¡VEN, PAPÁ!

-"Papá, quiero que me traigas un corazón bueno para jugar".

Pronto será el Día del Padre ¡qué bien que se  les recuerde! En 2015 se publicó 153 rosas, donde narro mi vida hasta los 49 años, y encomendándome a San José,  quiero compartir con vosotros una de esas 153 rosas, en concreto, la número 27, que está dedicada a la figura de mi padre: 
"De niño me encantaba estar con mi padre. Solía retirarse a una casita que había en la planta baja original de nuestra vivienda, que estaba por debajo del nivel de la carretera y a la que se accedía bajando una rampa ubicada en el lateral del edificio. Si en su día había servido para crear un hogar, hacía mucho tiempo que había perdido esa función y mis padres la tenían sin un uso específico, esperando a que el tiempo decidiera su destino. Yo jugaba revolviendo alrededor de mi padre por allí. Mientras él fumaba y leía o simplemente pensaba en sus cosas, yo me entretenía viendo los trastos que habían quedado olvidados en los distintos rincones de la casa. De vez en cuando mi padre me alertaba de algún peligro, sobre todo de clavos viejos o cristales. Y después de un rato me subía a casa o me iba a jugar a otro sitio. A veces me mandaba mi padre subir astillas para quemar en la cocina de carbón. Yo estiraba los brazos y él me ponía una pila de ellas encima, que previamente había cortado con un hacha de cualquier trozo de madera inservible. No se prodigaba en palabras con nosotros tres, los hermanos, y generalmente era severo. Había aprendido ese trato en sus muchos años de maestro, trabajando con niños rudos que por no estar duchos en el pensamiento no entendían de finuras de modales. Esa pose suya prevenía a los muchachos de incurrir en faltas que hubieran exigido luego mucho desgaste para ser corregidas. Evitaba males mayores. Así lo entendía yo de niño en mis adentros. Mi corazón adivinaba la suavidad del de mi padre y por eso me gustaba estar con él. 
Años más tarde, en mi adolescencia, cuando mi padre por una enfermedad había padecido mucho y le habían tenido que amputar una pierna, tuve ocasión de comprobar hasta qué punto él también me quería. Fue en una ocasión en que me metí en un lío que me puso en manos de la autoridad, estando aún mi padre convaleciente de la traumática cirugía que le dejó obligado a caminar con muletas. Encontrármelo por sorpresa a la puerta de los juzgados y recibir su cariñosa amonestación, me llegó al corazón. Había caminado hasta allí con gran esfuerzo y seguramente con gran dolor en el alma, tan sólo para hacerme sentir que no estaba solo. Los que iban conmigo se dieron cuenta y me felicitaron. Y también yo me felicitaba interiormente. 
Tenía 27 años cuando la muerte se lo llevó de mi lado, y mi vida y mi corazón destrozados. Una noche, apenas unos meses después de su muerte, soñé con él. Un sueño tan vívido que al día siguiente pude escribirlo: 
"Subí las escaleras corriendo como de costumbre y me dirigí a la cocina. Al abrir la puerta vi a mi padre de espaldas, mirando por la ventana. Mi corazón pegó un salto mortal. Tenía la pierna que le habían amputado y en su rostro se veían las huellas de la pasión que atraviesa una persona que ha sufrido una enfermedad grave y la ha superado: La mirada profunda; las facciones descarnadas; el rostro pálido y ensombrecido y sobre todo, la expresión serena del que ha recobrado la vida después de haber aceptado perderla. Me recordó al tenor José Carreras al volver de EEUU curado de su cáncer. Tenía mi padre a su lado, en la pequeña encimera de la cocina, un vaso con una bebida sencilla, como correspondía a sus costumbres. Podía ser agua con un poco de limón, o algo parecido. Me llegué a su lado, nos miramos y nos quedamos así, juntos, sin decir nada, felices del reencuentro."
De niño te ayuda mucho que en tu hogar haya serenidad y alegría. También es importante para el desarrollo de tu persona que el ambiente escolar sea abierto y acogedor. Yo gracias a Dios tuve las dos cosas."
Nota: el lío con la autoridad del que hablo ocurrió teniendo yo quince o dieciséis años. Andaba desorientado, porque mi padre llevaba meses enfermo y sufriendo horrores, mi madre no daba abasto, y 1976 en Asturias era un torbellino. El caso es que aquella tarde se nos juntó un chico que abría tragaperras con un artilugio; y ya podéis imaginar el resto: la primera en la frente, y la chiquillada se convirtió a la vuelta de 44 años en "Robo con Fuerza" y prueba de mi peligrosidad social. Me lo espetó por primera vez un Municipal; me lo repitió la Montaña (la de la justicia humana que apunta en su  mugriento libro cada una de tus faltas) a la que me llevó Maloma hace unos días cargándome con esa inmundicia para burlarse; y hasta me lo arrojó a la cara la nueva vecinita del tercero (¡pero quién se lo contaría a esta chiquilla de apenas veinte años, y a su chico de más o menos lo mismo que me trata con desprecio! Pinchen para pasmarse.
Empecé a comprender que la Policía no es lo que nos cuentan de niños cuando por aquel lance me fueron a buscar a casa y les abrió mi padre; no me dijo nada pero leí en su rostro que los polis no siempre están del lado de los justos.)
 

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