden ser resueltos con soluciones antes ensayadas, y de que las circunstancias –las que ellos han creado- nos empujan inexorablemente en la dirección de su sórdido proyecto.

Este tipo de propaganda técnica es un eslabón más en la cadena que nos va maniatando. Enredan las mentes en vericuetos sin salida para desorientarlas. Pero lo cierto es que la pujanza que ha demostrado la civilización occidental es suficiente argumento para buscar soluciones sin cuestionar ‘la mayor’, a saber, que nuestro viejo mundo se renueva continuamente, y que la salida –la única, por cierto- es potenciar la creatividad del individuo; justo lo contrario de lo que se nos intenta imponer.

En este debate latente hay una premisa argumental incuestionable: que la sociedad perfecta no existe, que siempre habrá pobres; y a partir de ahí, el único progreso posible es ir haciendo confluir el desarrollo de la inteligencia con el fortalecimiento social de las virtudes, mediante sistemas de educación integral.  De hecho, en el último tercio del S XX transitábamos por esa vía hasta que la montaña de cascotes de las Torres Gemelas la clausuró, cambiando el curso de la historia por derroteros que, entre brumas, ya dejaban ver el abismo. 

Pero ¿qué mayor estímulo regenerador puede haber que gentes de buen corazón esforzándose por plasmar en bienes sociales sus ideas? Así que de agotamiento del proyecto occidental… nada.

Proclamar que ‘la pandemia’ ha acelerado las condiciones que ya indicaban la necesidad de ‘ese’ cambio es confesar abiertamente que ese ‘accidente acelerador’ ha sido provocado. Fue introducido hallándose nuestras sociedades en un estado mórbido, largamente preparado, y agudizado tras el no menos espantoso ‘accidente’ de la ‘Zona 0’; y lleva acumulados tantos escándalos, indicios y cabos sueltos desde su aparición que haría falta estar ciego para no ver su pútrida gestación. Por refrescar la memoria sobre las persistentes turbulencias que precedieron a este tsunami mortal, soportamos décadas  de feroz imposición de la 'corrección política' -auténtica caza de brujas- a cuenta de los ‘ismos’ de finales del siglo pasado; pero aún con ser feroz, aquella imposición era jauja comparada con la persecución que el diabólico invento del enfrentamiento de sexos nos trajo en este siglo. Si a eso añadimos la progresiva y calculada devastación económica, la censura y la propaganda, el monopolio digital y los sofisticados métodos de ataque a la disidencia, visualizamos el trasfondo del escenario en que la fábula de una nueva normalidad se fue ganando en tiempo record el pláceme de todas las instituciones, avasallando hasta al más insignificante peón con representación social. Hay que decir que haber llegado hasta donde estamos no hubiera sido posible si los tentáculos del oscuro proyecto no hubieran alcanzado también las voluntades de una parte muy significativa de la Iglesia Católica.

Pero con todo, tal vez el momento elegido para el gatillazo final del complot no haya sido el adecuado. Porque, cómo se explica si no que un sencillo maestro de escuela como yo esté exponiendo aquí, con calma, sentido común, afán de ayudar y abiertamente, razones plausibles para dudar de la versión de los medios. Ciertamente algo se les ha escapado a esos ingenieros sociales, pues la verdad viene a ser como un león, que una vez la sueltas, ella sola se defiende. Y cómo cabe imaginar en un golpe tan perfecto que un ciudadano corriente pueda desbaratarlo… en fin, hay cosas que los ángeles ansían penetrar y no lo consiguen.

Yo no les hablo de mis cavilaciones; lo que digo es fruto de mis años de amistad con Jesús. No me dedico a elucubrar oscuramente, haciendo cábalas sobre conspiraciones extrañas; no. Yo vivo mi vida, habito en mi ciudad, salgo a la calle y hablo con la gente, y veo a éste y al otro, que han dejado de hablarme no sé por qué, o a aquél de más allá que me la ha jugado o me ha puesto una trampa para hacerme tropezar; y cuando vuelvo a pasar después de un tiempo los veo retratados por las circunstancias en su aviesa intención, y distingo perfectamente que siembran con un amo que no es Dios. Es todo muy sencillo. El que es de Dios es una criatura nueva que conoce la voz de su pastor y le sigue porque se fía de Él, y a su amparo medra, pero al que se hace pasar por pastor no le sigue. 

El hecho de que algunos hayamos descubierto la trampa y lo contemos puede dar lugar a que otros caigan también en la cuenta del engaño, lo cual es bueno a la larga, pero, entremedias, puede dar lugar a un recrudecimiento de los mecanismos de persuasión basados en el miedo; básicamente la prolongación del holocausto covídico. La situación es como la de esas peleas de muchachos en que uno tumba al otro cogiéndole por el cuello mientras le grita: “¿te rindes?” y le va apretando cada vez más hasta que el otro le dice que sí. En tanto no dejen de surgir de la multitud voces discrepantes no habrá forma de acabar con ‘este virus’, lo cual indica que, ‘por su naturaleza’, puede llegar a provocar más muertes que las que se cobraron juntos todos los totalitarismos del siglo XX.

Sea como sea, es un flanco débil en el ejército enemigo que ande suelta la verdad; aunque, por otra parte ¿quién podría sujetarla desde que apareció, allá por el siglo I, en un pesebre de Belén? Aquel niñito recién nacido era la encarnación del León de Judá, la Verdad que tenía que venir al mundo para salvarlo del Príncipe de la mentira. Y sus vagidos espantarán a la fiera hasta el fin del mundo. Quien acoja a este niño en su interior se hará hijo de Dios, y nada ni nadie lo podrá derrotar.


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