EXPOLIO

 


La ruina moral es la peor.

Queridos amigos:

“El casado casa quiere” y al que el sueño de casado se le ha venido abajo, también el techo de su casa se le cae encima. En España, diezmados los matrimonios, este año de encierro ha sido una encerrona.

Los medios sólo cuentan lo que les interesa, pero es mucho lo que se puede saber sin necesidad de que nos lo digan. Pongamos un par de casos muy comunes: sexo y alcohol. Se estima que entre un ocho y un diez por ciento de la población consume alcohol a diario y que cuatro de cada diez hombres compran sexo. Éstas, como todas las demás debilidades humanas, se agravan en situaciones de estrés. Tuve que viajar durante el confinamiento y al amanecer paré a repostar; sin servicio de bar ni de hotel, el número de coches aparcados me llamó la atención y vi que anexo a la gasolinera había un club. Estas permisiones de las autoridades vienen a ser como las puertas de emergencia de los túneles para el largo encierro. Y cabe pensar en buena lógica que la convivencia impuesta, por sí misma, no es ningún factor regenerador de la salud sino todo lo contrario. Con la ludopatía, el abuso del sexo o el sexo con abuso, las drogas, las compras compulsivas, los síndromes, los complejos, las manías y el largo rosario de penurias humanas, pasa lo mismo. Total, encerrar a la población pasa una factura que no puede pagar el fondo europeo por ancho que sea. Pero hay algo más, y casi peor, el ensimismamiento a que conduce esa imposición separa a los individuos unos de otros, y lo hace mayormente a través del abuso de los medios. La adicción al móvil es una tara social gravísima; afecta sobre todo a los jóvenes, y los somete a los intereses del poder. La ciencia matemática y la psicología se aúnan para dominar la mente de los usuarios, convirtiéndolos en marionetas. Como se dice ahora, esto es lo que hay.

El derroche de medios, materiales y humanos, para convencer a la población de que lo mejor es quedarse en casa, no es ni mucho menos casual o espontáneo. La fortaleza de la civilización cristiana no se debe a su gran ciencia, ni a sus leyes, sino a los sólidos basamentos éticos (que traen consigo también los otros bienes). Para desmontar esta cultura, que arranca y se dirige a Dios, hace falta minar esas bases interiores, esa reserva secular de virtud. Y el confinamiento le viene a ese plan de perillas. Junto con eso, el saqueo a la formación y al tejido económico, dejan inerme y balbuciente a la población, que de pura debilidad ni entiende lo que le está pasando.

Hay un arsenal de mañas que se usan para allanar el camino a este expolio. La primera y fundamental el miedo. Pero, porque se camina tan cerca del abismo que a algunos ya ni les importa caerse, por si el miedo fallara, están también la burla, la desfachatez, la insolencia, la insidia de las amenazas veladas, la traición de los cercanos, la calumnia y la difamación, la opresión psicológica en sus múltiples y refinadas formas, la desinformación, la propaganda y, en definitiva, la repugnante mentira enseñoreándose de todo.

Frente a este enemigo tenemos perdida la batalla cuando nos proponemos combatir con sus mismas armas. En ese terreno su inteligencia es infinitamente superior a la nuestra, su poder material también y su manejo de la mentira, insuperable. Pero la civilización cristiana ha recibido otros envites muy fuertes antes y los ha superado con las armas que le son propias.

Lo crucial es tener claro que el campo donde ganamos la batalla ha de ser siempre la confianza ciega en que somos hijos de Dios y por tanto imbatibles; esa fe nos da paz y esa paz es el lugar del triunfo; se puede perder en los lances de la lucha, pero si se vuelve a ella una y otra vez, al final se alcanza la victoria. Y no es imposible, y ni siquiera difícil, puesto que Dios mismo nos ha asegurado que la prueba nunca superará nuestras fuerzas.

Ahora ya pueden venir con mofas: -“Illa no deja poner el toque de queda a las 18h, pues vamos a hacerle una revolución y lo ponemos nosotros”. -¡Farsantes! ¿a quién vais a engañar? La población no cree vuestras fábulas, está oprimida y desanimada, pero no está por la labor de confiar en un gobierno que no es fiable ni en una oposición que no ejerce de tal; sufre atropellos, mentiras, incumplimientos y agravios comparativos con paciencia y talento, y con esa sabia actitud espera el momento de recuperar la soberanía sobre la cosa pública que le ha sido arrebatada.


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